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¿Quieres una vida cómoda o ser músico?

Carta abierta: Gustavo Gimeno sobre el fallecido Mariss Jansons

“¡Cuéntame, Gustavo! ¿Cómo es la orquesta? ¿Y como va el Schumann? ¿Les gusta trabajar? Y ¿cómo es la disciplina? Y cuéntame también, quiero saber….” Así empezó nuestra última conversación cuando nos vimos por última vez en el Musikverein, justo después de una prueba acústica con su Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera. 

Tener una conversación normal con Mariss a menudo era imposible: hacía un montón de preguntas con la máxima pasión y curiosidad, y a veces resultaba frustrante. Era yo quien quería preguntarle tantas cosas y aprender de él, pero muchas veces me sentía tímido ante él, y en cualquier caso, siempre “disparaba” primero… y ya apenas tenías ocasión de cambiar la dirección de la conversación. Pero me encantaba verlo en acción ya fuera ensayando, dirigiendo un concierto, reuniéndose con un solista o simplemente manteniendo una conversación con alguien: siempre era fascinante. Siempre tenía comentarios, preguntas y observaciones peculiares e inteligentes.

Pero estoy convencido de que una personalidad tan interesante, curiosa, humilde, apasionada y resuelta le convirtieron en el artista que hoy conocemos, un artista en constante evolución que no solo dominaría los clásicos rusos, sino que también destacaría interpretando a Mahler en Amsterdam, a Bruckner en Viena o a Strauss en Múnich. 

Cuando yo era niño, incluso antes de empezar a estudiar música, recuerdo ver un concierto (en aquel tiempo en España era raro ver un concierto de una orquesta extranjera en televisión) que mi padre había grabado, y leer en la pantalla: “Filarmónica de Leningrado”, “Mariss Jansons”, “La consagración de la primavera”. A menudo, de niño, algunos nombres y situaciones se te graban en la memoria, y eso fue lo que sucedió: memoricé el nombre de Mariss Jansons. Encontré su presencia, su expresión y su forma de dirigir absolutamente magnéticas. Me encantaba observarle. Lo último que yo (o mi padre) podía imaginar es que este joven que veía en la pantalla llegaría a tener semejante impacto e influencia en mi vida.

Fue solo diez años más tarde, durante mis estudios, cuando tuve la increíble oportunidad de colaborar con la Orquesta del Concertgebouw por primera vez en mi vida, y no podría haber sido más feliz, era un sueño hecho realidad. Fue interpretando la séptima de Shostakovich, dirigida por Mariss Jansons. ¡Le iba a conocer en persona! No podía apartar los ojos de él: su forma de dirigir era tan elegante, sus ensayos tan organizados y detallados, sus modales al dirigirse a los intérpretes tan extremadamente amables… Pero llegó el concierto y yo no podía creerme que fuera la misma persona. No era exactamente el mismo director que había visto en los ensayos: irradiaba tal energía y pasión que, incluso estando lejos de él casi tuve miedo, incluyendo el miedo a arruinar lo maravillosamente que la orquesta estaba tocando, y, de alguna manera, de decepcionar a este hombre al que admiraba tanto (incluso aunque él, obviamente, no hubiera reparado en mí). El contenido emocional de su presencia transmitía una energía muy especial que yo nunca había experimentado antes, de modo que de pronto me enfrenté a emociones con las que tuve que aprender a lidiar....

Esa era una de las más grandes cualidades de Jansons; paradójicamente, en los ensayos controlaba los detalles hasta el extremo: cuándo tenía que respirar exactamente un trompa, cuántos centímetros tenía que abrirse la puerta para la banda que tocaba desde detrás del escenario, o qué baquetas tenía que usar el intérprete del bombo… en el concierto parecía olvidar todos esos comentarios detallados y los transformaba en las más profundas emociones. 

La vida nos acercó aún más cuando yo me convertí en miembro de la Orquesta del Concertgebouw, y él en mi director principal. Haberle visto en tantos ensayos y conciertos representa alguna de las mejores lecciones de música que he tenido y algunos de los momentos más emocionantes de mi vida. Era impresionante ver día tras día lo interesantes que eran sus ensayos, y cómo no importaba realmente dónde tocásemos, él jamás perdía la ocasión de disfrutar de hacer música, de motivar e inspirar a todo el que le rodeaba. Y me di cuenta de que mi vida era mejor con él cerca; más exigente también (!), pero maravillosamente inspiradora.

Inicialmente no siempre era abierto ni accesible, pero una vez que se te abría, para él eras “familia”. Uno de los grandes regalos de mi vida fue trabajar de cerca con él como director ayudante, con lo que pude sentir su apoyo y su generosidad. Y darme cuenta aún con más fuerza de lo importante que era la música para él: era su vida, su Dios. Una frase muy típica de Mariss, que define perfectamente su personalidad, era: “¿Qué quieres: tener una vida cómoda o ser músico?”

Era un gran ser humano, con un increíble mundo interior, que incluía inseguridades, dudas, y a veces fragilidad, y no le daba miedo mostrarlo o incluso reírse de sí mismo. Todo ello le hacía aún más fascinante como artista y como ser humano. Hay y habrá otros grandes directores, pero él era más que eso, era verdaderamente querido por todos. Querido por músicos, orquestas, colegas y audiencias de todo el mundo. Su honestidad como músico siempre conmovía a la gente de una forma única y muy profunda. 

Estoy seguro de que se le echará mucho en falta, y a la vez será un gran ejemplo y una referencia para las generaciones que vendrán. 

Queridísimo Mariss, 

Descansa en paz. 

 

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