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Juan Carlos Garvayo: "Necesitamos recuperar el riesgo en la música"

El pianista Juan Carlos Garvayo acaba de presentar nuevo disco, Boleros, junto a su formación, el Trío Arbós, ganadora del Premio Nacional de Música y con más de 25 años de vida, así como con la cantaora flamenca Sandra Carrasco. Garvayo une su interpretación ecléctica y su gusto por la diversidad musical a un inter´res siempre vivo por la nueva creación y la formación de nuevos instrumentistas, como catedrático de música de cámara en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. De todo ello hablamos con él.

Ha superado ya los 25 años desde que nació el Trío Arbós. Qué hay de aquellos inicios en la formación de hoy en día, en 2022?

¿Qué queda? Lo tengo muy claro: las ganas, la ilusión de hacer cosas nuevas, trabajar, investigar… Es algo que comparto con el también veterano en la formación José Miguel Gómez, pero que ya hemos contagiado también a Ferdinando Trematore en su llegada como nuevo violinista. La ilusión es algo que permanece intacta desde la formación del Arbós. Hablamos todos los días entre nosotros, de todo tipo de cuestiones.

En aquel momento teníamos la ilusión de que este proyecto fuese lo que hoy en día es… ¡En realidad me veo igual! Porque me dicen que han pasado 25 años que si no, yo me siento del mismo modo (risas). Si no, hubiese sido muy difícil mantenernos, porque lamentablemente este no es un país muy propicio para la música de cámara. Apenas hay formaciones que se hayan mantenido en el tiempo.

Y en trío, además.

Sí, cuartetos de cuerda hay más, pero no los que debería haber para la calidad de nuestros músicos. En tríos, curiosamente, no parecen haberse dado las circunstancias. El cuarteto es más una especie de religión (risas). El trío, sin embargo, es en realidad un elemento formado por tres solistas que se juntan para tocar.

¿El pianista puede ser el disruptivo?

(Risas). Puede serlo, pero también el que une, el que lidera. Es un repertorio, casi siempre, donde es muy protagonista. Además, los pianistas, como es mi caso, solemos ser gente muy inquieta, polifacética diría, que siempre estamos haciendo otras cosas, que se aglutinan en tu visión como músico.

De hecho, el Arbós se impregna de esa forma de ser suya, en su búsqueda de la ampliación de repertorio, diría yo.

Sí, es cierto. Desde un principio esa era la idea que yo tenía para la agrupación. En los años noventa veníamos los tres miembros originales de estudiar en el extranjero. Mis colegas de Londres y yo de Estados Unidos. Teníamos la idea de hacer música de cámara e investigar el repertorio que hay para trío no sólo español, sino también iberoamericano. Y vincularnos, muy de cerca, con una generación potentísima de compositores actuales. Para nosotros eso era un regalo. Trabajar con ellos, estimular su creación, dar vida a su música. ¡Y siempre anclados en el estudio y programación del repertorio clásico y romántico! Si no, no formas al trío. Toda esa cultura, afortunadamente, no puedes evitar conocerla.

¿Es necesario saber el pre para tocar el post?

¡Es fundamental! Para un intérprete, desde luego. Y creo que también debería serlo para los compositores, que no siempre se da el caso. A veces da la impresión que alguno cree estar descubriéndolo todo y uno se pregunta si conocerá obras cercanas como… no sé, Ravel. Falta un poco esa cultura, la verdad. Y para el intérprete… ¡Es que es nuestra formación! Si no conoces el gran repertorio, no puedes salir a un escenario a tocar nada contemporáneo.

Usted participó, hace relativamente poco, en el estreno de A mitad del camino de la vida, de Mauricio Sotelo, que supuso un éxito en el precedentes en el CNDM y el Auditorio 400.

Creo que es el único concierto de música contemporánea que se ha hecho dos veces en el mismo sitio, con meses de diferencia. Aquello fue increíble. En ese audiotorio del Museo Reina Sofía, he de decir, me ha pasado más veces el sentir el éxito de la música. Por ejemplo, el estreno en España de Kontakte, de Stockhausen, lo hice al mes de morir el compositor y al acabar fue como recibir una especie de rugido por parte del público, que estaba enfervorecido. Fue muy emocionante.

