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Belleza y sabiduría

Barcelona. 20/06/2022. Gran Teatre del Liceu. Mozart: Die Zauberflöte. Javier Camarena (Tamino). Lucry Crowe (Pamina). Stephen Milling (Sarastro). Thomas Oliemans (Papageno). Kathryn Lewek (Reina de la Noche). Matthias Goerne (Orador). Roger Padullés (Monostatos). David Lagares (Sacerdote/Hombre de armas). Albert Casals (Sacerdote/Hombre de armas). Berna Perles (Primera dama). Gemma Coma-Alabert (Segunda dama). Marta Infante (Tercera dama). David McVicar, dirección de escena. Gustavo Dudamel, dirección musical. 

El Gran Teatre del Liceu que Víctor García de Gomar lidera desde hace ya un par de años tiene en la figura de Gustavo Dudamel a un importante aliado. Si bien el maestro venezolano es el nuevo director musical de la Ópera de París -se vio por el Liceu de hecho a su responsable artístico, Alexander Neef-, Dudamel ha protagonizado algunas de las más notables veladas del coliseo catalán en su conquista de la normalidad durante la pandemia, como Il trovatore en versión concierto o las representaciones de Otello, ambos títulos de Verdi. En esta ocasión, el Liceu logró seducir al venezolano para dirigir aquí su primera Flauta mágica, con un resultado ciertamente logrado.

Lo cierto es que Dudamel dirige con manifiesta complicidad, obteniendo una sobresaliente entrega por parte de los atriles. El entusiasmo del venezolano es contagioso e inundó toda la sala. Como resultado escuchamos una versión ágil, refinada y de indudable tensión teatral. El Mozart de Dudamel es vitalista y apuesta por la belleza, sin regodearse, pero paladeando la exquisita música del genio de Salzburgo. Además el maestro venezolano estuvo muy atento a la escena, dando todas las entradas a los cantantes, aportando seguridad a su desempeño y respirando con ellos a menudo. Cabe aplaudir también la labor del coro titular del teatro, que brilló con luz propia, especialmente en la última escena, cantando en la boca del escenario.

En lugar de la propuesta escénica de  Simon McBurney, originalmente prevista, pudimos disfrutar de la producción de David McVicar, procedente de la Royal Opera House de Londres, donde se estrenó en 2003, y que es una auténtica delicia, un clásico por méritos propios. Realmente cuesta imaginar una manera más idónea de trasladar el complejo entramado que hay detrás de este libreto, con todas las alusiones a la masoneria y su esoterismo. McVicar opta más bien por iluminar a cada personaje con luz propia, con un tono narrativo sencillo pero eficaz. Estamos ante una producción poco pretenciosa, pero tremendamente afortunada, redondeada por la escenografía y vestuario de John Macfarlane.

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El elenco vocal de la noche rindió a gran altura. Quizá el mayor atractivo fue la presencia del tenor Javier Camarena en su debut como Tamino, papel que demostró haber preparado a conciencia. Su voz sonó plena, cómoda en la emisión y desahogada en el agudo. Por encima de todo destacaría el buen hacer del cantante mexicano con el texto alemán de su parte, realmente bien articulado. Su 'Dis Bildnis' fue uno de los momentos más redondos de la velada, de un lirismo ciertamente evocador.

A su lado, Lucy Crowe tuvo sus luces y sus sombras encarnando a Pamina. Su voz, en ocasiones, suena algo desguarnecida y destemplada, con titubeos de afinación un tanto desconcertantes. A cambio, es una intérprete de gusto exquisito, capaz de frasear con un sentimiento y una elegancia realmente genuinos, como quedó manifiesto en su hermosa recreación de 'Ach, Ich fühl´s'. 

Thomas Oliemans fue un encantador Papageno. Si bien su instrumento no posee especial relieve, el cantante lo maneja con gusto y con naturalidad y su actuación fue ciertamente esmerada. Estamos, qué duda cabe, ante uno de los papeles más simpáticos de todo el repertorio, pero hay que saber llevarlo a buen puerto y Oliemans estuvo atinado en todas y cada una de sus intervenciones.

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Por su parte, Kathryn Lewek brindó una Reina de la Noche de armas tomar. Canto con arrojo, casi con insolencia, sin arredrarse un ápice ante las intrincadas agilidades y coloraturas de su gran escena. Sin duda, su participación contribuyó a elevar la temperatura de la representación, resultando igualmente afortunada en sus dos arias, cantando siempre con palpable intensidad.

Stephen Milling, con envergadura de gigante y extraordinaria apostura escénica, cantó un Sarastro sereno y firme, nada estentoreo, lejos de otros bajos más epatantes en el grave, pero con un instrumento siempre bien timbrado. 

Fue sin duda un lujo contar con Matthias Goerne para la breve parte del Orador. Y resultaron muy competentes Albert Casals y David Lagares como Sacerdotes/Hombres de armas, especialmente esmerado Casals en su desempeño escénico en la escena con Papageno y las campanas.

Fantástico asimismo el Monostatos de Roger Padulles, intachable, y muy entregada la Papagena de Mercedes Gancedo, aportando frescura y vitalidad a sus escenas. Impecable, por último, el trío de damas integrado por Berna Perles, Gemma Coma-Alabert y Marta Infante, esmeradísimas todas ellas con el texto en alemán y absolutamente entradas en su labor escénica. 

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Fotos: © David Ruano