DieWalkure Bayerische2018 W.Hosl 

Las aguas a su cauce

Múnich. 22/01/2018. Bayerische Staatsoper. Wagner: Die Walküre. Simon O’Neill (Siegmund), Ain Anger (Hunding), John Lundgren (Wotan), Anja Kampe (Sieglinde), Ninna Stemme (Brünnhilde), Ekaterina Gubanova (Fricka), Daniela Köhler (Helmwige),  Karen Foster (Gerhilde), Amma Gabler (Ortlinde), Michaela Selinger (Waltraute), Helena Zubanovich (Siegrune), Jennifer Johnston (Roßweiße), Okka von der Damerau (Grimgerde), Rachael Wilson (Schwertleite). Dir. escena: Andreas Kriegenburg. Escenografía: Harald B. Thor. Iluminación: Stefan Bolliger. Vestuario: Andrea Schraad Dir. musical: Kirill Petrenko

La segunda cita del Anillo invernal – recordemos que el Opernfestspiele del presente año volverá a contar con la tetralogía wagneriana – comienza, aunque nos pese, con un lamento, pues presentar a las primeras de cambio un Wotan diverso al que recién actuó en Das Rheingold nos parece la manera más propicia para poner obstáculos a que el círculo se cierre como es debido. No obstante la actuación de Wolfgang Koch no nos terminase de convencer, es también cierto que resulta interesante, justo y hasta saludable ver la evolución de los cantantes en el ciclo completo. En cierto modo la redondez de un Anillo es directamente proporcional no solo a la calidad global de la propuesta, sino también a su coherencia, y ésta da un traspiés tras su primer paso. Queda por esclarecer si lo referido es un mal contagioso, pues recordemos que el pasado festival de Bayreuth contó con hasta tres encarnaciones diversas de Odín, una excepción que no se producía desde hace más de treinta años, y que esperemos no vuelva a sentar un precedente.

Si bien las tres paredes (móviles con sotechado) del salzburgués Harald Thor siguen siendo el marco de referencia para la puesta en escena de Andreas Kriegenburg – un equilibrio estético que siempre es de agradecer –, el escenógrafo alemán plantea esta vez un más tenso tira y afloja con el libreto de Wagner, enfrentándose en ocasiones a la dramaturgia que encierra el propio texto, desestabilizándolo e incluso contrariándolo si cabe. Son varias las soluciones escénicas de Kriegenburg que hablan en este sentido, pero sin duda la parte que arrastra más controversia es el arranque del tercer acto, con un extemporáneo zapateado (figurando una caballada) de un ingente grupo de bailarinas que no incita más que a las opiniones enfrentadas – pese a no interferir con la música –, en un preludio que por premeditado no deja de ser innecesario, ya sea por el contexto de la actuación en sí – de dudoso valor performativo –, ya sea por las muestras de amor y odio que desata en caliente, cada vez más tímidas, todo sea dicho.

Pese a mi clamor inicial respecto al cambio hemos también de reconocer que John Lundgren, ha sido en los últimos años un Wotan recurrente en la mismísima casa de Wagner por méritos propios, y a una innegable presencia escénica hay que sumarle el control notable de su potente instrumento, particularmente rico en matices, en noto contraste con la emisión incolora y plana de Simon O’Neill (Sigmund). Las buenas prestaciones globales de Ain Anger (Hunding) ayudaron también en parte a poner más en entredicho la actuación de O’Neill. Ninna Stemme necesita pocas loas, y prácticamente cualquier representación en la que vista paños wagnerianos merecerá seguro la pena. Pocas sopranos dramáticas – o incluso ninguna –  están hoy en día a la altura de la Brünnhilde sueca, por su encomiable voz, su capacidad interpretativa y su habilidad a la hora de dominar, con aparente facilidad, un instrumento tan amplio y enérgico. Si alguna estrella brilló en la velada junto a la de Stemme fue la de la soprano alemana Anja Kampe (Sieglinde), encumbrada además en la velada anterior como Kammersängerin de la Bayerische Staatsoper, cuya indiscutible fuerza dramática hace que se mitiguen las pequeñas sombras que poco apoco (tempus fugit) aparecen en su instrumento. 

Pese a que el gélido invierno llamó con virulencia a las puertas de Múnich en estos días hemos podido comprobar como la Staatsorchester llegaba a la cita bien abrigada y con la lección aprendida respecto al Rheingold, minimizando los errores pasados y devolviendo las aguas a su cauce, zarandeados por un brillante Kirill Petrenko de dinámicas más contrastantes, particularmente generoso con el legato y ritmo de nuevo diligente, honrando por completo la primera acepción de la RAE para este adjetivo, pues lo fue por cuidadoso, por exacto y por activo. La platea se puso en pie sin miramientos, con sobradas razones para ello.