Harteros Ballo Bayerische Wilfried Hosl 

Un baile de dos

Múnich. 21/02/2018. Bayerische Staatsoper. Verdi: Un ballo in maschera. Jean-François Borras (Ricardo), Simone Piazzola (Renato), Anja Harteros (Amelia), Okka von der Damerau (Ulrica), Paula Iancic (Oscar), Boris Prigl (Silvano), Anatoli Sivko (Samuel) Dir. escena: Johannes Erath. Escenografía: Heike Scheele. Vestuario: Gesine Völlm. Iluminación: Joachim Klein. Dir. musical: Asher Fisch.

Hace escasamente un año tuve la oportunidad de ver esta producción en la Staatsoper – también disponible en DVD/Blueray (Unitel, 2017) –, si bien el cartel de entonces no contó con Anja Harteros, quien sí iluminó su primera puesta en escena en 2016. Fue entonces cuando ya pensé que el continente de Johannes Erath era la gran carga que arrastraba, arrastra y arrastrará la presente producción, algo que la presencia de la soprano alemana o de un exquisito Renato como el de Piazzola difícilmente pueden remediar.

Hacía además más de una semana que las temperaturas muniqueses apenas subían de los 10 grados bajo cero, por lo que esperar que un público que ya otrora se mostró en desacuerdo al inicio (y frio después) calentase la función era sin duda pedir demasiado.

Erath desmonta literalmente el baile verdiano: si antaño observé como ninguneaba el libreto, una ulterior lectura nos muestra que va más allá, lo desprecia hasta tal punto de convertir su propia visión en un incomprensible deambular de personajes que se confunden en el espacio y por ende ofuscan la comprensión de la trama. Por si fuera poco la escena única, proyectada por la escenógrafa austriaca Heike Scheele, que arranca con un prometedor cortinaje en el que se proyectan escenas de un baile decimonónico, se ve enseguida desprovista de éste, eliminando uno de los posibles alicientes con los que podría haber contado, amén de la elegante iluminación de Joaquin Kein. Ante tal panorama es evidente que las futuras representaciones se sustentarán, si es menester, gracias al casting que se proponga, como ha sido en parte el caso para la presente.

La Amelia de Anja Harteros es una mezcla de ternura, arrepentimiento, empatía y resignación. Con esos sentimientos juega el instrumento de la soprano alemana en una demostración imponente no solo de cualidades vocales, sino de gusto y musicalidad. Tengo para mí que además Harteros pudo disfrutar en esta representación de uno de los mejores consortes que se le pueden proponer a día de hoy para este título, el Renato de Simone Piazzola, cuyas condiciones de asimilación del personaje se demostraron además inmejorables tras venir de vestir a Ricardo en nueve representaciones en la Opéra National de Paris. Juntos, gracias al savoir-faire verdiano del barítono veronés y a su también demostrada musicalidad, nos cedieron los momentos más emotivos de la velada, evidenciado una total sintonía en el plano musical y emocional. Ambos fueron sin duda los únicos que realmente acudieron al baile. La mezcla de ira, miedo y compasión que generó la actuación de Piazzola tuvo su espejo en un fraseo convincente, por lo variable de su propuesta, con una voz lo suficientemente presente como para respetar la musicalidad debida.

Más contundente se mostró el instrumento de Jean-François Borras (Ricardo), yendo esto sin embargo en detrimento de sus prestaciones musicales, en particular una práctica ausencia de trabajo con las dinámicas y una dicción de difícil encuadre – la antítesis de sus mencionados compañeros –, hechos ambos que me hacen siempre reflexionar ante la preocupante proliferación de “altavoces” en los teatros, con las nefastas consecuencias que para la música, con mayúsculas, conlleva.

La dirección de Asher Fisch estuvo también lejos de acompañar el buen hacer de Ricardo y Amelia, incapaz de llevar a la orquesta por los senderos por los que transitaban estos. Hundió a los orquestales en la batalla de los decibelios y la rudeza, obviando las propuestas que Harteros y Piazzola lanzaban en sus intervenciones, enarbolando con descaro el proverbio de que no hay peor sordo que el que no quiere oír.