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Cantando a las pequeñas cosas: las canciones de Toldrà

La canción As froliñas dos toxos (Las florecillas de los tojos), en su casi milagrosa combinación de la más sucinta concisión de medios con el máximo de expresividad poético-musical, bien podría ejemplificar el sublime arte cancionístico de Eduard Toldrà (1895-1962). Estas tenues "florecillas de los tojos" que crecen entre duras espinas y que el protagonista del poema de Antón Noriega Varela prefiere a las rosas blancas y a los claveles rojos, podrían servir a su vez de metáfora del género liederístico como paradigma de la economía de medios, de un género pequeño en su formato pero grande en su expresión, para el que el compositor nacido en Vilanova i la Geltrú demostró un talento muy singular. Esta joya de la canción fue la respuesta de Toldrà al requerimiento que su amigo, el crítico orensano Antonio Fernández-Cid (1916-1995) realizó a un buen número de compositores de la época solicitándoles componer una canción sobre un poema en gallego. En las dos colecciones de canciones resultantes de tal encargo —y en una tercera que no llegó a editarse— se encuentran algunos de los más ilustres nombres de la composición española del siglo XX: Cristóbal Halffter, Xavier Montsalvatge, Jesús Guridi, Joaquín Rodrigo, Federico Mompou, Jesús García Leoz, Rodolfo Halffter, Fernando Remacha, Manuel Palau, Óscar Esplá, Manuel Castillo o Antón García Abril, por citar sólo algunos de ellos.

El dedicatario y promotor de estas colecciones de canciones en su libro Músicos que fueron nuestros amigos cede la palabra al propio Todrá, que nos dice lo siguiente sobre su canción gallega: "Es facilísima y simple. Me parece que tiene alguna emoción, pero, ¡quién sabe...! Sólo puedo asegurarte —y no es paradoja— que a pesar de las prisas, no la he escrito aprisa, de cualquier manera, y sí con muchísima ilusión". As froliñas dos toxos es la única canción en gallego compuesta por Toldrà, que comienza su andadura en este género en 1915 con la encantadora Menta i farigola sobre poema de Josep Carner y continúa componiendo canciones en catalán hasta Aquarel·la del Montseny de 1960, sobre poema de Mn. Pere Ribot. En medio, como veremos, escribe también un ramillete de canciones en castellano. Algunas de sus canciones catalanas están concebidas como ciclos o grupos de canciones, como L'ombra del lledoner (1923), cinco canciones sobre poemas de Tomàs Garcés, y La rosa als llavis (1936), seis canciones sobre poemas de Joan Salvat-Papasseit. El hecho de abordar la composición de ciclos de canciones dice mucho de la relevancia que para Toldrà tenía el género liederístico, a cuya gran tradición de ciclos de Lieder dirige su mirada con los dos citados ciclos de canciones. Además de los poetas ya mencionados, para sus canciones en catalán recurre Toldrà a versos de Clementina Arderiu, Trinitat Catasús, Joan Maragall, Josep M. de Sagarra, Ignasi Iglèsias y Manuel Bertran Oriola, una elección poética guiada por su gran cultura literaria. Entre estas canciones destacan Abril y Maig, ambas sobre poemas de Trinitat Catasús, que han llegado a constituir casi un díptico inseparable, pero se pueden citar también otras joyas del género cancionístico como Romanç de Santa Llucia (Josep M. de Sagarra), Menta i farigola (Josep Carner), Canço incerta (Josep Carner), Cançó del passar cantant (Josep M. de Sagarra), Canticel (Josep Carner), Cançó de l'oblit (Tomás Garcés) o la ya citada Aquarel·la del Montseny, aunque bien se podría afirmar que no existe ni una carente de inspiración y encanto entre las setenta y una canciones compuestas por Toldrà. En ellas se reflejan algunas de las características que convierten al catalán en un gran compositor de canciones: fluidez melódica, sobriedad de la textura, lirismo enmarcado en una expresión contenida, sentido del humor, respeto al texto, máxima depuración de los medios utilizados, acierto armónico, equilibrio de proporciones, inspiración fresca y un meticuloso cuidado por el detalle que aparentemente pasa desapercibido porque paradójicamente el fino acabado de sus canciones produce más bien una impresión de naturalidad y espontaneidad.

