Rattle Berliner Barcelona Palau M.Rittershaus

 

Sonrisas sobre el volcán 

Barcelona. 08/06/18. Palau de la Música Catalana. Temporada BCN Clàssics. J. Widmann: Tanz auf dem Vulkan. W. Lutoslawski: Sinfonía núm. 3. J. Brahms: Sinfonía núm. 1 en Do menor, op. 68. Berliner Philharmoniker. Dir. Mus.: Sir Simon Rattle.

Hay que felicitar a los programadores del Palau de la Música Catalana y a BCN Clàssics por haber conseguido traer a Barcelona el que sin duda alguna ha asido el concierto de la temporada en la ciudad condal. Puede parecer una perogrullada que un concierto protagonizado por la Berliner Philharmoniker y dirigido por su actual director, Sir Simon Rattle, sea de la mejor calidad imaginable, pero es que este concierto no fue solo la suma de una gran formación y un excelente director, fue mucho más que eso.

Tras dieciséis temporadas al frente, Sir Simon Rattle se despide de su titularidad en la que para muchos es la mejor orquesta sinfónica del mundo. Y lo ha hecho con un programa y una gira que ofrecía su ultimo concierto en el Palau de la Música Catalana. El repertorio escogido es una clara señal de la identidad que Rattle ha otorgado a la orquesta, sumando la creación contemporánea, la obra sinfónica del siglo XX y la gran tradición germánica que late en el corazón de esta maravillosa formación.

Obra de encargo de la Berliner Philharmoniker Foundation al compositor Jörg Widmann, Tanz auf dem Vulkan (Danza sobre el volcán), es una composición de apenas 8 minutos de duración, dedicada a Rattle y su formación para esta gira de despedida. El estreno tuvo lugar el mes pasado, concretamente el domingo 27 de mayo en la Philharmonie de Berlín, y su estreno en España se produjo tan solo dos días antes en el mismo concierto reseñado por el compañero Juan José Freijo y disponible en nuestra web.

No deja de tener su ironía que una obra dedicada a Rattle y la Berliner en su tour de concierto de despedida comience con la orquesta tocando sola, sin Rattle al frente. En efecto, los primeros compases los inicia la formación a ritmo de jazz, como si de una jam session se tratara, mientras aparece Rattle paseándose entre los instrumentistas con cara de complicidad hasta situarse en el podio. La orquesta entonces deja de tocar, Rattle empuña la batuta y se inicia de nuevo la música esta vez con otro tono y con una clara intencionalidad de que la obra ha comenzado. 

Un inicio susurrante de los contrabajos preludia una obra audaz, llena de riqueza y variedad tímbrica conducida por unos colores y un uso atractivo del ritmo, en la que destacaron las secciones de percusión y metal junto a las cuerdas, que dibujaron una especie de danza sonora in crescendo. Dice el compositor, en un video gratuito que está disponible en la web del Digital Concert Hall de la orquesta, que para él el trabajo de Rattle frente a la orquesta es como una danza sobre un volcán, con el tono poético y arriesgado que esto conlleva. Los glissandi, el efecto dinámico de lo golpes en las secciones y su fluidez casi bailable hacen pensar en la irresistible fuerza de un Shostakovich así como en la intensidad de una partitura condensada en pocos minutos. La exigencia técnica y sonora hacen rememorar, en momentos puntuales, al Strauss de la danza de Salome. Cuando parece que el éxtasis sonoro llega a un punto de no retorno, de golpe, la orquesta vuelve a tocar el tema jazzístico y entonces Rattle deja de dirigir, la orquesta sigue en modo jam session y cuando Simon abandona la sala, la obra se acaba. La evidente jocosidad de la partitura no menoscaba un trabajo imaginativo donde el director jugó la carta de la elegancia y la naturalidad, como si su función como director no fuese más que la de un ‘instrumentista’ más. Una obra empática y fresca que sirvió de ‘aperitivo musical’ para la Sinfonía número  3 de Witold Lutoslawski.

Si en concierto comenzó con una obra de encargo, escrita y dedicada a la Berliner y Sir Simon Rattle, la tercera sinfonía de Lutoslwaki fue una obra encargada en su día por la Chicago Symphony Orchestra. Estrenada por esta formación bajo batuta de Sir Georg Solti el 29 de septiembre de 1983 en Chicago, el propio compositor dirigió después la obra frente a los Berliner Philharmoniker en un registro de 1985 para el sello Philips, con lo que las concomitancias y la historia interna del programa tienen así todo un sentido unitario y simbólico.

