Buscando el camino
Madrid (14/02/2020) Teatro Real. Wagner: La valquiria. Christopher Ventris (Siegmund), Ain Anger (Hunding), James Rutherford (Wotan). Elisabet Strid (Sieglinde) Ingela Brimberg (Brünnhilde), Daniela Sindram (Fricka). Orquesta Titular del Teatro Real. Dirección de Escena: Robert Carsen. Dirección musical: Pablo Heras-Casado.
No cabe duda de que Pablo Heras-Casado no se arredra ante ningún reto. Su carrera así lo demuestra, abordando obras que van desde el barroco al siglo XX. La temporada pasada comenzó su andadura por esa magna obra del romanticismo que es la Tetralogía de El anillo del nibelungo de Richard Wagner. Aunque habría que hacer una valoración global de toda la dirección musical de la obra con la caída del telón en el Ocaso de los dioses, es evidente que hay que comentar cada uno de los peldaños que va escalando el maestro granadino. La sensación más intensa que me queda después de oír su concepción de la primera de las jornadas (segunda ópera) de la Tetralogía, es que está buscando su interpretación particular, personal, de la composición. Pienso que no se contenta con seguir la tradición, sino que tiene una idea global de lo escrito por Wagner y lo quiere plasmar en cada representación. Eso es encomiable pero también bastante arriesgado. No es cosa baladí ofrecer tu propia versión de unas óperas muy conocidas y frecuentadas por casi todas las grandes figuras de la batuta desde el siglo XIX.
Heras-Casado, por lo menos en La valquiria del pasado 14 de febrero, expone sus ideas que unas veces convencen y otras no tanto. El primer acto, tan intenso, lírico y emocionante no tuvo la tensión necesaria. El director tendió a tempi excesivamente lentos que requieren un fondo, una profundidad, que no hubo, lo que repercutió en una acción poco convincente, sin garra. Ahí es donde pienso que debe incidir más el director si quiere dar ese enfoque a la música: en la tensión que subyace en notas tan líricas como las que forman parte del comienzo de la primavera. La representación desde el foso fue de menos a más, ganando enteros según Heras se comprometía más con la partitura, buscaba ese pulso y esa fuerza. Si bueno fue el segundo, el tercero fue mejor, consiguiendo en otra parte tan básica y de extrema belleza como son los adioses de Wotan ese vigor que le faltó en el primer acto. Son las primeras representaciones, supongo que si oímos su última interpretación las cosas serán distintas. El camino se ha comenzado a recorrer.
A sus órdenes tuvo una excelente Orquesta Titular del Teatro Real, con solistas de mucha calidad y un resultado muy satisfactorio que fue reconocido por un público que les aplaudió con ganas. En el apartado vocal sin duda la figura más destacable fue la walkiria de Ingela Brimberg. La soprano sueca posee una voz carnosa, de un volumen apreciable y con un centro espléndido que se completa con un bello timbre. No desmerece en el agudo (no hubo gritos en los famosos Hojotoho!) y tiene un apreciable grave. Pero sobre todo nos muestra una valquiria muy humana, perfectamente dibujada, vocal y actoralmente. Todas intervenciones fueron destacables, pero en el monólogo del tercer acto, justificando las razones a su padre que le han movido a desobedecerle, estuvo perfecta. Al Wotan de James Rutherford se le pueden poner los peros de su escaso volumen de su voz y la falta de fiato. Pero en cambio su canto es de enorme belleza, también con la misma visión que Brimberg y por eso sus escenas conjuntas son las que mejor funcionan en toda la obra, tanto en el monólogo del segundo acto, como en los ya nombrados adioses, cantados con una elegancia y un profundo sentimiento poco frecuentes.
La pareja de welsungos estuvo defendida por Christopher Ventris y Elisabet Strid. Ventris es un curtido wagneriano que ha cantado muchos de los papeles de tenor creados por el compositor. Con el tiempo, uno de sus peores hándicaps, un timbre poco grato, ha ido mejorando y no suena tan punzante. Estuvo cumplidor en todas sus intervenciones, y más pasional que lo que el foso narraba, pero también hay que señalar que en la zona más aguda de su papel estuvo más inseguro. Muy destacada Elisabet Strid, con una voz bien proyectada, de agudos limpios, muy buena actriz y comprometida en todo momento con la expresividad de la esposa despreciada y la enamorada hermana. Ain Anger es un gran bajo que volvió a demostrar que el papel de Hundig no tiene secretos para él y que oírlo siempre produce admiración por la seguridad con la que da todas las notas y la fuerte presencia escénica que transmite. El monólogo de Fricka del segundo acto es uno de los mejores pasajes de la ópera y Daniela Sindram supo sacarle todo su jugo. No es extremadamente difícil de cantar pero sí que hay que darle un sentido, una entonación que no es sencilla. Ella supo hacerlo con aparente soltura, pero se notaba que hay una gran profesional detrás. Muy competentes todas las valquirias en su complicada y famosa escena que abre el tercer acto.
La producción de Robert Carsen nos sitúa en un territorio más humano que mítico, en una zona bélica e invernal (en el primer acto llega la primavera pero al final de segundo hay un cambio de tiempo y volvemos al crudo invierno), convirtiendo el Walhalla en una especie de búnker o “Nido del Águila” dominado por mandos militares. Sin ser especialmente atrayente cumple sin problemas con el devenir de la historia (es sugerente el campo desnudo con el Jeep de la segunda escena del segundo acto) y lo más destacable, además de una excelente iluminación de Manfred Voss, es la gran dirección de actores, donde se ve que perfectamente la calidad del canadiense y que tan buena reputación le ha dado en este aspecto.