 

 

También en el folclore encuentra Toldrà un punto de partida creativo, que en este caso da lugar a dos colecciones consistentes en reelaboraciones de canciones populares: Nou cançons populars catalanes (1933) y Doce canciones populares españolas (1941). Se trata de sendas series de deliciosas miniaturas en las que el delicado arte de lo pequeño de Toldrà consigue elevar a categoría artística el legado folclórico y que en absoluto desmerecen de sus canciones basadas en fuentes literarias.

Quizás su grupo de canciones más difundido sea Seis canciones (1942) —y no Seis canciones castellanas como a menudo es nombrado erróneamente— sobre poemas del Siglo de Oro, integrado por La zagala alegre (Pablo de Jérica), Nadie puede ser dichoso (Garcilaso de la Vega), Mañanita de San Juan (anónimo), Madre, unos ojuelos vi (Lope de Vega), Cantarcillo (Lope de Vega) y Después que te conocí (Francisco de Quevedo). Se trata de seis canciones de construcción minuciosa, de líneas melódicas fluidas y elegantes vestidas con un ropaje armónico muy ligero. Toldrà dota de una bellísima música a los seis magníficos poemas sin pretender realizar una recreación musical del ambiente sonoro propio de la época literaria que le sirve como punto de partida.

Tanto en este soberbio grupo de Seis canciones como en el resto de su producción, existe una constante que confiere a la producción liederística de Toldrà un especial interés, y es el afán de cantar presente en toda su producción, su objetivo de que la voz se humanice y sirva de reflejo de sentimientos, que sea vehículo de expresividad, huyendo de la grandilocuencia y de las grandes proporciones. El compositor catalán decidió poner su inspiración musical al servicio de los versos elegidos, con sinceridad y con una sensibilidad muy especial. El grueso de su producción está destinado precisamente a la voz humana. Incluso dos de sus más relevante obras instrumentales como Seis sonetos (1922) para violín y piano y su cuarteto de cuerda Vistas al mar (1921)subtitulado Evocaciones poéticas— están inspiradas en textos poéticos, de Trinitat Catasús, Josep Carner, Magín Morera, Joan Alcover, Mossen Antoni Navarro y Joan María Guaschy la primera y de Joan Maragall la segunda, y concebidas como ilustración de los mismos, en una suerte de "impresionismo mediterráneo" que podría a su vez definir el estilo compositivo de Toldrà.

En cuanto a los elementos compositivos presentes en la producción de canciones de Toldrà encontramos en primer lugar un melodismo muy natural y de gran belleza, basado en intervalos cómodos y bien adaptados para la voz, que habitualmente se mueve en su registro central y sin demasiadas exigencias en los extremos de la tesitura. Respecto al ritmo, éste se adapta con naturalidad a la prosodia del poema, cuya inteligibilidad parece constituir uno de los objetivos irrenunciables del compositor. La configuración rítmica de las canciones de Toldrà viene en buena medida determinada por el ritmo del verso, lo que unido a la naturalidad de la línea melódica potencia tanto el texto como el sentido del mismo sin que en ningún momento la música se resienta. Acerca del ropaje armónico se puede decir que sin apartarse de la corriente tonal tradicional Toldrà logra en sus canciones un rico e imaginativo colorido mediterráneo tan personal como atractivo, creando una sonoridad y un sello de identidad inmediatamente reconocibles que aportan una innegable calidad que distingue su obra para voz y piano de la de buena parte de sus coetáneos. Un vuelo lírico y emocional de gran altura, así como una absoluta exquisitez musical se esconden tras la aparente sencillez y la impresión cercana al carácter popular, casi improvisado, que emana de muchas de sus canciones.

Preguntado el compositor por cuál era su mejor canción, éste respondía "El giravolt de Maig", el título de su ópera compuesta en 1927 sobre libreto de Josep Carner. Y es que incluso en las grandes formas musicales como la ópera el compositor vuelve su mirada hacia las cosas pequeñas, que son las que realmente le influyen e inspiran para componer; cosas pequeñas como las canciones y como las florecillas de los tojos a las que de forma tan emotiva canta Toldrà con una economía de medios reducida a la misma esencia de la música. Es difícil encontrar en el vastísimo repertorio de canciones de concierto del siglo XX una que exprese más con menos notas que As froliñas dos toxos, y que a la vez simbolice de forma tan poética la engañosa fragilidad y las dimensiones reducidas de un género que sin embargo posee tanta fortaleza en su capacidad expresiva y en su milagrosa simbiosis de lo musical y lo poético: el género liederístico, del que sin duda Toldrà fue uno de sus más consumados maestros.