levit bofill palau de la musica catalana shostakovich

La cosa viva más vieja

Barcelona. 21/10/21. Palau de la Música. Shostakovich: 24 Preludios y fugas. Igor Levit, piano.

… Sacó de su casa a rastras un piano y el grupo entero la emprendió a hachazos con él hasta destrozarlo, y luego le prendieron fuego, refiriéndose a él como «la cosa viva más vieja» (…) Iba a ser tremendamente difícil escribir para los periódicos sobre el Final de una Época…”.

Ponche de ácido lisérgico, Tom Wolfe.

Tantos finales de época ha vivido y parece vivir la música… y en todos ellos, de alguna manera, el teclado como testigo directo, sino cómplice de las nuevas formas, la nueva carne. Bach como principio de tanto, Shostakovich casi como un icono, a pesar de todo. Cada cambio de era, aun sin pretenderlo, es el comienzo de una nueva vida. La de los 24 Preludios y fugas de Dmitri Shostakovich, estrenados en 1952, es bien sabido que tienen como gérmen El clave bien temperado del genio barroco, tras escuchárselo Dmitri a la gran Tatiana Nikolayeva (a quien el compositor dedicaría su nueva obra), en el marco del 200 aniversario del nacimiento de Bach, y se incardina entre los grandes ciclos para piano solo de la historia de la música, como podrían ser los Preludios de Chopin (compartiendo discurso sonoro por quintas: tonalidades mayores y relativos menores) o los Estudios de Ligeti.

Sin duda, estamos ante la obra para piano solo (para piano, directamente) más importante de Shostakovich y la de mayor relevancia. Apenas regresaría al teclado en su soledad tras ella. Técnica y fantasía a borbotones, que al fin y al cabo era también lo buscado por Bach. Y eso es, exactamente, lo que nos ofreció Igor Levit en el Palau de la Música Catalana de Barcelona. El pianista alemán recrea la obra de arte total, el drama completo, a través de una concepción global y un discurso narrativo, sonoro, continuado. Escuchar en vivo a Levit con este Shostakovich, engarzando cada preludio y fuga, cada fuga y preludio es, sin duda, una experiencia mística en su máxima expresión. Al pianista le va la marcha y el formato grande, lo sabemos. Y lo agradecemos. Es por ello que hemos disfrutado de las 32 sonatas para piano de Beethoven, o de cada uno de sus dobles y triples álbumes discográficos anteriores. ¡De las Vexations de Satie durante la pandemia! Y tras todo ello y tras tanto Bach, tenía toda la lógica llegar a este Shostakovich de reminiscencias estilísticas, técnicas derivadas del alemán, embebido al mismo tiempo del carácter ya no ruso, incluido el folklore, sino del propio Shostakovich, en su última brecha formalista de la que Stalin tendría constancia... y de ahí, digamos, al Allegro de la Décima sinfonía, bailando sobre su tumba.

La de Levit, decía, es una versión propia, con su particular ritmo y narrativa, balanceada y ponderada en el todo, sin contrastes forzados entre las partes, y al mismo tiempo respetuosa con la partitura, con tiempos que discurren entre la mítica Nikolayeva y las degustadas – y referenciales – interpretaciones de Melnikov. Al mismo tiempo, el alemán de origen ruso imprime auténtico drama, verdadera fuerza, contorno y acentos a cada pieza, con sus caracteres inherentes. Así pudo apreciarse ya en el Preludio y Fuga nº1, especialmente en sus respectivos arranques, con Levit otorgando el tiempo y el espacio necesario a cada nota, dibujando la atmósfera necesaria y sin ahogar por ello la narrativa. La segunda fuga se mostró especialmente delineada, cincelando el pathos sarcástico, tétrico, tan propio del compositor. Conecta de forma sublime con el Preludio en sol mayor, de una fuerza, tensión y profundidad inusitadas, que llevan a Levit, incluso, a levantarse de la banqueta. Una carga que deriva, a su vez, en su respectiva Fuga y, al mismo tiempo, termina generando un bellísimo contrasete con la quietud del Preludio en re menor. Mientras, Levit, crea un pedal de lo más idiomático, controlado, sobrio a excepción de contadas ocasiones. Llega a cruzarse de piernas por momentos, una mano a la banqueta, la otra que se eleva, recreándose en la dinámica que crea la otra... Levit no sólo toca el piano, lo dirige.

En la Fuga nº5 se mostró más juguetón y el Preludio y fuga nº7 se desplegaron mágicos, discursivos, fluidos, decayendo un tanto la narrativa en el octavo conjunto. Maravilla fueron tanto el Preludio en si mayor como ese aire de pasacalle en el Número 12. De igual modo, una delicada, primorosa Fuga en si bemol menor, que resultó una auténtica delicia, o el solemne, colosal Preludio final en re menor. Prácticamente tres horas de recital, de una entrega y energía desbordantes, con porqués pensados y sentidos para cada pieza, que hicieron que aquella "cosa viva más vieja" que narraba Wolfe sonase, precisamente, más viva que nunca. Igor Levit es el pianista del momento. Y el del momento que viene.

Foto: Antoni Bofill.