Después de cuatro acordes rápidos y concisos, flautas y flautín inician una especie de melodía seguidas por clarinetes y oboes, como si de una conversación orquestal entre dientes se tratara. Los grupos de secciones se van intercambiando frases y pasajes musicales, en la técnica llamada ‘aleatoria controlada’, según reza en el interesante programa de mano firmado por Tomás Marco, donde la libertad de ejecución de los instrumentistas contrasta con la simultaneidad de entrada por las secciones, creándose un estimulante universo sonoro de expectante resultado. 

Si con la obra de Widmann las virtudes de la Berliner fueron obvias, con esta sinfonía de Lutoslawski las ejecuciones de los grupos de instrumentistas quedaron aún más al desnudo, como si de solos a capella se tratara. Y el resultado fue extraordinario. Variedad expresiva en los colores, cuerdas como camaleones en sus ataques, nitidez diamantina de los solistas, excelso el clarinete de Andreas Ottensamer; impresionantes metales y una percusión vivaz que transmitía atmósferas severas y aceradas. En suma un gran cuadro acústico que fue ponderado por la analítica y comunicativa batuta de Rattle con una frescura tímbrica que desarboló un obra sinfónica verdaderamente impresionante. Qué poco Lutoslawski se ve en nuestras programaciones, qué difícil y qué grandeza orquestal cuando se ofrecen sus obras no obstante con una formación de este calibre y con una batuta tan visionaria como la de Rattle. Sólo con esta primera parte el resultado artístico hubiera merecido ya de por si el calificativo de histórico.

La primera sinfonía brahmsiana fue todo un caramelo en manos de los Berliner. Si con Widmann y Lutoslawski había destacado la sonoridad de una formación técnicamente perfecta, de luminosas secciones que brillaron en la siempre comprometida y exigente música del siglo XX, con el romanticismo centroeuropeo de Brahms el colofón expresivo fue catártico. Impresiona, hay que decirlo, ver a solistas de la talla de Andreas Ottensamer en el clarinete o el flautista Emmanuel Pahud entre las filas de la orquesta. Ambos reconocidos solistas de contrastada carrera, con importantes grabaciones que ensalzan su virtuosismo. Verlos formar parte un engranaje perfecto, como uno más en medio de esta formación es algo que seduce y conmueve. ¿Cúantas orquesta pueden presumir de tener a semejantes nombres entre sus filas?.

Viendo el trabajo de conjunto de la orquesta berlinesa se entiende por qué uno sus sellos de identidad más reconocible, sino su principal característica, es esa calidad solista que hace que cada músico, que cada sección, que toda la orquesta en fin se fusione en un perfecto amalgama que encarna de la mejor manera imaginable la partitura que recrean. Elegancia exquisita en el primer movimiento, con un Brahms majestuoso. Rattle insufla una serenidad arquitectónica con lo que los Berliner responden con hermosa introspección sonora. Cuerdas tersas, vientos íntimos, un movimiento que precedió la grandeza conseguida con el Andante posterior.

Rattle hace desembocar el elemento elegíaco y soñador del Andante con un cuidado naturalista conmovedor, con guiños de luminosidad mozartiana, un fraseo medido y a la vez con una libertad de respiración romántica irresistible que convirtió el movimiento en una danza poética inolvidable. Destacaron con justicia los solos del oboe de Albercht Mayer y el lirismo arrebatar del concertino Daniel Stabrawa. El discurso casi se diría panteísta del Andante continuó al inicio del tercer moviendo, con ese diálogo ensoñador de las cuerdas y la sección de maderas, de una belleza inasible. Un breve reposo para encauzar el espectacular movimiento final.

De nuevo, qué maravilla comprobar la facilidad y hermosura de la trompa solista de Stefan Dohr en diálogo con la flauta de Emmanuel Pahud, de perfección inatacable. Rattle desarrolla la grandeza sinfónica de Brahms con una habilidad descollante en el devenir de las diferentes partes del movimiento: Adagio soñador, Più andante expresivo y profundo, Allegro non troppo vital y expansivo para llegar a la catársis evocadora del Più allegro definitivo. Siendo una sinfonía in mente de cualquier melómano más o menos avezado, la lectura de Sir Simon Rattle sabe recoger la tradición interpretativa germana pero con un aire de novedad y frescura que la hacen sonar como nueva, sin referencias estrictas, con un sello personal inconfundible. Esa es la diferencias de las grandes batutas con los meros maestros concertadores. 

Una alegría contagiosa estalló en los compases finales. La de unos músicos que transmiten la alegría de tocar, de interpretar, de crear, con una sonrisa cómplice y siempre visible en sus rostros. Una danza sobre un volcán explosivo y vital que estalló en una ovación de las que no se olvidan.