Esto es Mozart; esto es Castellucci
Aix-en-Provence. 16/07/2019. Teatro del Arzobispado. Mozart. Réquiem. Siobhan Stagg (soprano) Sara Mingardo (Contralto) Martin Mitterrutzner (tenor) Luca Tittoto (bajo). Coro y Orquesta Pygmalion. Director de escena: Romeo Castellucci Director musical: Raphaël Pichon.
El Festival de Aix-en-Provence ha presentado una apuesta arriesgada, como lo son todas aquellas que escenifican partituras que no fueron creadas para el teatro. Siempre que se opta por estas propuestas, el riesgo se acrecienta porque lo nuevo siempre tiene detractores (e incondicionales seguidores) y porque no es tarea fácil encajar dos formatos diferentes, por muy “teatral” que sea la música. Crear un entramado escénico y conceptual para el Réquiem de Mozart es el reto que ha asumido Romeo Castellucci en la edición de este año. La interpretación del italiano de la música y el texto del Réquiem es diametralmente opuesta a lo que se podría esperar, creando, estoy seguro, polémica entre el público. Supongo que es parte del reclamo del Festival y del propio creador, que creo que se ha tomado en serio su trabajo aunque los resultados, como luego comentaré, sean muy discutibles. Pero creo que por encima de lo novedoso (la puesta en escena y su significado) triunfa lo clásico (la música de Mozart).
Antes de exponer mi opinión sobre la versión musical presentada, indicar que, además del propio Réquiem, se interpretaron, intercaladas, otras obras del propio Mozart y, como introducción y final unas bellísimas versiones de canto gregoriano seleccionadas por el director musical. Director que no era otro que Raphaël Pichon, uno de los músicos más destacados en este repertorio y que el año pasado nos regaló una versión extraordinaria de La flauta mágica. No ha decepcionado tampoco esta vez y su versión de esta Misa de difuntos ha sido espectacular en todos los sentidos. Y precisamente porque el espectáculo no ha estado en el foso, pues el francés ha optado por un perfil bajo en la orquesta, por mostrarnos un Mozart íntimo, recogido, personal, lejos de sonoridades apabullantes que remarcaran el tono trágico de la partitura. Pichon, pese a estrenar el año pasado la nueva edición del Réquiem debida a Pierre-Henri Dutron, ha usado aquí la tradicional versión de Süssmayr. La excelente Orquesta Pygmalion ha sonado con una delicadeza absoluta, casi susurrante, precisa y bella. El trabajo más destacado de Pichon ha sido en la dirección de esa joya que es el Coro Pygmalion, sin duda uno de los conjuntos más destacados de la actualidad y el triunfador de la noche. Faltan los calificativos para comentar este grupo que tiene una cohesión perfecta, que canta sin que se note el esfuerzo ni mientras ejecutan danzas folklóricas, que lo da todo en escena y que se modula con una maestría increíble, produciendo un sonido claro, bello, espectacular en los forte y como una brisa en los pianissimi. Nunca que los he visto me han defraudado, pero en este Réquiem, donde su participación es tan importante, se han superado. Aunque cada parte coral de la Misa tiene su propia personalidad, no sabría calificar una mejor que otra, aunque sentí algo especial en un estremecedor Lacrimosa. Los cuatro solistas han estado a buen nivel, especialmente el bajo Luca Tittoto y sobre todo la excelente contralto Sara Mingardo, que además de su cometido en la obra cantó maravillosamente una de las piezas mozartianas introducidas, concretamente O Gottes Lamm, creando uno de los momentos más emocionantes de la noche. Menos destacada la soprano Siobhan Stagg, de timbre bello pero voz demasiado trémula y cumpliendo perfectamente su cometido el tenor Martin Mitterrutzner.
Romeo Castellucci es un director de escena inteligente (y que aquí asume también la responsabilidad escenográfica, de vestuario y de iluminación). Sus propuestas siempre están pensadas, tienen coherencia y responden a una intención bien definida. Eso no quiere decir que esas propuestas sean adecuadas, o por lo menos me lo parezcan a mi. Sí que me parece interesante de el concepto del que parte: contraponer la idea de muerte, desolación y pérdida que supone el Requiem con la idea de vida, de renacer, de esperanza, a la vez que hace constancia del poder destructor del hombre y la naturaleza, de todo lo que se ha perdido hasta llegar al momento actual, donde la situación es crítica. Buen planteamiento. Pero el desarrollo no convence, es demasiado simplista en algunos elementos (no estoy en contra en absoluto del folklore, pero me cuesta relacionarlo con la idea propuesta o con el propio Réquiem) y muy trillada en otros (las representación de distintas generaciones para simbolizar la evolución de la vida). Además hay elementos que seguramente el director explicaría convincentemente pero que en escena resultan incluso cómicos (el chasis de un coche que ha sufrido un accidente frontal y al que se van acercando parte del coro, creando cada uno una figura como si se estrellara con ese coche para pasar luego a tumbarse simbolizando su muerte). Un canto a la vida con música que acompaña a la muerte pero que no transmite (si no es por las voces) emoción. Solamente al final, con el coro cantando Lux aeterna, a media luz, desnudos sólo cubiertos por los papeles blancos que han formado las paredes del escenario, se logra un momento mágico, completado con el suelo levantándose hasta la verticalidad, cayendo todo lo que había sobre él, tierra, vestidos, restos.
No dudo del esfuerzo de Romeo Castellucci por crear sensaciones nuevas a la hora de escuchar esa obra maestra que es el Réquiem, pero me parece un intento fallido y que quienes son los protagonistas y triunfadores son un director, un coro y una orquesta que miman a Mozart y consiguen una versión maravillosa de su música.