Zedda retrato

Elogio de Alberto Zedda

Estos días se celebra en A Coruña (concretamente del 2 al 13 de diciembre), el segundo Curso de Interpretación Vocal que, dentro de las Actividades Didácticas de la Temporada Lírica de la ciudad, dirige e imparte el maestro Alberto Zedda. Excusa, como cualquier otra,  para reivindicar la figura de este director italiano que no ha tenido,  a lo largo de su carrera, la repercusión mediática de otros directores de su generación pero sí el reconocimiento y admiración de los amantes de la ópera, especialmente los rossinianos, ya que Zedda es la más destacada referencia mundial del Cisne de Pésaro. Y no sólo desde el punto de vista orquestal sino también musicológico. A lo largo de su larga trayectoria ha desenterrado muchas de las obras olvidadas de Rossini. Como ejemplo (y primero de sus trabajos sobre el compositor) destacar la edición crítica de Il barbiere di Siviglia que preparó para la editorial Casa Ricordi (muy contraria al principio a cualquier cambio) y que abrió el camino a una revisión exhaustiva de muchas de las partituras claves de la música italiana que el paso del tiempo y las malas costumbres habían desvirtuado. La narración de esa primera intervención en las partituras de Rossini es uno de los capítulos más deliciosos de su libro publicado el pasado año en España Divagaciones rossinianas (Turner música), imprescindible para todos aquellos seguidores tanto del compositor como del director. Allí podemos ver como un curioso e inteligente Zedda se convierte en el especialista en Rossini, en su escudero y defensor, y cómo acabará siendo el alma del Festival Rossini de Pesaro y de la Fundación Rossini.
 
La primera vez que escuché a Alberto Zedda en el foso fue el 1 de julio de 2000. Se estrenaba en el Palacio de la Ópera de A Coruña, dentro del Festival Mozart, y por primera vez en España, Il viaggio a Reims. No conocía mucho del maestro, sabía que era referencia en Rossini pero no había escuchado ninguna grabación suya (el mundo del disco nunca le ha hecho justicia, quizá por eso su figura no es conocida por el gran público). Su dirección fue una auténtica maravilla, no sólo por la perfecta ejecución de la partitura sino, sobre todo, por el mensaje que transmitió al público: un amor rendido y entusiasta a Rossini, a la alegría y desenfado que transmite esta divertida obra que hacía poco tiempo (1984) se había recuperado para la escena. Ahí descubrí la grandeza de este director que creo siempre ha hecho lo que ha querido en el buen sentido de la expresión: bucear en repertorios poco transitados e incluso olvidados, recuperar la verdad de lo escrito por el compositor y no “la tradición” embarrada de años de malas y acomodaticias interpretaciones, sacar a la luz ese Rossini que él adora y que va mucho más allá de la superficialidad que muchas veces se le atribuye. La mezcla de pasión y rigor ha sido la fórmula que ha aplicado Zedda a su carrera y su mejor presentación para estar entre los más grandes de la Ópera.