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Abrazos y talentos

Madrid. 06 y 07/11/19. Auditorio Nacional. Fundación Ibermúsica. Obras de Paganini, Tchaikovsky, Massenet y Rachmaninov. María Dueñas, violín. Ivan Bessonov, piano. Orquesta Nacional Filarmónica de Rusia. Vladimir Spivakov, dirección.

En este país parece que tenemos una fijación por la utilización de niños y niñas para el entretenimiento de adultos. No hay más que encender la televisión. Niños por todas partes a horas que ya deberían ser intempestivas para ellos, para que quienes ya pasaron la pubertad, rían y lloren, bajo el pretexto del mal entendido talento, en la gran mayoría de los casos. Estarán conmigo en que es algo bastante siniestro. Por ello, resulta curioso atender a la percepción que tenemos y tienen de sí mismos los que han sido grandes desde pequeños. Aquí en España, en conversaciones distendidas con quienes ahora peinan canas, ante el atisbo de la etiqueta "niño o niña prodigio", se apresuran a quitársela de encima. "Mucho trabajo", y siempre recurriendo, curiosamente, a Alicia de Larrocha como ejemplo de verdadero y único virtuosismo infantil que han conocido.

Habrá que preguntarles, dentro de muchos años, a los dos jóvenes y realmente talentosos artistas que han brillado como solistas en los dos últimos conciertos de Ibermúsica. Por lo pronto, no hay duda de que el público los ha recibido con los brazos abiertos. De hecho, creo que María Dueñas es la única artista a quien he visto que se le aplauda cuando aparece en el anfiteatro para escuchar la segunda parte del concierto, o al abadonar la sala. Y es que la intérprete granadina, presentándose con uno de sus caballos de batalla como es el Primero de Paganini, se llevo al respetable de calle. La suya fue una interpretación de impresionante articulación en una obra que no es si no un despligue del más apabullante virtuosismo técnico. Un sonido suficientemente ancho y una sentida expresividad, coronada en juegos de dobles cuerdas y vertiginosos arpegios, dibujaron una encomiable interpretación, acompañada por una Filarmónica Nacional de Rusia que supo siempre plegarse en pro de la artista.

En el segundo de los conciertos ofrecido, la estrella solista fue el pianista ruso Ivan Bessonov, ganador del Concurso Chopin, quien a sus 17 años ofreció una lectura del Segundo de Rachmaninov plegada a los estándares de los grandes. El joven artista mostró un fraseo cuidado, con una poderosa mano derecha, tal y como dejo claro desde el arranque en solitario. Apenas treinta segundos donde nos es revelado el total del concierto, donde demostró hondura y formas que, efectivamente, continuaron a lo largo de la partitura. Mucha carrera por delante para Bessonov, que fue secundado por Vladimir Spivakov, quien siempre fue muy de Virtuosi (permítanme el chiste malo), buscando músculo y brillantez en la orquesta.

Fueron esas las cartas que el maestro del violín y la Nacional Rusa jugaron en el resto de sendos programas, donde Tchaikovsky abrazó a Rachmaninov (en ese halo romántico que irremediablemente les une) con una contundente, expositiva (un tanto superficial) y fulgurante lectura de Roméo y Julieta, además de una Quinta sinfonía construida en los mismos términos. Es difícil destacar en esta obra, que tanto se nos ofrece en Madrid: Gergiev, Nelsons, Temirkanov, Jansons, Mehta, Eschenbach, Ashkenazy, o Jurowski la han dirigido en la ciudad en los últimos siete años. E igualmente pudieron apreciarse, junto a Paganini, la Danza Navarra de Massenet y la selección de El cascanueces y El lago de los cisnes, de nuevo de Tchaikovsky. Lecturas de evidente fulgor, siempre hacia delante, nerviosas por momentos, que regalaron escuchas fáciles, no trascendentales, aunque sí disfrutables.

Foto: Rafa Martín / Ibermúsica.