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Carta abierta de Guillermo García Calvo, director de orquesta: "La fuerza de la música"

El pasado 25 de agosto nació en Viena mi segundo hijo. Pocas horas después, el 26 de agosto, en Chemnitz, ciudad donde desde hace una temporada soy Generalmusikdirektor, era asesinado Daniel H. presuntamente por jóvenes refugiados, en una madrugada de este espléndido verano, durante las fiestas de la ciudad. 

Yo nunca había vivido el contraste de la alegría indescriptible por el nacimiento de un hijo y el horror de la muerte violenta de otra persona en un espacio de tiempo tan corto. Al día siguiente comenzaron en Chemnitz manifestaciones de distinta índole en protesta por los refugiados. En algunas de ellas aparecieron consignas y actitudes xenófobas y neonazis, abriéndose un debate, primero en toda Alemania y enseguida en el resto de Europa. La imagen de la plácida ciudad de Sajonia, entre Dresde y Leipzig, se asoció de la noche a la mañana con el populismo de extrema derecha y con los fantasmas de un posible resurgir nazi, de que la historia pudiera repetirse. 

La Ópera de Chemnitz, su orquesta titular la Robert-Schumann-Philharmonie y yo organizamos espontáneamente un concierto al aire libre en la plaza del teatro el 7 de octubre, donde presentamos la Novena Sinfonía de Beethoven, como mensaje de integración y humanidad. Cantantes de coros de diversos teatros de Alemania vinieron a Chemnitz para unirse a nosotros. 5.000 personas, con las emociones a flor de piel por una acontacimento que amenaza con dividir a los habitantes de una ciudad y de un país, presenciaron el catártico espectáculo. Aquel día experimenté la fuerza de la música para unir a las personas. Sentí, comprendí sin argumentos, por qué el hombre necesita de la música. Hay momentos en que no hay nada tan fuerte como la música para hacernos sentir parte de un grupo. Al mismo tiempo no podía quitarme de la cabeza las imágenes de Wilhelm Furtwängler en el Tercer Reich dirigiendo esa misma Novena beethoveniana ante la plana del partido nazi para celebrar el cumpleaños de Hitler, o la glorificación de esa misma sinfonía en la Unión Soviética stalinista. Entonces me preguntaba, ¿cuál es la fuerza de la música? ¿Tiene sentido debatir si la música es buena o mala, si conduce a buenos o malos actos? 

Es desconcertante que no sólo Wagner y Beethoven, sino también compositores más “ingenuos” como Mozart, Schubert o Bruckner, inmensos poetas acústicos de la compasión y la empatía, fueran idolatrados por el régimen nazi. Creo que es imposible encontrar una explicación a semejante...

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