Pires

Grandeza eslava

Barcelona. 18/4/16. Auditori. Chopin: Concierto para piano núm. 2 en fa menor, op. 21. Dvorák: Sinfonía núm. 9 en mi menor, op. 95, B 178, “Del Nuevo Mundo”. Maria João Pires, piano. Orquesta Sinfónica de la Radio de Suecia. Dirección: Daniel Harding. 

Hablar de las actuaciones de la pianista portuguesa Maria João Pires en Barcelona casi se diría que es sinónimo de Ibercamera. Hasta veinticuatro veces (esta última visita incluida) ha actuado con esta temporada de conciertos en la ciudad Condal este milagro de las teclas que es Pires, fiel a un ciclo que confió en ella desde el principio. Pires nunca decepciona, la suma de una aparente fragilidad física, figura menuda y aspecto casi se diría estéreo, contrasta con una sonido esplendoroso al piano, incisivo y rutilante, cristalino y lírico, nunca falto de fuerza ni morderte y siempre musical y lleno de delicadeza, así se volvió a mostrar la maestra lisboeta de 71 años. 

Se hacía referencia en el programa de mano a la gran compenetración de la batuta de Daniel Harding con el piano de Maria João Pires, y así fue, una simbiosis rica y generosa que cristalizó en un Concierto no. 2 de Chopin inolvidable. El juego de los instrumentos de viento, flauta y clarinete con el piano en el inicial Maestoso se forjó con el sonido siempre sedoso y nunca forzado de Pires, quien recrea la obra con una claridad envolvente y ensoñadora. Harding midió la orquesta con tiralíneas, modulando y acompañando a la solista portuguesa con elegancia milimétrica. El Larghetto sonó atmosférico y con ecos impresionistas, Harding envolvió a Pires en un algodón acústico donde las notas encendidas del piano chopiniano parecían chapotear sobre un lecho acuático imaginario. La partitura se recreó desde los arpegios virtuosísticos de Maria João con la naturalidad de las grandes, con desbordante y aparente sencillez pero con la fuerza de una lectura que sedujo por completo al auditorio. Ver a Pires extraer el sonido del instrumento es puro espectáculo, pero un espectáculo maduro y nunca de cara a la galería. Su capacidad de concentración y destilación de la obra, interiorizada y asumida, recreada y fresca a la vez, se presentó al absorto espectador con la fuerza de lo excepcional, hasta llegar a esas últimas notas suspendidas que cierran este segundo movimiento íntimo y evocador. El Chopin más expresivo del Allegro vivace final estalló con carisma desde los dedos de una Pires que desbordó magnetismo y maestría. De nuevo Harding dialogó con la portuguesa desde unos vientos generosos y protagonistas (clarinetes, fagot), aportando matices y contrastes a las melodías con una orquesta presente y colorista, que cedió el protagonismo al piano solista en bandeja argentina. La ovación y respuesta cariñosa y admirada del público obtuvo como propina el Vals núm. 7 Op. 64 donde el control técnico brilló a la misma altura que la construcción de una pequeña obra maestra dictada por una catedrática del piano. Memorable.

La segunda parte del concierto dejó el protagonismo a la formación sueca y a su director al podio, un Daniel Harding, para muchos todavía una promesa un tanto fallida más que una realidad incontestable. Hay que reconocer que su lectura y arte con la batuta puede llegar a desconcertar. Nadie pondrá en duda el logro y riqueza del sonido de una orquesta forjada en años con batutas legendarias como las de Celibidache, Esa-Pekka Salonen o Svetlanov. Hay que reconocer, con justicia, que la formación sueca mantiene una personalidad sonora de primera calidad, sonido homogéneo, limpieza en las secciones y madurez interpretativa evidentes, aquí Harding mantiene la solera histórica. Presentar como fue el caso una obra de repertorio de la enjundia de la Sinfonía no. 9 de Dvorak, puede tener un peligroso resultado pues la memoria colectiva del melómano avezado es más que exigente. Pero Daniel Harding no es ningún vendedor de humo y reclama una visión propia del universo eslavo de Dvorak, jugando con los matices, iluminando la partitura con una articulación de cirujano orquestal más que estimulante.

El Adagio-Allegro molto inicial sedujo por la hermosura de un acabado sereno y extrovertido, así como las primeras notas mayestáticas del Largo sonaron con alma wagneriana en contraste con el celebérrimo sonido del cuerno inglés, diáfano y hasta juguetón más que evocador o triste. Harding busca constantemente impregnar a la partitura de un juego de contrastes, recreándose con unas dinámicas solo al alcance de una gran formación, seña de calidad indiscutible, buscando siempre un equilibrio sonoro, cincelando las secciones con delicados acentos en las cuerdas, transparencia en los vientos y brillo medido en los metales. La orquesta respira con fluidez bajo su batuta, más analítica que apasionada, algo contradictoria a veces, quizás por la búsqueda de contrastes en una partitura que rebosa vida y belleza melódica, en vez de dejar fluir una obra que nace de la pluma del mejor Dvorák. Esta búsqueda algo forzada puede llegar a desconcertar. A la vez, la capacidad de lectura y recreación de la respuesta orquestal es de una eficiencia abrumadora. Demostración de precisión y riqueza rítmica con un Molto vivace de espíritu beethoveniano con los toques eslavos más característicos del compositor, acordes con la precisión de una lanza, control y contundencia sin forzar nunca una respuesta orquestal impecable. Con el último movimiento, el Allegro con fuoco, Harding y la Orquesta de la Radio de Suecia forjaron un sonido casi se diría cinematográfico por la fuerza sinentésica visual obtenida. La música apareció desbordante entre las secciones, vital y certera, Harding cual poeta programático cerró una Novena donde el estímulo y la búsqueda de un sonido natural y diverso fructificó en una lectura personal y característica. No parece que se equivocara el gran Claudio Abbado cuando eligió a Harding como su asistente en Berlín, la joven promesa ha madurado y en el camino se atisba un futuro de éxitos y reconocimientos merecidos y consensuados. Propina en forma del Vals núm, 3 Op. 72 de Dvorak para cerrar un gran concierto, de esos que se recuerdan por temporada.