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María José Moliner

Madrid. 13/04/16. Teatro de la Zarzuela. Temporada 15/16. Parera Fons: María Moliner. María José Montiel (María Moliner). José Julián Frontal (Fernando). Sandra Fernández (Carmen Conde / Inspectora del SEU). Celia Alcedo (Emilia Pardo Bazán). María José Suárez (Isidra de Guzmán). Lola Casariego (Gertrudis Gómez de Avellaneda). Juan Pons (Sillón B de la RAE). Sebastià Peris (Goyanes). Entre otros. Paco Azorín, dirección de escena y escenografía. Víctor Pablo Pérez, dirección musical.

Se preguntaban Antoni Parera Fons y María José Montiel en una entrevista a modo de diálogo concedida a Platea Magazine y que pueden ver al final de esta crítica, si habían tratado bien a María Moliner en esta nueva obra. A tenor de los resultados, no sólo la han tratado bien sino que, además, le han hecho necesaria justicia; algo a priori complicado cuando la protagonista lo que pide a gritos es una, dos o cientos de versiones teatrales, como la que escribiese Manuel Calzada bajo el título El diccionario, o bien televisivas o cinematográficas. Dramáticas al fin y al cabo pero, ¿operística? De hecho, esta traslación musical de la lexicógrafa aragonesa nació en el imaginario de una mente teatral como la de Paco Azorín y no en la del compositor, ni siquiera en la de su libretista Lucía Vilanova, y es por ello que desde su primer momento de vida y el primer minuto de su desarrollo al alzarse el telón, María Moliner exhala drama y teatralidad.

El trabajo de Paco Azorín convence a través de dos grandes bazas: el aprovechamiento del espacio escénico y sus recursos, tal y como pudo verse recientemente en el Centro Dramático Nacional con Vida de Galileo y que se disfruta ahora aquí, con elementos básicos, cotidianos, en sencilla pero estratégica disposición, rodeados ahora por modernidades varias, como la gran estructura metálica con la que va tomando forma la escena y con especial utilización de los recursos visuales como el sentido trabajo de vídeo de Pedro Chamizo. El otro tanto, claramente, es la dirección de escena, detallada y diríase intimista, con gestos que provienen del interior de los personajes. La forma de llevarse la mano a la boca al pensar y el dolor en la expresión de la protagonista en su escena final son sólo pequeños ejemplos de la búsqueda de lo humano tras la historia que narrar.
    Si en aquel Galileo se gozó de veras con el soberbio trabajo de Felype de Lima con el vestuario, Azorín no ha querido menos en la Zarzuela y ha contado con la experimentada aguja de María Araujo (Alfaro, Pou, Flotats, Mestres, Gas… todos quieren trabajar con ella), quien de nuevo ha dotado de teatralidad a una forma de vestir sencilla y sobria como era la de Moliner, con muchos y acertadísimos cambios de vestuario.

Quizá el principal escollo de esta concepción haya sido la plasmación del paso del tiempo. El tiempo no suele poner las cosas fáciles y en la biografía de la Moliner no iba a ser menos. La estructuración del mismo y su desarrollo a través de la música o el texto resultó algo destemplada por momentos. Mucho que mostrar en tan poco tiempo, apenas un par de horas, que terminaban por dibujar una línea de vida algo difusa. Por otro lado, tal vez hubiera sido preferible la supresión del almanaque, puesto que imprimía un innecesario estatismo al desarrollo de los acontecimientos acontecidos, separando cada escena sin una mínima consideración a la inteligencia del espectador para ser capaz de ubicarse en el espacio-tiempo. Quizá hubiese sido mejor dejar a la música expresarse por sí misma. Un música muy cuidada, sencilla que no simple ni fácil (especial cuidado requiere la última parte de la partitura), acertada en pro de la palabra como no podía ser menos tratándose de Antoni Parera Fons, cantautor y máximo defensor de lo escrito, como así viene demostrando a lo largo de toda su carrera compositiva. Con la música de Parera Fons es más fácil escuchar la palabra, conocerla, sentirla y en última o primera instancia, amarla.

En María José Montiel descansa y vive María Moliner. María José Moliner. Sobre ella se sostiene toda la ópera, música y texto. Lo hace de tal manera que se hace difícil imaginarla en la voz de otra protagonista. Parera Fons parece intuirlo desde un principio y le otorga, además de una presencia casi continuada sobre el escenario (sólo se ausenta en un par de ocasiones) dos grandes momentos solistas que coinciden con el comienzo y final de la partitura y que vienen a resumir toda la evolución personal de la lexicógrafa. Desde el canto desplegado, enérgico, amplio de la ilusión inicial, un canto de vida reflejo de una mentalidad particularísima, tenaz y perseverante, hasta el ocaso entrecortado, silábico, y el esfuerzo por recordar cada palabra, víctima del Alzheimer. Una Montiel que se respira y siente Moliner. Ella. Nosotros. Suerte de este estreno que ha contado con el protagonismo de una artista tan comprometida. En sus últimos momentos y su mirada final al público, recordando a su madre, su diccionario y a ella misma, la madrileña nos vuelve a estremecer.

Acompañando a la protagonista el barítono José Julián Frontal como su marido Fernando, breve papel que defendió con solvencia y a destacar especialmente la intervención especial de Juan Pons como el Sillón B de la RAE. Todo un lujo. Más que un lujo. Por una vez una nueva composición que cuenta con grandes y reconocidas voces en su estreno, al modo inglés, del que para estas cosas tanto tenemos que aprender. Adecuadas y acertadas las académicas en las voces de Sandra Fernández, María José Suárez, Celia Alcedo y Lola Casariego, así como el Goyanes de Sebastià Peris. Un reparto que subió el listón del estreno, sin duda, redondeado por la puntillosa labor de Víctor Pablo Pérez a la batuta. Todo un reto al frente de la ORCAM, sin duda, del que salió más que airoso.