Jansons Stephan Rabold 

Pasado, presente, futuro

Berlín. 26/01/2018. Philharmonie. Obras de Schumann y Bruckner. Filarmónica de Berlín. Daniil Trifonov, piano. Dir. musical: Mariss Jansons.

La relación, casi un idilio, entre Mariss Jansons y la Filarmónica de Berlín se remonta hasta 1971, cuando el entonces joven maestro de origen letón se alzó con el primer premio en el Concurso de Dirección de Orquesta de Herbert von Karajan. Su debut oficial con la orquesta se produjo no obstante cinco años más tarde, en 1976. En ocasión de su 75 cumpleaños, los Berliner Philharmoniker han distinguido a Jansons como miembro honorífico de su formación, manifestando con ello el cariño y admiración que le profesan. Lo cierto es que existe entre ellos una complicidad singular. De hecho Jansons siempre ha estado en las quinielas para el podio de la Filarmónica de Berlín, tanto en tiempos de Karajan como después con Abbado. 

Por otro lado, con menos de treinta años de edad, el pianista ruso Daniil Trifonov es un prodigio incomparable. Tiene talento para todo, sí bien su juventud parece por momentos enturbiar con su arrojo la capacidad para canalizar ese don más allá del virtuosismo técnico. Reunidos en torno a una misma velada, Jansons, Trifonov y los Berliner Philharmoniker propusieron un juego de espejos en el que cabía conocer ecos del pasado, el presente y el futuro de la música clásica, en una transición generacional de la que ambos músicos son perfectos exponentes.

TrifonovBerlinStephan Rabold

 

Quizá lo más sobresaliente de todo el concierto fue el extraordinario acompañamiento que Mariss Jansons dispuso para Trifonov en el Concierto para piano de Robert Schumann. Pura seda. Un juego sutil y cristalino de dinámicas, con los Berliner a media voz, como susurrando en un segundo plano, portando la voz solista del piano entre algodones. Intensidad y belleza fueron las señas de identidad de una interpretación marcada por la evidente complicidad entre Jansons y la orquesta, tejiendo un marco idílico al que Trifonov no pudo sino plegarse. Por momentos cabía preguntarse quién acompañaba a quien, incluso. De hecho Trifonov actuó aquí mucho más contenido que como suele dejarse ver. Con aires de genio atormentado, por lo general ensimismado y con un gesto a veces caprichoso, interpretó la partitura con suma seguridad y se mostró dueño de una musicalidad sobresaliente. Su fraseo es de grande y su entrega roza lo trascendental. El porvenir de Trifonov es impresionante. Como propina ofreció una impecable y honda recreación del Largo de la Sonata para violonchelo de Chopin, en una arreglo de Cortot.

En la segunda parte el concierto nos deparaba la Sinfonía no. 6 de Anton Bruckner. Era la primera vez que el maestro letón dirigía esta sinfonía con los Berliner Philharmoniker. Como planteamiento general cabe anotar que Jansons no construye un Bruckner monumental; su sonoridad nunca es monolítica. En su Bruckner pesan más las luces que los muros. Siguiendo con la analogía catedralicia, podría decirse que resaltan más las vidrieras que los contrafuertes. Junto a la precisión rítmica y el marcado acento del inicial Majestoso, sobrecogió el Adagio, de una belleza insondable y virtuosa. Sin la menor duda este movimiento, de resonancias parsifalianas en ocasiones, quedó como el momento álgido de la velada, sublime prueba de la increíble madurez musical del gran Mariss Jansons. A pesar de algunos alborotos en el último movimiento, precisamente antes de acometer la coda final, hubo una enorme claridad de miras en esta interpretación. Buena prueba de ello fue el Scherzo, un virtuoso juego entre cuerdas y maderas, con los atriles de la Filarmónica de Berlín ofreciendo lo mejor de sí mismos.