¿Se recibe mejor la contemporánea ahora que hace 25 años? ¿Ha cambiado la forma de acercarnos a ella?

No lo sé. Saber exactamente lo que el público percibe es complicado. Lo que sí puedo decirle es que la programación, en general, de 25 años a esta parte, ha habido una regresión. Hoy en día somos más conservadores. Antes, de alguna manera, había más gusto por el riesgo en la música. Necesitamos recuperar ese riesgo. Ahora se busca una música que agrade a todo el mundo, que tenga un carácter más ecléctico y accesible… lo cual está muy bien. Yo soy omnívoro como intérprete, pero entiendo que los compositores tienen una estética muy definida que hace, a su vez, que puedan estar en contra de otras estéticas. Sin embargo, los programadores piden “músicas que agraden, que no molesten”. Recuerdo, por ejemplo, los tiempos del CDMC, con un festival donde se programaba de todo, con un público fiel, éxito total y carta blanca a la hora de decidir como intérpretes. Tocábamos cosas muy extremas.

¿Se busca más el rédito económico?

Es que hoy es todo más complicado. Quizá sea cuestión de las redes sociales, también. De cuántos likes tienes. Ese tipo de mentalidad de buscar el like. Así, muchas veces, te equivocas. Le hablaba de Kontakte. Ahora mismo, sin ser una obra nueva, veo imposible que nadie quiera programarla… ¡y es de los años 50! ¡Hay obras de Nono o Xenakis que no se han hecho nunca en España! Aquella sensación de abrir camino, de ser pioneros, se está perdiendo.

¿Ahora mismo lo contemporáneo parece concebirse como un arte puntual, de consumo?

Exactamente. El otro día estrenamos una ópera de cámara en Sevilla: La mujer tigre, de Manuel Busto que era una auténtica maravilla, con una gente estupenda. Todo impecable. Da mucha pena que la música no gire, no se mueva, no se lleve a más sitios. La gran mayoría, hoy en día, se queda en el lugar de su estreno. Es muy raro que se haga el esfuerzo, pero es necesario que, aunque queden ahí, sigan haciéndose. No podemos cortar esa posibilidad de creación, de ver qué está sucediendo en la música y ver qué tienen que decir los músicos y los compositores. Los creadores suelen vivir en su burbuja y no tienden a quejarse, pero realmente se les está maltratando con las políticas de encargos y difusión de la música actual. Es una tragedia lo que se está haciendo con ellos.

Tras la famosa Generación del 51, a menudo parece que no le prestemos atención a la música que vino después, como entidad, como historia…

Es que esa propia historia, la de la música en España, es muy discontinua. Me decía Luis de Pablo muchas veces que la historia de la música en nuestro país es muy frágil. Como la sociología o historia en sí de aquí. Mire los compositores de la II República… llegó la Guerra Civil y acabaron todos en el exilio exterior o en el exilio interior. Después de la Generación del 51, estuvo la generación de autores como Paco Guerrero, a los que no hemos prestado la atención debida. Como país, me refiero. Se programaba antes a autores extranjeros de calidad inferior a ellos, cuando tenían cosas que decir muy válidas, muy buenas y muy personales.

Tenían un oficio muy bien construido y tenían una forma de ver la música muy interesante. Y tras ellos… ¿qué ha pasado? Que todo el mundo se va fuera a estudiar. Sobre todo a Alemania y allí hay una serie de consignas estéticas muy claras. Son las que parecen seguir muchos nuevos creadores… pero es que si no lo haces, no te programan en los festivales de contemporánea… ¡que están allí! Todo es comprensible. Hoy en día hay mucha música “al estilo de”.

¿La especialización limita?

Totalmente. Y es una contradicción, porque vamos a un mundo hiper-especializado. Los itinerarios de los conservatorios, los masters de especialización… a los músicos no parece quedarles otra opción que seguir un solo camino… Siempre he visto el hecho musical como un todo completo. Que un catedrático de música de cámara pueda al mismo tiempo tocar música de vanguardia, o flamenco… sin que a nadie tenga por qué sorprenderle.

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¡O boleros! Como el disco que acaba de presentar con el Trío Arbós, constatando su amor por el género.

