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Utopía in memoriam

Madrid. 20/02/2017. Teatro Real. Elena Mendoza: La ciudad de las mentiras. Estreno mundial. Laia Falcón, Katia Guedes, Anne Landa, Anna Spina, Graham Valentine, David Luque, Tobias Dutschke, Michael Pflumm, Guillermo Anzorena, Íñigo Giner Miranda, Miguel Pérez Iniesta, Martin Posegga, Matthias Jann, Wojciech Garbowski y Erik Borgir. Dir. de escena: Matthias Rebstock. Dir. musical: Titus Engel.

Gregorio Marañón, Director General del Teatro Real, glosa en el programa de mano las vicisitudes que han llevado hasta el estreno ayer en Madrid de La ciudad de las mentiras, ópera de Elena Mendoza comisionada por Gerard Mortier. El desaparecido director artístico del Teatro Real, antes de la llegada de Joan Matabosch, buscaba con ahínco restaurar una tradición de “ópera en español”, a través de una serie de encargos de los que esta obra de Mendoza es fiel reflejo y resumen. El proyecto hubo de posponerse por motivos presupuestarios y no fue estrenado en la temporada 2014-2015, cuando estaba previsto. Que por fin vea la luz es cosa pues de justicia y motivo ya suficiente para congratularse.

Arropada ayer en su estreno por otros colegas como Antón García Abril, José María Sánchez Verdú o Luis de Pablo -entre otros-, la sevillana Elena Mendoza (1973) es sin duda una de las compositoras españolas más reputadas de los últimos años y cuenta en su haber con un reconocimiento unánime, dentro (Premio Nacional de Música, 2010) y fuera (Musikpreis Salzburg, 2011) de nuestro país. Desde 2014 es catedrática de composición en la Universität der Künste en Berlín, tras pasar antes por otros centros como el Conservatorio Superior de Música de Aragón (CSMA) en Zaragoza.

Cuenta Elena Mendoza que para el proceso de creación de esta ópera se ha dinamitado un tanto el itinerario habitual, que va de libreto a la música y de ahí a la puesta en escena. En esta ocasión se ha trabajado de forma conjunta en todo ello desde un principio, de tal manera que la propia escenografía, por ejemplo, responde a la vocación misma de música y textos (procedimiento en paralelo vs. procedimiento sucesivo, apuntan los autores). La ciudad de las mentiras es su segunda ópera tras Niebla, una obra de teatro musical basada en la obra homónima de Miguel de Unamuno y en la que trabajó también estrechamente con Matthias Rebstock, responsable aquí también de la dirección de escena y el libreto. La ciudad de las mentiras hace pie en varios textos del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, en concreto en los relatos Un sueño realizado, El álbum, La novia robada y El infierno tan temido.

Mendoza y Rebstock tienen claro que la ópera como género no deja de ser una invención con afán especulativo, intentando recrear el teatro de la antigüedad clásica en tiempos del Renacimiento. “Componer ópera hoy en día significa hasta cierto punto reinventársela como género”, apuntan ambos en el programa de mano. Buena aunque peligrosa premisa, porque la pura reinvención puede devolver productos insatisfactorios o inconsistentes. No digo que sea el caso de La ciudad de las mentiras, que sin embargo si adolece un tanto de algunas flaquezas derivadas de esta premisa general. 

En pocas palabras, la música de Elena Mendoza es muy apreciable, valiosa sin duda, genera curiosidad, despierta interés; pero el problema fundamental está en los textos de Onetti que sustentan toda la propuesta y que carecen de la entidad dramática necesaria para llevar a buen puerto el empeño. Y esto no significa que sean textos con un valor literario bajo sospecha, ni mucho menos; pero una cosa es la valía literaria y otra el alcance dramático. Y la sucesión de cuadros que se nos presenta en La ciudad de las mentiras, hace aguas precisamente en este punto. No se trata de que falte un hilo conductor, pues de hecho lo hay, a través de las cuatro mujeres y la propia ciudad de Santa María, ese espacio cerrado y utópico que es al fin y al cabo el protagonista implícito de la representación. Lo que falta -y habrá no obstante quien lo vea como una virtud- es un horizonte de llegada, un desenlace que vaya más allá de la mera superposición de los cuatro relatos.

Por lo que hace al devenir propiamente dicho de la representación, lo cierto es que hay propuestas ocurrentes, momentos inspirados, escenas más acabadas, pero también -y no pocos- momentos tediosos, cuadros desnortados y pasajes redundantes. Me quedo con los hallazgos, mirando el vaso medio lleno: ese genial uso del chismorreo o la espléndida manera de incorporar la percusión y otros efectos interactuando con el atrezzo al devenir mismo de la acción. La reducida orquesta se sitúa en el foso y también algunos músicos intervienen desde el Palco Real.

El abucheo que el estreno recibió ayer es a buen seguro lo de menos. Cuántas veces el abucheo ha sido, con el paso del tiempo, rasgo definitorio de un clásico ya incorporado a nuestro repertorio. Mortier se alimentó toda su vida del abucheo, jugando de forma inteligente con la provocación. Aquí sin embargo el abucheo no responde a una munífica provocación sino a un experimento que ha cuajado tan sólo a medias. Una utopía in memoriam a la que no sabría decir si le queda recorrido mucho más allá de estas funciones en Madrid.

Quizá lo mejor de todo sea la propia realización del espectáculo, que parte de una resolutivo escenografía de Bettina Meyer -resuenan aquí imágenes de Hopper y Escher-, con un atinado vestuario de Sabine Hilscher. El equipo de cantantes-actores-músicos es sobresaliente y levanta el espectáculo, pienso, más allá incluso de donde la materia prima de Onetti permite llegar. Es obligado mencionarlos a todos: Laia Falcón, Katia Guedes, Anne Landa, Anna Spina, Graham Valentine, David Luque, Tobias Dutschke, Michael Pflumm, Guillermo Anzorena, Íñigo Giner Miranda, Miguel Pérez Iniesta, Martin Posegga, Matthias Jann, Wojciech Garbowski y Erik Borgir. Titus Engel comanda la dirección musical con empeño, ahínco y denuedo, creyendo en ella hasta la última nota.

Estas funciones están dedicadas a un doble recuerdo. Por un lado, el más esperable, al desaparecido Gerard Mortier, impulsor de esta composición; y por otro a José Luis Pérez de Arteaga, quien nos dejó súbitamente hace apenas un par de semanas.