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Los mundos de Zandonai

Milán. 10/05/2018. Teatro alla Scala. Zandonai: Francesca da Rimini. María José Siri (Francesca), Alisa Kolosova (Samaritana), Costantino Finucci (Ostasio), Marcelo Puente (Paolo Malatesta), Gabriele Viviani (Giovanni), Luciano Ganci (Malastesino dall’Occhio. Dir. escena: David Pountney. Escenografía: Leslie Travers. Vestuario: Marie-Jeanne Lecca. Iluminación: Fabrice Kebour. Dir. musical: Fabio Luisi. Coro y orquesta del Teatro alla Scala.

Hay formas y formas de devolver el debido lustro a una ópera, las que no traen pena ni gloria y dan incluso alas a los detractores de la actualización del género, y las que fruto de una apuesta más amplia, terminan por demostrar que todo esfuerzo cultural, si es meditado, merece la pena. Esta Francesca da Rimini de la Scala no es un hecho aislado, sino que se demuestra parte de un gran proyecto en aras de valorizar el repertorio italiano, y en particular modo aquel del periodo verista en el que se localiza la obra. Su representación supone también un giño a la celebración en 2021 de los 700 años de la muerte de Dante Alighieri (la trama ideada por D’Annunzio, sobre la que Tito Ricordi elabora el libreto, se extrae del V canto del Inferno), siendo precisamente en este año 2018 cuando se ha establecido el comité nacional para los obligados festejos.

“Chapó” sería sin duda la interjección que merece la lectura de David Pountney del capolavoro de Riccardo Zandonai. El regidor británico otorga desde el primer acto  colores y materiales diversos para cada uno de los mundos que encierra el drama, el femenino blanco, puro, esculpido a base de mármol y material pétreo, y el masculino, de naturaleza bélica, representado por el negro del hierro forjado: una confrontación cromática tan simple como impactante y efectiva, además de muy propia del referido literato y político italiano. La habitación de Francesca, ideada por Leslie Travers, se presenta dominada por una enorme estatua femenina (medio busto) de seis metros de altura que extiende su mano, sólo interrumpida en ocasiones por una abertura central que muestra el azul del mar de fondo. La escenografía nos permite ver en sus laterales las estructuras metálicas que pronto teñirán las aguas de un rojo sanguinolento, mientras la habitación de Francesca es lanceada a diestro y siniestro.

Tras ello, gracias a la estructura giratoria semicircular, se pondrá al frente el armazón férreo, revelándose como una auténtica arma de guerra que dejará entrever – según las circunstancias – el mundo femenino al que se terminará por superponer. De la estructura bélica terminarán emergerán 30 pequeños cañones, uno colosal y un escudo central, que reclinado hará las veces de balcón desde el que Pountney enarbolará argumentos y pasiones.

En lo referente al reparto el papel principal fue encomendado a la soprano uruguaya María José Siri, quien ya en 2016 puso una pica en Flandes en este teatro tras su apertura de temporada en San Ambrosio. Era difícil suponer que aquella Cio Cio San no estaba desvelando los límites de la artista uruguaya. Francesca da Rimini se presenta seguramente entre los mejores papeles que Siri ha podido encarar hasta la fecha, por la capacidad de moverse entre los dos enfrentados mundos tanto en el plano teatral como vocal, si bien el primero muestra en su gestualidad aspectos por perfilar, como por otra parte se me antoja lógico en un debut que solicita tanto del segundo. Cierta fatiga se apreció en el último acto, afanoso escénicamente, al disponer a la soprano en un gran libro que hacía las veces de lecho con una inclinación nada desdeñable, y que pone en evidencia cómo el resultado escénico hace en no pocas ocasiones caso omiso al esfuerzo físico al que somete a los cantantes, aun a costa de mermar sus prestaciones.

Paolo Malatesta, en principio encomendado a Roberto Aronica, fue sustituido en todas las representaciones por el tenor argentino Marcelo Puente. Tras el rendimiento señalado por mi colega en la Norma del Real hace ya algún tiempo, no podemos saber si la pérdida fue aun más digna de lamento – pues el verismo es, literalmente, otro cantar –, pero lo cierto es que Puente estuvo en su debut scaligero por debajo de su pareja en escena. El escaso resultado global fue seguro en parte fruto de la precipitada sustitución, siendo quizás el único “bello” capaz de aceptar el  reto (al haber debutado recientemente el papel en la  Opéra National du Rhin), mientras que por otro lado su voz, de corpulencia un tanto forzada, se encuentra a años luz de las virtudes que su inmediato predecesor Mario del Monaco puso antaño en esta misma tarima. Una agradable sorpresa fue sin embargo escuchar por primera vez al barítono milanés Gabriele Viviani (próximo Barnaba en La Gioconda del Liceo), con un instrumento redondo que sin ser excelso en toda su extensión tienen su sustento en el buen trabajo en los legati y el rigor en la dicción. La dirección de Fabio Luisi supo poner al frente la riqueza de la escritura de Zandonai, contemporánea y visionaria a la par, aunque en ciertos momentos se echase de menos mayor contención en las riendas.

Si bien la premier colgó el Sold out he de constatar la presencia de no pocas butacas vacías tanto en platea como en los palcos, hecho que pone de manifiesto que incluso en los teatros de rancio abolengo no se puede obviar el tener que reeducar a un público demasiado acostumbrado a los greatest hits. La gran repercusión en estas mismas fechas de la Aida de Zeffirelli (1963), con ocasión de su 95 aniversario, hubiese sido una buena noticia si esta no fuese precedida por cierto desdén hacia esta espléndida Francesca.

Foto: Marco Brescia.