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El comienzo de una nueva era

Berlín. 28/08/2022. Philharmonie. Musikfest Berlin. Obras de Saariaho y Mahler. Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam. Klaus Mäkelä, dirección musical.

Apenas recién designado el pasado mes de junio como próximo director titular de la Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam a partir de 2027, el joven maestro finlandés Klaus Mäkelä (Helsinki, 1996) ha emprendido su primera gira con la formación holandesa. La primera cita tuvo el honor de ser el concierto inaugural del ya célebre Musikfest Berlín, un encuentro anual que congrega a las mejores orquestas internacionales en la renombrada sala de la Philharmonie.
 
El programa escogido no podía ser más emblemático, comenzando con Orion de la compatriota finlandesa Kaija Saariaho y la Sinfonía no. 6 de Gustav Mahler. Precisamente dos días antes habíamos podido escuchar la Séptima sinfonía del mismo compositor a manos de los Berliner Philharmoniker y Kirill Petrenko y en la jornada intermedia la Orquesta del Konzerthaus berlinés abrió su temporada con la célebre Quinta. Impresionante una vez más la oferta musical de la capital alemana.
 
Ya con la pieza de Saariaho quedaron claras dos cosas, desde muy temprano: el talento sobrenatural del joven finlandés y la entrega total de la formación holandesa. El tiempo lo dirá, pero a priori el matrimonio entre ambos puede ser uno de los capítulos más felices de la música sinfónica en las últimas décadas. La partitura de Saariaho es fascinante, casi hipnótica. Es fruto de un encargo de la Orquesta de Cleveland y vio la luz en 2002 bajo la batuta de Franz Welser-Möst. Misterio, nocturnidad, repetición rítmica obstinada de algunas figuras, contrastando con arranques abruptos y casi violentos. Realmente una partitura inspirada y de gran riqueza que encontró en Mäkelä a un comprometido defensor. Asombra verdaderamente contemplar a una batuta tan joven defendiendo de ese modo una obra contemporánea tan compleja y exigente. Fue un comienzo vibrante para un concierto en el que lo mejor todavía estaba por llegar.
 
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Klaus Mäkelä posee un toque singular, es algo obvio y reconocible de inmediato. Es un ungido, el hombre del momento habida cuenta de la fascinación que despierta. Por su carisma, por su talento, por su magnetismo. Lo tiene todo para ser la batuta de su generación, el director que marque las próximas décadas si nada se trunca. Su estilo de dirección es ciertamente físico, enfático y enérgico, y quizá con el paso del tiempo se deba o pueda mitigar un tanto su gesto. Es un caso parecido al del pianista Daniil Trifonov, tan intenso en sus gestos y movimientos ante el teclado. Lo bueno es que todo ello se traduce en comunicación, en expresión constante, pura y genuina.
 
Cuando entrevisté a Klaus Mäkelä el pasado mes de marzo me dijo algo muy interesante: "La dirección de orquesta se reduce a comunicación. Comunicación entre los músicos, comunicación hacia la audiencia, comunicación desde la partitura… Lo más importante es entender esto de una manera sincera y honesta, con la mejor voluntad hacia la música y hacia los músicos". Y remataba: "En última instancia el trabajo de un director no consiste en otra cosa que en conseguir que los músicos den lo mejor de sí mismos en cada compás". Qué evidente es todo eso en cuanto se observa el hacer de Mäkelä en el podio.  
Makela no corre pero aprieta; aprieta pero no ahoga; respira pero no da tregua. Su manera de hacer música es gozosa, de entrega absoluta, experiencial en un sentido amplio y genuino. Con él la música es pura vivencia y de ello pueden dar cuenta todos los músicos y toda la audiencia presentes en el concierto que nos ocupa.
 
Así las cosas, la Sexta de Mahler que brindaron con los músicos de la Orquesta del Concertgebouw fue un auténtico torbellino de emociones. El joven maestro finlandés ha sido inteligente escogiendo para esta primera gira como director designado una obra así, tan volcada hacia afuera en su expresividad, tan epatante. Mahler no admite el trazo grueso en ningún caso, pero es cierto que hay en su catálogo otras partituras donde la filigrana es más requerida de continuo o donde la trascendencia es conditio sine qua non para llegar a buen puerto. Aquí en cambio la baza la juegan más las emociones fuertes y con ello la pura sonoridad, algo en lo que Mäkelä parece desde luego muy concentrado, manejando balances, dinámicas y volúmenes con verdadera destreza.
 
Sonó apenas algo alicaído el tramo central del segundo movimiento, un tanto deletreado, pero rematado después el Andante con un tramo final realmente logrado, bien administradas las fuerzas. Hacía tiempo que no escuchaba a la formación del Concertgebouw tan inspirada, tan aquilatada en todas sus secciones, con esa cuerda afinadísima, acerada pero tersa, con una sección de metales aplastante y con unas maderas virtuosas.
 
En suma, un concierto de los que se recuerdan. Apuesto algo a que dentro de muchos años recapitularé con gozo haber estado en la Philharmonie de Berlín en la primera gira de Klaus Mäkelä al frente de la Orquesta del Concertgebouw de Ámsteradam.

 

Homenaje a Wolfgang Rihm, en su 70 cumpleaños 

La agenda del Musikfest Berlín había comenzado no obstante la tarde anterior con un concierto de cámara a cargo del violinista Ilya Gringolts, el viola Lawrence Power y el violonchelista Nicolas Altstaedt. La velada incluyó el Streichtrio de Arnold Schönberg, de 1946, y la pieza Musikf for 3 Streicher de Wolfgang Rihm, compositor homenajeado precisamente así en su setenta cumpleaños. Este trío de virtuosos hizo gala de una ejecución absolutamente intachable, de las que dejan boquiabierto. La pieza de Rihm pertence a una etapa temprana de su actividad como compositor. Escrita cuando apenas tenía veinticinco años, es realmente intrincada en su exigencia técnica y logra cotas de expresividad muy destacables.

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Fotos: © Fabian Schellhorn / Berliner Festspiele