Ariadne Liceu21 a 

Huir de lo fácil 

Barcelona. 26/09/2021. Gran Teatre del Liceu. Strauss: Ariadne auf Naxos. Miina-Liisa Värelä (Ariadne). Samantha Hankey (Compositor). Elena Sancho (Zerbinetta). Niiolai Schukoff (Bacchus). José Antonio López (Un maestro de música). Roger Padullés (Un maestro de danza). Katie Mitchell, dirección de escena. Josep Pons, dirección musical.

A pesar de lo desigual e incierto del resultado final, hay que ponderar con mérito estas funciones con las que el Liceu abre estos días su temporada 21/22. Y digo esto porque Ariadne auf Naxos dista mucho de ser un título popular; de hecho, está de algún modo en las antípodas de lo que podríamos considerar el gran repertorio. Obra de culto en Centroeuropa, en España ha tenido un asiento desigual y se escenifica muy de tanto en tanto.

Y es que como sucede con otras piezas del mismo compositor como Capriccio, Der schweigsame Frau, o Intermezzo, esta suerte de enredos metateatrales cuajados de referencias mitológicas han envejecido mal, sobre todo para un público por lo general desinformado en materia de cultura clásica y muy distante del que se fascinaba con estas creaciones en el primer tercio del pasado siglo XX.

Vaya por delante, así, mi admiración por el Liceu comandado ahora por Víctor García de Gomar, que ha osado huir de lo fácil para abrir su presente temporada. Imagino que las cifras de público quedarán lejos de lo deseable, pero es loable el esfuerzo de ir más allá de Aidas, Traviatas y Rigolettos, por decirlo en pocas palabras. 

Ariadne Liceu21 b

El reto pues, en línea con lo expuesto más arriba sobre la vigencia de este título, estribaba en mostrarlo con sentido y vigencia ante el público de nuestros días. El tan trillado debate sobre actualizar o no los clásicos, tiene -aquí sí- todo el sentido en torno a Ariadne auf Naxos. Ahora bien, dicho esto, lo cierto es que la propuesta escénica de Katie Mitchell es desconcertante y, honestamente, dudo que juegue a favor de la particular naturaleza que ya de por sí tiene esta partitura de Richard Strauss.

Y es que la suerte de performance con aires de pantomima que Mitchell pone en juego no contribuye a un entendimiento más clarificador y estimulante de la pieza, más bien todo lo contrario. Había tenido ya noticia de la propuesta de Mitchell a resultas de su estreno en el Festival d´Aix-en-Provence, en el verano de 2018. Ya entonces fue acogida con escaso entusiasmo.

Confieso acumular ya cierto tedio ante una serie de repetidos tics que se identifican entre numerosos directores de escena, más o menos de moda de un tiempo a esta parte. No puede faltar un embarazo, por supuesto luces led aquí o allá, un par de coreografías fáciles y repetitivas... Superficialidad a raudales, por decirlo pronto. Nada consistente que tenga que ver con los asuntos determinantes que se despachan en el transcurso de Ariadne auf Naxos, que es mucho más que un trivial y caduco teatrillo burgués, a lo que Mitchell termina por reducir la obra, lo quiera o no. En resumidas cuentas la directora inglesa, y esto es lo más grave de su propuesta, pierde una excelente ocasión para proponernos una reflexión sobre el papel contemporáneo de las artes entre la burguesía actual y sus tics superficiales. 

En el rol titular, sustituyendo a la originalmente prevista Iréne Theorin, escuchamos a Miina-Liisa Värelä, la responsable de cantar esta misma producción cuando se llevó a escena en Finlandia. Voz importante, de caudal generoso, bien dotada en los extremos y con el color idóneo para esta parte, se trata sin embargo de una cantante de escaso magnetismo, con una desenvoltura escénica un tanto limitada y, en conjunto, demasiado adusta para componer una Ariadne con gancho.

Aunque sin duda la protagonista de la velada fue la excelente mezzosoprano Samantha Hankey, una voz que viene despuntando en la Bayerische Staatsoper de Múnich y a la que conviene seguir muy de cerca. Su compositor fue un dechado de virtudes, un ejemplo de lo que debiera ser el canto straussiano: limpieza en la emisión, fraseo estimulante, naturalidad, capacidad para colorear el instrumento a placer. La mezzosoprano estadounidense elevó el nivel de la velada de un modo evidente.

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Tras muchos años vinculada a la Ópera de Düsseldorf, la soprano Elena Sancho hizo gala de su espléndida escuela de canto, con una Zerbinetta de manual. De timbre desenvuelto y brillante, la soprano donostiarra hizo fácil lo dificil, plegándose a las muchas exigencias de la propuesta escénica de Mitchell. Apenas cumplidor el Bacchus del tenor Nikolai Schukoff, con un tercio agudo disminuido y demasiado cauteloso.

Y brillante, en términos generales, el resto del elenco, cuajado de voces españolas como el maestro de música de José Antonio López o el maestro de danza de Roger Padullés. Y por supuesto, Sonia de Munck, Núria Vilà y Anaïs Masllorens como Náyade, Echo y Dríade; así como Vicenç Esteve como Scaramuccio o Juan Noval-Moro como Brighella, entre otros. Completaban el extenso cartel los siempre profesionales David Lagares como lacayo y Josep Fadó como oficial; el Arlequín de Benjamin Appl, un tanto desorientado en su vis teatral; y los eficaces Alex Rosen como Truffaldino, Maik Solbach como mayordomo y Jorge Rodriguez Norton como peluquero.  

El foso corrió nuevamente a cargo del maestro titular del teatro, Josep Pons. No dudo lo más mínimo de sus buenas intenciones, pero el resultado fue una lectura falta de empaque, de escaso lirismo, sin refinamiento y, lo que es peor tratándose de Strauss, sin magia alguna. Su batuta resultó demasiado incisiva, marcando en demasía la literalidad, sin fluidez ni vuelo. Strauss requiere aire, recreación, fantasía, riesgo... Pons en cambio brindó una versión un tanto atenazada, con un fraseo ciertamente corto de miras. Tampoco la orquesta del Liceu tuvo una de sus ejecuciones más inspiradas, con una versión bastante grisacea.

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Fotos: © David Ruano