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Hogueras en la noche

Las Palmas 20/10/2020. Auditorio Alfredo Kraus. Verdi. La traviata. Jessica Pratt (Violetta), Celso Albelo (Alfredo), Ludovic Tézier (Germont). Coro de Amigos Canarios de la Ópera. Orquesta Sinfónica de Las Palmas. Dirección de escena: Alfonso Romero. Dirección musical: Rafael Sánchez Araña.

En la Edad Media, y ante los ataques de piratas, se encendían fogatas en lo alto de los montes cercanos a la costa para comunicar a los pobladores de las villas cercanas que se acercaba un peligro. También en la noche o con oscuras tormentas, las hogueras servían en lo alto de los faros para guiar a los navegantes hacia puertos seguros. Y, en la oscuridad de la pandemia, ¿quién nos ayuda a, al menos, iluminar los duros momentos? Hay muchas hogueras (la solidaridad, la responsabilidad, el sentido común), pero hoy le toca a esa luz que lanza la cultura. La cultura ayuda a superar las crisis, nos consuela, nos anima y siempre nos enseña. Pero también, y muchas veces se olvida (sobre todo por las autoridades que suelen ser bastante poco atentas con ella), es trabajo. La cultura, la ópera en este caso, mueve mucho dinero: el de todos los trabajadores (cantantes, músicos, técnicos, personal de sala…) que intervienen directamente en el espectáculo. Pero también los hoteles, los restaurantes, taxis y otros servicios que utilizan las personas que acuden a ver esa ópera. Algunos vienen de lejos, como yo mismo, para hacer una crónica no solo por el interés intrínseco del título y sus protagonistas sino porque hay que informar con fuerza de que una hoguera se ha encendido y estos días ilumina la noche de Las Palmas.

Gracias al esfuerzo de los Amigos Canarios de la Ópera se ha puesto en pie este espectáculo y organismos como el Patronato de Turismo del Cabildo de Gran Canaria han entendido que debían ayudar a que se diera a conocer ese fuego, que contra viento y Covid, trae La traviata al Auditorio Alfredo Kraus. Este cronista acudirá a otras hogueras que surjan por otros puntos del país (a veces contradiciendo a la razón que le dicta quedarse en la seguridad de su casa) pero siempre agradece que se le facilite su trabajo. Y vuelvo a repetir: el invertir en cultura en tiempos de pandemia no es tirar el dinero. Es incentivar una industria, mantener puestos de trabajo, e impulsar la economía del país para que esto no se hunda y más pronto que tarde volvamos a la plácida, y un punto decadente, normalidad.

La traviata es un título mundialmente conocido y uno de los más representados (si no el más) del repertorio operístico. En la representación que comentamos, el director artístico, Alfonso Romero, hizo lo que los medios de prevención y el hándicap de la semiescenificación le permitían. Tuvo el acierto de centrar toda la atención en Violetta, que siempre domina el pequeño escenario donde el único atrezzo es un sofá y un florero con camelias. El resto de personajes y el coro pululan por el resto de la escena y sólo en escasos momentos Alfredo o Germont invaden el terreno de la protagonista. Es su drama y nadie tiene derecho a hacerle sombra. ¡Y qué gran protagonista fue Jessica Pratt! Muchos creían que, dada su trayectoria belcantista, Violetta sería un papel en el que brillaría en el primer acto para luego decaer. No fue así en ningún momento. Además de ser la dueña absoluta, dramáticamente hablando, de la representación, la soprano británico-australiana defendió casi sin fisuras el maravilloso segundo acto (estupendo su dúo con Tézier) y estuvo tremendamente convincente en el tercero. Sobra decir que no tuvo ninguna dificultad en las endiabladas coloraturas y toda la escritura lírica que culmina con el bellísimo  Sempre libera. Pero en los momentos más dramáticos estuvo segura, con un dominio de su voz sin fisuras. Su potencia vocal y su amplia proyección brillaron también el canto más en piano, pero siempre perfectamente audible. Estupendo trabajo.

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Celso Albelo no tuvo tampoco problemas en demostrar toda su calidad en el papel del enamorado pero a veces bastante machista Alfredo. El timbre de Albelo es muy bello y eso hace que sus intervenciones centren la atención del público. Si a eso unimos la ligereza y seguridad con la que sube al agudo (nos regaló el sobreagudo no escrito en su cabaletta del segundo acto) el éxito está asegurado. Pero personalmente creo que la parte más atractiva de toda su intervención fue el comienzo del segundo acto, los versos que comienzan con Lunge da lei antes de atacar el más conocido De’ miei bollenti spiriti. Ahí, en ese quasi recitativo, estuvo absolutamente genial, dominando tanto la emisión como el ritmo del verso para así transmitirnos la alegría y la paz que embargan a Alfredo.

Fantástico. Ludovic Tézier es uno de los grandes barítonos de primera línea en el mundo operístico actual. No sólo tiene uno de los timbres más bellos, de un color ideal para estos papeles “de padre” tan presentes en la obra de Verdi, sino que su emisión es perfecta, matiza con delicadeza y convierte Di Provenza il mar, il suol en una joya de escucha inolvidable (aunque se echara de menos la cabaletta No, non udrai rimproveri, suprimida). Quizá más envarado que en otras ocasiones en que he podido escucharle, esto no merma que sea siempre un auténtico privilegio oírle. 

Acompañaban a los tres protagonistas un plantel de comprimarios que estuvo a la altura que se merece la obra, aunque destacaría la Flora de Andrea Gens, el Gastone de Gabriel Álvarez y el Marqués d’Obigny de Isaac Galán. El Coro de Amigos Canarios de la Ópera es el que más sufrió con los cortes obligados en una representación sin descansos y que se tenía que ajustar a la normativa vigente (destaca la supresión del coro y ballet de la segunda escena del segundo acto). Excepto en el famoso brindis, donde estuvieron correctos, su participación fue muy puntual. 

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Buen trabajo concertante del maestro Rafael Sánchez Araña que mantuvo el pulso en todo momento y nos brindó uno de los mejores momentos musicales en el preludio que abre el tercer acto, apoyándose en unas cuerdas excelentes, lo mejor de, por lo demás, una cumplidora Orquesta Sinfónica de Las Palmas.

Sobre el escenario del Auditorio Alfredo Kraus no habría mesa de juego para que Alfredo y el barón se retaran. No habría abrazos, ni cartas recibidas en mano, ni saludos elegantes. Pero hubo ópera con mayúsculas, hubo pasión en las voces (vuelvo a destacar el trabajo dramático de Jessica Pratt) y hubo muchas ganas de encender hogueras para que el aficionado, para que el mundo cultural, vea luz en tiempos oscuros.

Fotos: © Nacho González Oramas/ ACO