Teresa Antón Juaquín Gemma Escribano 4 copia 1

Teresa Berganza: Sentir en la hipérbole 

"Hasta las canciones me salen hoy tristes", Teresa. La vida es demasiado breve, sí. Escribo por no llorar... pero lloro. Mucho. En cada uno de los puntos de este texto. Y discúlpenme ustedes, por favor, si no encuentro hoy las palabras, porque estas líneas son puro recuerdo.

El arte de Teresa Berganza ha significado, de alguna manera, todo en mi carrera profesional y, por tanto, en gran parte de mi vida. Con su Carmen del Teatro de la Zarzuela yo descubrí la ópera, al tiempo que ella hacía re-descubrir el personaje de Bizet a todo el mundo. Con ella descubrí ese mundo que abraza cuando este otro falla. El amor de una voz. La magia del teatro. ¡El olor! ¡El olor de los teatros que a ella tanto le gustaba recordar! ¡Ay! ¡Los pretéritos son lo peor que hay en la vida que continúa!

Y tras aquellas seguidillas y habaneras, vino, ya digo, todo. Nadie ha dicho como ella ha dicho a través de la música. Cantando Haendel, Pergolesi o Cherubini. Cantando Falla, Lorca o Montsalvatge. Su Rossini es alegría de vivir y su Mozart la serenidad que siempre necesito. Aún no he perdido el miedo a la aguja del tatuador, pero ten claro que, en cuanto sea capaz, me grabaré aquella frase que tú me escribiste una vez, "a pesar de la caligrafía" (¡tú siempre tan coqueta!): "Voi che sapete". Como reconocimiento a las mujeres que me han enseñado lo que es el amor en la vida.

Su voz, lo he dicho tantas veces, es luz. Luz y sonrisa, como aquel truco que le enseñabas una y otra vez a Gemma para quedar siempre bien en las fotos. Esa medio sonrisa, seductora, pícara, que nunca fallaba. No sabes la de veces que recuerdo aquel día, en una sesión de fotos, en que, al enterarte de un problemilla, viniste a decirnos: "yo que siempre he sido un poco brujilla, os digo que lo vais a conseguir". Y sé que así va a ser. En otra sesión, en el escenario del Teatro de la Zarzuela, me lancé a cantarte, osadía la mía, El último romántico: "La madrileña de pies chiquititos, ojos de sultana, dientes de marfil, que siempre fue alegre y desenvuelta...". "Pero guapo mío, ¡si tengo los pies como barcos de grandes! ¡Mis dientes no me gustan¡ ¡Y hubo una época en que yo tenía fama de mal genio, ¡no sé por qué! Lo de los ojos de sultana... eso no te lo voy a negar, ¡y más chulapa que madame de cachupín! Reímos, reímos mucho aquel día. Su manera de seducir a la cámara, al fotógrafo, a todos. "Necesito alguien a quien mirar". Y allí cayó rendido hasta el apuntador. Creo que no ha habido ninguna voz en la historia con mayor capacidad de seducción que la de Teresa.

En otra ocasión, en su casa de El Escorial, cantamos el Oiga usté caballero de El año pasado por agua. Por supuesto, ella a sus ochenta cantaba mientras yo trataba de averiguar cómo abrir mi boca. Ella no recordaba el nombre de la zarzuela: "¡Es que he cantado tanto! ¡He vivido tanto! ¡Y lo he vivido tan feliz!". Teresa ha vivido en la hipérbole. Teresa ha sentido en la hipérbole. Y eso es lo que ha hecho de ella una de las artistas más importantes en la historia de la lírica. Un timbre terso e irisado en colores pastel unido al poder de la palabra. De aquel mismo día recuerdo, sin embargo, ser consciente del mayor valor la Berganza: Ser Teresa a través de su familia. Una familia, como no podía ser de otro modo, de auténtica luz. Aquella forma suya de desvivirse al hablar de sus hijos y nietos... eso es el amor. 

Recupero un pequeño texto que escribí hace años sobre ella, para que no se ahoguen ustedes en mis recuerdos y pueda poner en valor todo lo que significa Teresa:

"Teresa Berganza canta sobre la luz y, como los mejores maestros del Barroco, descubre texturas, relieves y colores mientras nos muestra la realidad del texto que canta. Tal es su nítida dicción, su clarividente trabajo con la palabra, su proverbial fraseo. Uno puede perder el sentido tras escuchar una determinada obra, pero con Teresa es imposible no dejarse llevar en cada acento, cada intención. Desde la inmanencia de esa luz que le es propia, Teresa trasciende. Nada tiene que envidiar a Rubens, Rembrandt o Caravaggio; la Berganza pinta al cantar y de ellos pareciera haber aprendido mientras paseaba de niña por las salas del Museo del Prado, cogida de la mano de su padre. Todo en el arte es juego de luces, de contrastes, y la madrileña ha sabido manejarlos como pocos. De timbre iridiscente, con un centro cálido, suntuoso y agudo brillante, cada entonación y cada nota en la mezzosoprano se antojan sólo equiparables a cada pincelada de Vermeer iluminando lo cotidiano, al Velázquez cortesano o al Rubens mitológico.

La voz de Teresa bebe del magisterio de la luz. A sus formas se ha de sumar sus intenciones. Por encima de todas ellas, el máximo respeto al compositor, que la llevó a adelantarse a renaissances, corrientes y generaciones posteriores. El resurgir rossiniano de los ochenta llegó treinta años des. pués de que Teresa lo comenzara. También era ella quién cantaba Barroco como se debía mucho antes del movimiento historicista; despojó a Falla del folclore mal entendido y dotó a la canción española, desde el gaditano a Montsalvatge pasando por Turina, Guridi o Granados de unas formas no escuchadas hasta entonces. Nos sedujo con una Carmen entendida desde el interior de la mujer y no desde el exterior del hombre y siempre se presentó como embajadora de nuestro género más propio, la zarzuela, por todo el mundo. Y a lo largo de toda su carrera, una constante: Mozart, a quién no se cansa de afirmar que le debe todo. Algo tiene que deberle él a Teresa cuando ha construido no sólo una brillante Dorabella, uno de los Sestos más galantes o una Zerlina para el recuerdo, sino que además nos ha regalado a Cherubino. La Berganza es luz, verbo y cuerpo de cada personaje que ha subido a un escenario, pero su Cherubino no tiene parangón posible.

A Berganza se la adora, a Teresa se la ama. Rezuma amor por los cuatro costados. se la siente como propia. Es lo que tiene haberse dejado el corazón sobre el escenario: consigue que parte de el nuestro acabe siendo el suyo".

Teresa, si yo hoy estoy aquí sentado escribiendo estas palabras con la vida plena, serena que puedo tener, en lo profesional y en lo personal, es algo que te debo, en parte, también a ti. Y como yo, muchos otros que de forma directa o indirecta debemos parte de lo que somos a quien tú eres. Ella me contó que, al principio de su carrera, tras su primer concierto, en el Ateneo de Madrid, un crítico escribió que se dedicara a otras cosas. Entonces su madre le dijo: "Hija, sigue siendo humilde toda tu vida, como lo has sido hasta hoy". "Y esas palabras - concluía - las llevo clavadas dentro de mí". Ahora, has dejado dicho: "Vine al mundo y no se enteró nadie, así que deseo lo mismo cuando me vaya". Maravillosa hasta el final, aunque bien sabes que eso va a ser imposible, porque se te quiere mucho.