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La luna 

Madrid. 15/12/21. Teatro Real. Puccini: La bohème. Ermonela Jaho (Mimì). Michael Fabiano (Rodolfo). Lucas Meachem (Marcello). Ruth Iniesta (Musetta). Krzysztof Baczyk (Colline). Joan Martín-Royo (Schaunard).  Coro Intermezzo. Orquesta Sinfónica de Madrid. Richard Jones, dirección escénica. Nicola Luisotti, dirección musical.

Nada hay más navideño en el mundo operístico que La bohème. Por supuesto que cada año, por estas fechas, los auditorios están trufados de mesías haendelianos, oratorios y cantatas de Bach y similares, pero en un teatro lírico, con permiso de la más desconocida Amahl and the Night Visitors, de Menotti, nada puede equipararse al inmortal título pucciniano. Nos hace sentirnos mejores personas, que es de lo que va la Navidad, aunque en realidad no lo seamos. Además, estos tiempos son, suelen ser, para bien o para mal, momentos idóneos para volver, para reencontrarse. Y así lo ha debido entender el Teatro Real, porque recupera una de las producciones que peores críticas han recibido en su etapa reciente: la de Richard Jones, en coproducción con la Ópera de Chicago y el Covent Garden londinense. Hay que amortizar los gastos, lógico, y nada hay más navideño, al mismo tiempo, que la rentabilidad. Por cierto que, sin explicación alguna, el Real ha cambiado una de sus nuevas producciones previstas esta temporada, la mozartiana Le nozze di Figaro, firmada por Lotte de Beer, en coproducción con Aix-En-Privence, por el alquiler de la de Claus Guth en Salzburgo.

Es bueno volver. Es un ejercicio necesario para avanzar, e incluso para terminar de pasar página. Cuatro años después de aquellas primeras funciones (curiosamente, el mismo espacio de tiempo y las mismas fechas en que Les Arts de València recupera su Madama Butterfly, de la que he escrito estos días), recibo esta Bohème con tanto como ha sucedido desde entonces en mi forma de ver, escuchar, sentir. La dirección de escena de Jones me sigue pareciendo poco menos que absurda por momentos. No me gusta, en absoluto, emplear términos como estos, pero quedémonos con su acepción como algo contradictorio e irregular. Llego ahora a la conclusión, o así lo recibo, de que este Rodolfo de Jones es aún un tipo al que queda mucho por vivir, que no sabe por dónde le da el aire... que es un muchacho un tanto obtuso. Ya sólo en la subida del telón, viéndole con medio cuerpo asomando por la ventana, en el tejado, ¡intentando así entrar en calor, en pleno invierno! te hace temer lo peor. Luego se agarran y rebozan por el tiro de una chimenea encendida... y el primer encuentro entre Mimì y Rodolfo es de lo más decepcionante que he visto en este título... y no es una obra que se represente poco. Cuando Mimì prácticamente ya se muere en el suelo de la habitación al entrar y Rodolfo le da un puntapié... es vergonzoso. Más que nada, porque no recibo una propuesta sólida. Lo dije entonces y lo digo ahora: de veras preferiría la luna si tiene más razón de ser en concepto que esta mirada vacía hacia lo clásico. ¡Y no será por lo que a Matabosch, director artístico de la casa, parece gustarle Guth! Cuatro producciones suyas desde que llegó, pero su Bohème satelital, no.

Quiero apreciar el pequeño habitáculo que representa la buhardilla en el primer acto, claustrofóbica en las circunstancias de sus protagonistas, por fea que sea y aunque no funcione, en absoluto, al final de la ópera, con su necesario movimiento y espacio escénico. El tercero es básico y, por qué no decirlo, feo. Y el segundo es, sin duda, lo que mejor funciona de toda la producción. Eso sí, con una propuesta siempre muy frontal, que castiga la visibilidad lateral. Un escenario sobrecargado de personajes en movimeinto, como es la Navidad (¡Asómense a la Gran Vía de Madrid!), agobiante, con aires londinenses (¡Igual Oxford Street!) y un café abarrotado, como cualquier café parisino, incluso hoy en día, en plena pandemia. El trajín es divertido, realista, lo compro y lo veo. Sobre todo, desde el momento en que se escucha a Ruth Iniesta con su risa como Musetta, ya incluso desde fuera de escena. La creación del personaje es total, absoluto, de lo mejor que he visto este año sobre los escenarios... y en mucho tiempo. Un papel secundario que se lleva de calle no sólo el acto, sino la función completa, recibiendo una ovación cerrada al final de la misma. Divertida, fresca y punzante escénicamente. Un imán para los ojos, porque está repleta de detalles y de evolución hacia un personaje que pasa de frívolo a doliente a medida que avanza la partitura. Y un imán para los oídos. Su comienzo de Quando m'en vo , con un timbre terso y un sonido bellísimo, le para a uno el tiempo.

Hablaba antes de Rodolfo, que estuvo, por suerte, muy bien defendido por el tenor estadounidense Michael Fabiano. De timbre grato, comedido en los ascensos de su aria del primer acto, con un fraseo agradecido y unos pianos muy personales, se mostró cómodo, brillando especialmente en los dos últimos actos. A su lado, la Mimì de Ermonela Jaho, que sabe morirse como nadie. En la vida hay que saber morirse. A la soprano le gusta un drama, lo disfruta, se recrea en él. Butterfly, Thaïs, Desdemona, Violetta, Antonia... cada una de sus muertes es maravillosa, por mal que pueda sonar. ¡Cómo no iba a serlo su final de Mimì, cuando Puccini escribía dos cosas de manera soberbia: el encuentro de los protagonistas y la muerte de los mismos! Jones se carga aquí la magia del primer acto, pero es imposible no emocionarse ante los sollozos de Rodolfo y el flashback que canta Mimì en el cuarto. La cantante es consciente de sus capacidades y de las cualidades de su instrumento, explotándolas con delicadeza y medida. En su caso, según entra por la puerta, ya sabemos que va a morir, con una frágil emotividad y un timbre homogéneo al servicio, siempre, del drama.

Completaban el reparto un inteligente y excelso Schaunard de Joan Martín-Royo, además de un suficiente Colline de Krzysztof Baczyk, al que parece faltarle mayor empaque en el registro grave, y el acertado Marcello del barítono Lucas Meachem. Pareciendo algo incómodo en momentos contados, mostró lo mejor de sí mismo del tercer acto en adelante.

Colorida, efusiva, teatral y con pulso la dirección orquestal de Nicola Luisotti, y extraordinario el Coro Intermezzo, así como los Pequeños Cantores de la JORCAM. Ni unos ni otros salieron a saludar tras el segundo acto o al final de la función, debido según ha comunicado el Teatro Real a Platea Magazine, a que "está ensayando estos días Extinción", obra de Cererols que se estrenará en abril. "El Teatro ha preferido programar Extinción, tras llegar a este acuerdo con el coro, que renunciar a un estreno absoluto". Qué raro se hace que un artista, que un cantante y los chavales del coro infantil no reciban el aplauso de su público...

Foto: Javier del Real.