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La Sinfónica de Navarra y Perry So visitan Madrid con obras de Brahms, Bartók y Arzamendi

El próximo miércoles, 19 de enero, la Sinfónica de Navarra visitará Madrid y su Auditorio Nacional, en un intercambio de localización con la Orquesta de la Comunidad de Madrid.

Así, de la mano de su director titular, Perry So, ofrecerán un programa donde se escuchará la Segunda sinfonía de Johannes Brahms. Antes, en la primera parte de la noche, se disfrutará con Sorginen soinua (El sonido de las brujas) de Beatriz Arzamendi y con la Música para cuerda, percusión y celesta de Béla Bartók.

"¿Cómo sería la música de las brujas? - preguntan desde la Sinfónica de Navarra -. La compositora Beatriz Arzamendi había escuchado desde siempre leyendas sobre ellas, y quiso recrear en su música ese universo fantástico: “Siempre he sentido una enorme atracción por el mágico, sugerente y misterioso mundo de las brujas. Muchos de los mitos y supersticiones sobre ellas han sido recogidos por la cultura vasca y yo los he escuchado en el entorno familiar. Se suponía que estaban poseídas por espíritus malignos, por lo que se las podía culpar sin mala conciencia de cualquier desgracia que aconteciese”. Fruto de esta inquietud, y dentro del programa de creación de obras sinfónicas de la SGAE y la AEOS, nació Sorginen soinua (El sonido de las brujas), que pretende ser un homenaje a las mujeres que fueron acusadas y perseguidas por brujería. Su estreno se espera para esta temporada.

En el mundo de las sombras se mueve Música para cuerda, percusión y celesta de Bartók (1936). No por casualidad su “Adagio” sirvió como banda sonora de El resplandor de Kubrick en 1980. Se trata de una de las destilaciones más puras del estilo maduro del compositor. La música encarna muchas de las contradicciones que hacen que su obra sea tan fascinante. Una de las características más llamativas de la pieza es su instrumentación; Bartók especificó las posiciones de los instrumentos en el escenario con un diagrama en la partitura para obtener nuevos efectos sonoros.Paradójicamente menos “oscura” que la primera sinfonía que compuso Brahms, es su Segunda sinfonía (1877). Crea así un contrapunto luminoso al término de este programa. A diferencia de la Primera sinfonía, que Brahms tardó más de veinte años en completar, la Segunda se escribió en apenas cuatro meses. El movimiento final (Allegro con spirito) constituye el más alegre de las cuatro sinfonías de Brahms, irradia energía y optimismo de principio a fin".

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