Seiji Ozawa a través de sus discos: "Música, sólo música"

Conocer a Seiji Ozawa (1935-2024) a través de la obra de Haruki Murakami "Música, sólo música", es un verdadero placer puesto que de alguna manera nos da a conocer sus sentimientos, impresiones y apreciaciones sobre la música. Es más, sobre su manera de hacer y ver la música, de manera íntima y abierta. No dejen de leerlo para descubrir también a un ser humano. Ozawa es especialmente reconocido por su trabajo como director de la Orquesta Sinfónica de Boston durante casi 30 años, además de dirigir entre otras y de manera regular, a la Sinfónica de Toronto, San Francisco y sobre todo a la Filarmónica de Viena, Filarmónica de Berlín y la Sinfónica de Chicago. Estamos hablando de probablemente las mejores orquestas del mundo donde ha paseado su energía y pasión desde el podio.

“No pretendo ofender a nadie”, dice Ozawa, “pero la verdad es que 
nunca me han gustado esos maniáticos coleccionistas de discos"

Qué le vamos a hacer si entre ellos me hallo. Pero más allá de manías propias, que haberlas haylas, reconocer a Ozawa por su atención al detalle, su pasión y su capacidad de extraer lo mejor de los músicos con los que trabaja, no solo es de recibo sino que se entiende desde el lugar donde empieza todo. La mano de Charles Munch en Boston, la de Karajan en Berlín y Bernstein en Nueva York, sus tres maestros posteriores a Hideo Saito, su primera influencia.

Su estilo  de dirección se caracteriza por su claridad en la comunicación con la orquesta, su habilidad para transmitir la emoción y el drama de la música, así como su enfoque meticuloso en la interpretación de las obras, con la peculiaridad de no perder el trazo largo, la mirada larga de la partitura. Esa aparente contradicción desaparece de manera clara en una versión de referencia de los Gurrelieder de Schoenberg  (Philips, 1979, Sinfónica de Boston) donde se dan la mano el expresionismo y la sensualidad mas sutil, como si dos universos paralelos pudieran ser posibles.

Su Tchaikovsky destaca por la capacidad para encontrar un equilibrio entre la fidelidad a la partitura y la expresividad interpretativa. Tiene una comprensión profunda del estilo y la tradición de la música que dirige, lo que le permite ofrecer interpretaciones convincentes y emocionantes. Las Suites de los ballets (Philips, 1974, Orquesta de París) son desglosadas con inusitada facilidad, desde la fragilidad más delicada hasta el refinamiento extremo, con una elegancia del todo distinguida y alejada de cualquier cursilería. La "Patética" (Euroarts, 2008, Filarmónica de Berlín) interpretada a sus 74 años es en sus manos un compendio de poesía absoluta, claridad de planos sonoros, detalles tímbricos y fraseo extremo sobre todo en un último movimiento, probablemente de los más bellos de la discografía.

Efectivamente, parece como si la música rusa en sus manos fuera a consustancial a sus virtudes. Las sinfonías de Prokofiev carecen de efectismo vacuo y sí destacan por su tensión, un lirismo bien entendido y un virtuosismo interpretativo de primer orden. A destacar las tres primeras sinfonías grabadas para DG en los años 90, y especialmente una Séptima estupenda, todas ellas con la Filarmónica de Berlín.  La Consagración de Stravinski (Sony, 1966) con la Sinfónica de Chicago  es un compendio de la ausencia de efectismo para adentrarse en la rítmica, la parte más incisiva del discurso sonoro y mostrar que pese a su juventud en esos años, entendía perfectamente esta obra maestra. Como lo hacía también con Mussorgsky y su Noche en el Monte Pelado (Sony, 1968, Sinfónica de Chicago), curiosamente no hurgando en la sensualidad, sino en la brillantez de la partitura y llevando a la Orquesta al límite de sus posibilidades.

Parece claro que esta voluptuosidad tan característica de nuestro amado director, es consustancial a la música francesa, donde el color es tan especial y la sensualidad tan necesaria. De ahí que prácticamente todo su Ravel (DG, 1974-74, Sinfónica de Boston; Bolero, Alborada del gracioso, Pavana, Rapsodia Española, Valses nobles y sentimentales, 
Le tombeau de CouperinMenuet AntiqueMa Mère l'OyeUne barque sur l'ocean) sea referencial.  Hay naturalidad expositiva, majestuosidad, seducción y sobre todo pasmosa plasticidad orquestal. Cualidades que encontraremos también en su Mahler, que no suele citarse y lo cual puede resultar un desatino, porque su acercamiento suele ser de una belleza extrema, de una perfección interpretativa insultante, y si bien en ocasiones se puede echar en falta algo más de drama, no es menos cierto que es del todo fascinante la hermosura de su batuta, destacando sus versiones de la Primera (Sinfónica de Boston, DG, 1977), Segunda, Tercera, Cuarta y sobre todo Novena referencial (Philips, 1991), sin olvidar una Quinta con uno de los más naturales y bellas interpretaciones del famosos Adagietto.

Bartok fue otro de sus compositores fetiche. El mandarín maravilloso (Philips, 1994, Sinfónica de Boston) en su versión completa aporta esa mirada rugosa y árida, sin perder el lirismo cuando es necesario. El Concierto para orquesta (Philips, 1995) con la Sinfónica de Boston en directo, maravilla sobre todo por la morosidad inicial y por los colores de la elegia; y su acercamiento a la Música para cuerda, percusión y celesta (DG, 1993, Filarmónica de Berlín) es desesperadamente ácida y rítmicamente apabullante. Como lo son los conciertos 1&3  para piano junto a Peter Serkin, (Sony, 1966, Sinfónica de Chicago), sobre todo éste ultimo, menos percusivo y más lirico, allí donde la batuta de Ozawa se mueve no solo con soltura, sino con la maestría suficiente para recrear una atmósfera de espiritualidad fascinante, y acompañar al solista con todo el calor necesario.

Esa mirada hacia su acompañante es marca de la casa, porque podemos encontrar versiones maravillosas como los dos conciertos de Liszt (DG, 1988, Sinfónica de Boston) y los dos primeros de Rachmaninov (DG, 2003, Sinfónica de Boston), ambas grabaciones junto a Zimerman, el Concierto para chelo de Dvorak  (Erato, 1987, Sinfónica de Boston) y el Segundo de Shostakovich (DG, 1976, Sinfónica de Boston), los dos con Rostropovich.

Llegados hasta aquí, sería necesario mencionar a otros compositores como Fauré, Dutillex, Poulenc, Takemitsu, Falla, Bernstein, Resphigi, Messiaen, Bruckner… además de alguna ópera como La dama de picas, entre otras, donde el magisterio y la personalidad de Ozawa demuestran su versatilidad, su capacidad para adecuarse a variedad inusitada de estilos y, sobre todo, para buscar la belleza sonora por encima de todo sin perder nunca la estructura musical de la obra.