La mujer
Bilbao. 04/03/2019. Teatro Arriaga. Francis Poulenc: La voix humaine. Paula Mendoza (soprano) y Carlos Calvo (piano), Dirección escénica: Marta Eguilior. Dirección musical: Carlos Calvo.
No cabe duda que esta semana de 2019 que recién ha comenzado viene marcada por el 8 de marzo, fecha en la que a partir de las lecciones de la Historia tratamos de avanzar en la ardua tarea que supone hacer realidad la desaparición de cualquier desigualdad por motivos de sexo. Prolijo será el trabajo a desarrollar en múltiples ámbitos ahora, en el presente y en el futuro inmediato, como lo fue en el pasado. Y en esta semana de color morado, quizás por puro azar, quizás con toda la intención, el Teatro Arriaga, tras una espera que se nos ha hecho demasiado larga, ha vuelto a programar ópera; y la elegida ha sido La voix humaine, de Francis Poulenc en adaptación de Marta Eguilior, habiéndose ofrecido la ópera no “desde” sino “en” el mismo escenario, convertido a la sazón en improvisado patio de butacas que acompañaba un pequeño recinto donde se desarrollaba la acción, tal y como hace unos años se hizo con una recordada Vanitas, de Salvatore Sciarrino.
Sabido es que La voix humaine es el proceso de degradación de una mujer quebradiza, atormentada por el amor dependiente que siente, atada a un hombre, perdidas ya libertad y dignidad; de ahí que durante la misma función no pudiera dejar de pensar que muchas de las miles de mujeres que ocuparán las calles el próximo viernes 8 de marzo, junto a algunos menos miles de hombres, han podido sentirse alguna vez en situaciones similares y, por lo mismo, en la necesidad de reivindicar su libertad y dignidad.
En ese sentido el texto de Jean Cocteau adquiere máxima importancia y en el caso que nos ocupa se decidió hacer la obra en castellano; ello, sin duda, hará más accesible la obra a aquellas temerosas personas que creen que con Liu se murió la ópera pero al mismo tiempo quiebra la importancia que Cocteau y Poulenc dan al idioma. Esa relación natural entre la línea melódica y el idioma que en Dialogues de Carmélites, estrenada apenas cuatro años antes, aparece diáfana y sin embargo al apostar por la traducción, aquí se desvanece. Y de la misma forma que Wotan parece solo poder cantar en alemán o que el Duque de Mantua ha de expresarse en italiano, Poulenc pide a gritos su lengua vernácula. Porque la música fluye en la misma medida en que fluye el idioma y sus peculiaridades.
Vaya pues una cosa por la otra: accesibilidad por pureza del lenguaje. ¿Y la música? ¿Puede disfrutarse de La voix humaine en adaptación al piano? O dicho de otra forma, ¿puede el piano ofrecernos la paleta de colores de la orquestación de Francis Poulenc? Se plantea de nuevo una dicotomía histórica en esa cuestión nada baladí que es la de facilitar el acceso a la ópera: la practicidad. La de tener un buen pianista o, en su defecto, a toda una orquesta en gira por distintas ciudades. Y en este caso considero que el mal es menor, sinceramente.
En definitiva, el Arriaga nos ha proporcionado la oportunidad de escuchar un monodrama extraordinario cual es La voix humaine, por desgracia infrecuente por estos lares, un monodrama que bucea en la existencia de una mujer anónima de mediados del siglo XX, una mujer atrapada por unas inercias históricas e ideológicas, casi tribales, por las cuales las relaciones entre hombre y mujer se establecían en términos de desigualdad, de dependencia. Y con los ojos y oídos de hoy en día, con el entendimiento que los hombres vamos adquiriendo con el paso del tiempo y los golpes de la cotidianidad más la supuesta voluntad de corregir errores, concluyamos que el texto a cantar es una patada en el estómago del oyente-espectador.
Hay frases que son como golpes de boxeador experto: la descripción de la ropa que supuestamente lleva ella, pensada para satisfacerle, las excusas dadas al servicio tras entender que él no está en casa; la aceptación y justificación de sus mentiras, las súplicas a cualquier dios por una última llamada o esos últimos te amo, te amo, recitados, casi susurrados a modo de despedida. ¿Pueden seguirse los cincuenta minutos de esta obra sin que uno sienta que La voix humaine sigue siendo un grito a la sociedad actual?
La versión que nos ocupa se sostiene por el trabajo interpretativo notable de Paula Mendoza, una soprano que ha puesto toda la carne en el asador y que, supongo en connivencia con la responsable de la dirección escénica, ha apostado por una mujer más recitada que cantada; muchas veces Mendoza nos sorprendía con una voz potente que quedaba las más de las veces maquillada por ese canto declamado, teatralizado que se imponía y que, dicho de paso, convenía al espacio reducido.
Paula Mendoza ha cantado, ha dicho y ha actuado y durante toda la función ha transmitido una importante credibilidad. Ella, la mujer anónima (y es que hasta el servicio tiene nombre, pero esta mujer nos es desconocida hasta en los mínimos detalles) está en calle, junto a una cabina con teléfono de cable interminable, cable que adquiere vida una y otra vez alrededor de su cuerpo, rodeándola como si ese invento reciente allá por 1958 quisiera acabar siendo el instrumento de tortura que terminará con su vida. Y finalmente ella será sometida a ese cable que no es sino paralelismo de esa relación de dependencia que tiene con el.
Marta Eguilior nos traslada a una calle en la que reposan dos simples objetos: por un lado, la mencionada cabina de teléfono, ese recipiente que hay que explicar a los más jóvenes para qué servía y sobre ella, una luz, que se enciende al sonar la llamada, como si la misma llamada iluminara la vida de la mujer sin nombre. Con la cabina, una maleta en la que está contenida su vida. Ella es una mujer tirada en el suelo desde mucho antes de comenzar la función, ensamblada con el escenario, ignorada por un público en penumbra.
Y los elementos, convertidos en símbolos: el teléfono, con el que incluso puedes buscar tu última satisfacción sexual; o la maleta, que contiene el perro muerto que, como ella, ni comía desde que él no está. Al final, la vida de esa mujer se ha reducido a una maleta y un teléfono simplemente porque él no está. Y en todas estas situaciones Paula Mendoza supo responder a las exigencias de la dirección de escena con máxima credibilidad.
Muy bien Carlos Calvo desde el piano, ofreciéndonos ese lenguaje tan propio del compositor, jugando con el silencio porque como dejó escrito el compositor, los tiempos de silencio han de someterse a la escena y Calvo supo gestionar esos momentos sin acompañamiento con entereza, pasando de la angustia a la aparente alegría en cualquier de las direcciones con naturalidad.
Hoy el teléfono también nos produce otro tipo de dependencia; hoy también nos puede atrapar aun no disponiendo del pertinente cable. También el teléfono esclaviza hoy en día, hoy también las relaciones se establecen desde la desigualdad en demasiados casos pero ver y escuchar óperas como esta sigue siendo musical y socialmente necesario.
En definitiva, una versión de esta ópera condicionada por decisiones de accesibilidad y practicidad que en determinados formatos hay que aceptar. A mí la velada me puso la carne de gallina, lo reconozco, aunque también es cierto que nunca he pretendido ser imparcial con Poulenc y no es cuestión de empezar ahora, la misma semana en la que habrá que dar un nuevo paso por esas mujeres que rodean sus relaciones afectivas con un interminable cable.