Es un programa que llevamos tiempo haciendo y que, a veces, ¡despista a la gente! A los primeros, los programadores, que no saben muy bien cómo acercarse a ello…

¿Levantan mucho la ceja?

¡Sí! Pero por prejuicios. ¿Boleros con un trío de música clásica y una cantaora? Esto, al final, es muy sencillo. Ni siquiera es algo deliberado de buscar qué hacer. ¡Es que me encantan los boleros! De toda mi vida. Desde niño, además, quería ser como Ricard Miralles. A mis padres les gustaba mucho Serrat y a mí me gusta mucho el pianista de Serrat (risas).

Ricard Miralles, quien ha hecho los arreglos de los boleros.

Efectivamente. Es un hombre que está ya retirado, pero contacté con él y le llamó la atención la colaboración. Encantado desde el primer momento. No le pusimos ningún tipo de cortapisa a la hora de hacer los arreglos.

¿Cómo han llevado a cabo la selección de los títulos?

Mire, a mí me gusta juntar a los buenos. Yo voy conociendo gente a lo largo de la vida y voy pensando: “Tengo que hacer algo con esta persona”. Se me juntan las ideas… Ya habíamos hecho un disco de arreglos de zarzuela con Miralles y, por otra parte, para Sandra Carrasco ya había hecho una instrumentación para la canción de una película. En aquella ocasión, la había escuchado en disco y tenía claro que la necesitaba, que quería que fuese ella. Cuando grabamos entonces, quedé maravillado. Me encantó tanto trabajar con ella que volví a llamarla.

Los boleros son brutales. Son pequeñas joyas, con arreglos, muchas veces, de autores clásicos, que son una auténtica maravilla. Hay muchos que, de hecho, se han perdido, pero hay miles y miles de versiones, de partichelas… Es un género al que ya no parece dársele la importancia que merece. Ya le digo que, en ocasiones, me miran raro cuando les hablo de boleros, como si fuese una cosa antigua, de nuestros abuelos…

¡Pero más antiguos son Bach o Schumann!

(Risas) ¡Exactamente! ¡Y que es parte de nuestra cultura sentimental! Realmente, el bolero expresa nuestra manera de ver el hecho amoroso. Que nada tiene que ver cómo siente un finlandés, un inglés o un español.

Y el hecho amoroso no siempre en su vertiente bucólica, ñoña…

¡No! Hay boleros tremendos, ¡tremendos! Que dicen unas cosas muy impresionantes y que hoy en día chocan con la sociedad en la que vivimos. Con todo, me senté con Sandra y empezamos a hablar y escuchar los boleros que nos gustaban a ella y a mí. Buscamos títulos conocidos y algunos más desconocidos… también alguno escrito por mujeres compositoras, que es algo nada frecuente en el mundo del bolero, como María Grever – alumna de Debussy - y Marta Valdés, que son impresionantes.

Están Como un milagro, de Juanito Márquez… que es eso, un milagro de bolero, el primero que grabamos y que fue una recomendación del músico cubano Pavel Urquiza, al que respeto muchísimo…Otros como Cómo fue, de Duarte, que Sandra ha cantado mucho, o Mira que eres linda, dedicada a su hija. Sandra Carrasco es una música natural, impresionante, con la que todo es fácil. Su manera de acercarse a la música es increíble.

¿Seguramente, como cantaora, sea más libre que un músico clásico?

Siempre he dicho que los mejores músicos que he conocido en este país son los flamencos. A menudo, ellos dicen que no saben música… ¡pero mentira! El ser músico se resumen en proyectar un hecho musical con una gestualidad adecuada, contundente, que emocione y conmueva. Que llegue, que sea perfecto… ¡eso está en muchas frases de cantaores flamencos! Para mí es uno de los ideales en música. En el caso de Sandra, todo ello le sale a borbotones.

¿Este disco es una corazonada?

¡Totalmente! Es que creo que las cosas hay que hacerlas así. Primero hay que sacar a la luz toda la pasión que llevas dentro por algo y después organizarlo. Ponerle la luz de la razón al amor que tienes por las cosas.

Foto Juan Carlos Garvayo: José Luis Sánchez.
Foto Trío Arbós & Sandra Carrasco: Jorge Cueto.