Lírica de consumo veraniego
20/07/2019. Madrid. Teatro Reina Victoria. El bateo, de Federico Chueca. José Luis Gago (Wamba), Mariana Isaza (Visita), Alejandro Rull (Pamplinas), Rajiv Cerezo (Fotógrafo), Victor Trueba (Virginio) y otros. Orquesta Camerata Villa de Madrid, Dirección de escena: José Luis Gago. Dirección musical: Fran Fernández.
Pocos minutos antes de empezar la función el termómetro de mi teléfono marcaba 39.7ºC en la Carrera de San Jerónimo, calle infestada de seres humanos que se comunicaban entre sí en inglés, alemán, italiano e incluso, algunos en castellano. Y uno, poco habituado a estas temperaturas piensa como más adecuadas distintas alternativas a la de patear asfalto derretido: por ejemplo, quedarse en casa con el aire acondicionado a tope para degradar un poco más el medio ambiente; o quedarse a vivir debajo de la ducha con el termostato a baja temperatura, impulsando así el consumo desaforado de agua; o bien, imitar a los bávaros más auténticos y atiborrarse a cerveza fresquita en cualquier terraza a la sombra con el ansiado deseo de limitar el castigo del sol.
No lo niego, puede haber más planes, incluso algunos de ellos más civilizados pero a los ya apuntados y socorridos uno puede ahora añadir el de responder afirmativamente a la programación de la Compañía Lírica Ibérica, que ha tenido a bien proponer a autóctonos y visitantes la puesta en escena de cuatro zarzuelas durante los meses de julio y agosto. Los cuatro títulos elegidos son tres de gran tirón, a saber, la ya realizada La revoltosa, de Ruperto Chapí, y las que vendrán en agosto, La verbena de la paloma, de Tomás Bretón y Agua, azucarillos y aguardiente, de Federico Chueca y una cuarta, de menor tradición pero que es la que nos provoca esta reseña: El bateo, del mismo Chueca,
Los cuatro títulos tienen en común su carácter castizo y su breve duración, rondando los sesenta minutos, permitiendo así que algunos días se doblen las funciones. Todas ellas se celebran a pocos metros de la Puerta del Sol, en el Teatro Reina Victoria, teatro bien bonito y adecuado para este tipo de espectáculos, si no fuera por la imposibilidad física de aceptar la presencia de una orquesta en condiciones para poder responder adecuadamente a las demandas de las partituras.
Pues bien, un servidor aprovechando un viaje de carácter personal decidió acercarse al teatro y disfrutar del título menos frecuente y antes de nada he de decir que salí con una ancha y franca sonrisa hora y cuarto después… y ello a pesar de todo. Y es que la partitura de Chueca y el texto de Antonio Paso y Antonio Domínguez desprenden ironía, ingenio y retranca que en manos de buenos actores te hace pasar un momento muy agradable y en este sentido las prestaciones de los miembros de la compañía fueron más que solventes. Cabe destacar a José Luis Gago, gran actor que construyó un Wamba actoralmente de manual y vocalmente suficiente, estando a la altura de los célebres tangos que se le exigen.
Ya se sabe que el citado protagonista es un anarquista incendiario de boquilla que asume todas sus contradicciones por amor a su familia; eso sí, sus radicales ideas en la voz y los gestos del actor nos hicieron sonreír cada vez que chocaba con la monarquía, la iglesia o cualquier otra estructura de poder establecido. Y conviene aclarar antes de seguir que el mismo Gago es responsable de la puesta en escena de esta zarzuela, situando la misma en el año 1931, en el momento de la instauración de la II República. Si tenemos en cuenta que El bateo se estrenó en 1901 y que Federico Chueca falleció en 1908, las libertades que se toma Gago son evidentes. Eso sí, el espectáculo funciona bien aunque algún espectador se sentía más que incómodo con tanto ¡Viva la República! y tanta bandera tricolor.
A modo de narrador aparece el personaje de Antonio Machado (asumido por Rafael Casete), que aporta cierta coherencia al salto temporal y ayuda a imbricar la acción de la zarzuela con el momento histórico de la década de los 30. Algunas alusiones del mismo personaje de Machado, como cuando afirma que la República había llegado para no irse jamás, quedaban cubiertas de profunda melancolía.
Cualquier análisis de la parte musical “al uso” nos llevaría a quejarnos de la orquestina que se hace llamar Orquesta Camerata Villa de Madrid pues sus doce componentes (cinco cuerdas, seis viento/metal y un percusionista) apenas pueden estar a la altura de la exigencia musical de la obra a pesar de los esfuerzo de Fran Fernández, su responsable, insultantemente joven, por cierto. Más que aceptable el coro, a pesar de su exiguo tamaño, doce voces, siete ellas y cinco ellos.
Entre los cantantes líricos destacó muy por encima del resto la voz del barítono Rajiv Cerezo en el doble papel de fotógrafo y músico, enseñando la voz más impostada y mejor proyectada del elenco. Tampoco desmerece el trabajo de Mariana Isaza como la ladina Visita, la responsable de todo el follón ocurrido en el bautizo y justito de voz pero con vis cómica el tenor Victor Trueba, con un Virginio de precisa ambigüedad. El resto del largo elenco, y ello a pesar de la modestia del proyecto, aseguraron que la mayoría de los personajes quedaron resueltos con satisfacción.
¿Pasan ustedes un insano calor en este Madrid desatado? ¿Quieren olvidar siquiera por unos minutos esos rayos que parecen perseguirnos allá donde vamos? Pues en plena Carrera de San Jerónimo se ofrece zarzuela popular, o como ellos anuncian, Spanish Operette, dejando claro el tipo de público que buscan, y les garantizo un momento más que agradable. Por desgracia, en la función que nos ocupa el aforo apenas estaba ocupado en un 30%, dando una imagen muy triste, aunque nos aseguraron que la víspera estaba completo. Eso sí, han de aceptar como inevitable que el público sea dicharachero, parlanchín y cantarín. Parece que va con el género.