Cenerentola real deshayes perez garcia javier del real 1

Gris ceniza 

Madrid. 25/09/21. Teatro Real. Rossini: La cenerentola. Karine Deshayes (Angelina). Dmitry Korchak (Don Ramiro). Renato Girolami (Don Magnífico). Florian Sempey (Dandini). Rocío Pérez (Clorinda). Carol García (Tisbe). Roberto Tagliavini (Alidoro). Coro Intermezzo. Orquesta Sinfónica de Madrid. Stefan Herheim, dirección de escena. Riccardo Frizza, dirección musical.

100 años de temporadas; 25 desde su reinauguración. El Teatro Real está (vuelve a estar) de celebración. De aquel primer año en el coliseo (1851), llama la atención (o no), la composición de una temporada sólo sobre cuatro nombres: Bellini, Donizetti, Verdi y Rossini. De este último, vemos ya La cenerentola, siendo uno de los pocos títulos que repetirían al curso siguiente, junto a Ernani, La fille du régiment (en italiano), Lucia di Lammermoor y La sonnambula (que el Real volverá a subir a su escenario la temporada que viene). Lo cierto es que, a pesar de la sensación generalizada de que Rossini no es un autor que se escuche con frecuencia en la Plaza de Oriente, si echamos la vista atrás, tan sólo en el último cuarto de siglo se ha representado, de media, cada tres años. Sin embargo, es cierto que, en realidad, Madrid lleva sin escuchar un título rossiniano en su escenario operístico por antonomasia desde 2013: Il barbiere di Siviglia. Que no se haya escuchado con anterioridad en el siglo XXI, desde 2009: L'italiana in Algeri.

Y así seguirá siendo hasta que escuchemos, próximamente, Il turco in Italia. Por el momento, Joan Matabosch devuelve a Rossini al Teatro Real con Cenerentola, que se disfrutó aquí en 2001 y que en 2018 se ofreció en el Auditorio Nacional con Cecilia Bartoli. Compuesta con 25 años y en la cima de su carrera, un año después del gran éxito que supuso Barbiere y tras títulos cómicos tan señeros como L'italiana in Algeri o Il turco in Italia, Cenerentola supone, prácticamente y a excepción de Il viaggio a Reims y su desdoblamiento Le Comte Ory, la despedida de lo buffo por parte de Rossini. Ni siquiera es este un título de comicidad tal, sino más bien un dramma giocoso, como él mismo la describió. El Romanticismo, a cuya puerta se permitió llamar el de Pésaro con Guillaume Tell como último estandarte personal, imponía un cambio de tendencia hacia el drama absoluto. Vendrían así Semiramide, La donna del lago, Mosè o Ermione. Cenerentola supuso pues, como decía, un punto de inflexión. Dandini, Don Magnífico y las hermanastras... Todo es comicidad alrededor de Angelina y Don Ramiro, roles mucho más serios, de nostálgica paleta de colores y aliento romántico... y la trama es, en realidad, todo un drama.

Para abrir la temporada número 100 se ha recurrido a una producción de Stefan Herheim para las óperas de Oslo y Lyon, gris en planteamiento y en resultados. Todo en ella recuerda a lo ya visto, como apunta mi compañero Javier del Olivo en su reseña del cast alternativo. Un conjunto de ideas muy manidas para la comedia rossiniana que no consigue alzar el vuelo, ante un público que se mostró especialmente frío. Más que de costumbre en una ciudad a la que aún le queda mucho para tener una verdadera tradición operística. La propuesta del director noruego se apoya con demasiada frecuencia en referencias alternativas de Cenicienta, desde Perrault a Disney, pasando por un exagerado movimiento contínuo de personajes, donde prima el recurrir a lo físico constantemente. Es el miedo de tantos directores y directoras escénicas ante el mal comprendido bel canto, al que cargan con un falso estatismo que no se ajusta a la realidad y del que pretenden liberar a cada título, naufragando en el intento. El bel canto son las voces y hay que darles su espacio, ¡estamos hablando de Rossini! Herheim llega a rozar lo vulgar en ocasiones, como en los movimientos espasmódicos de los personajes cuando Cenerentola entona su rondó final. Uno podría encontrar la idea de incluir al propio Rossini sobre el escenario como una idea original... no cuando es una fórmula repetida por el director y de interesante pasa a meh. Diera la impresión que es un encargo al uso, que todos tenemos que comer, y que esta mirada a Rossini es del todo superficial. No descubro nada, no me sorprende nada.

Desde el foso, una garantía como es la batuta del italiano Riccardo Frizza, todo un referente en el repertorio. Con la edición crítica de Alberto Zedda en el atril, esta Cenerentola gana en su propia elegancia, en su patetismo y candor, sin renunciar a los crescendi, colores y piruetas propias de la comedia rossiniana. Se echó en falta, sin embargo, cierto punto de brillo, de chispa rossiniana, tal vez más por reminiscencias de tradición que por realidades compositivas. Todo equilibrado, siempre, mirando a las voces que tenía sobre el escenario y en su justa medida (aunque no siempre resultase suficiente), sin histrionismos y, juraría, plegado lo máximo posible a la partitura. Diría, en cualquier caso, que en este caso la escena se ha comido, ha devorado al foso. Estimable el buen hacer del Coro Intermezzo, de menos a más y destacar, al mismo tiempo, el fortepiano de Daniela Pellegrino, distinguido y variado.

Como protagonista, la Angelina de Karine Deshayes se mostró siempre dispuesta y entregada, aunque sus medios no sean los idóneos para un escenario del tamaño del Real, siendo tapada en ocasiones por una orquesta nunca desmedida, inaudible en los concertantes. Una protagonista a la que faltan acentos e intención en el fraseo, de limitadas agilidades, grave desguarnecido y agudo brillante, donde más cómoda se encuentra, con un canto, no obstante, sugerente en colores y siempre refinado. A su lado el Ramido de Dmitri Korchak, quien hace poco sacó adelante, también en el Real, uno de los personajes más complicados del belcantismo: Gualtiero de Il pirata. De nuevo, un papel disfrutable en su voz y en sus formas, de bello centro y agudo dsenvuelto, con distinguidos recursos técnicos para sacar adelante las partes más complicadas de su partichela.

Entre los roles más secundarios, destacó el Dandini de Florian Sempey. Voz timbrada, ágil en su endiablada partitura y con un fraseo intencionado, con el mayor de los sentidos, redondeó el personaje con una actuación dramática redonda. Noble y suficiente como Alidoro el bajo fetiche de la casa, Roberto Tagliavini, en su décima producción en los últimos diez años del Real. Correcto Renato Girolami como Magnífico, cargando las tintas en lo bufo y extraordinarias las hermanas Tisbe y Clorinda en las voces de Carol García y Rocío Pérez respectivamente. La primera mostró sus sobradas cualidades cánoras y actorales, ¡habiendo ya protagonizado esta obra en otras ocasiones!, o habiendo cantado Werther y Les contes d'Hoffmann en el Liceu, en su apuesta decidida y real por las voces locales. Pérez, por su parte, mostró una voz bellísima, siempre audible, timbrada, ágil, unida a una vis cómica y dramática de primer orden, de teatro de verdad, ya lo he dicho en otras ocasiones, con un visible embarazo que hace su dedicación al escenario aún más elogiable. Bravo por ellas.