Damnation LesArtsMiguel Lorenzo Mikel Ponce

El poder de una imagen

Valencia. 23/06/2018. Palau de Les Arts. Berlioz: La damnation de Faust. Celso Albelo, Ruben Amoretti, Silvia Tro Santafé y otros. Dir. de escena: Damiano Michieletto. Dir. musical: Roberto Abbado.

La presente temporada del Palau de Les Arts de Valencia ha tenido dos hitos indiscutibles: el Peter Grimes protagonizado por Gregory Kunde y esta Damnation de Faust. Se trata a buen seguro de los dos mayores aciertos de Davide Livermore en su etapa como responsable artístico del Palau. Estrenada en Roma en diciembre de 2017, esta producción de La damnation de Faust firmada por Damiano Michieletto es un brillante ejercicio estético que obra el milagro de poner en valor, en imágenes, una obra concebida en origen casi como un oratorio, casi una cantata. No es, por descontado, la primera tentativa que se adentra en escenificar esta pieza de Berlioz -recordemos la propuesta de Hermanis con Kaufmann y Terfel en París- pero quizá sea la más afortunada de cuantas la han intentado. 

Michieletto firma uno de sus mejores trabajos, plagado de referencias intelectuales que no se antojan en modo alguno improvisadas. En ocasiones su trabajo, por refinado y original, recuerda a las mejores propuestas de otro compatriota suyo, Romeo Castellucci. A través de una excelsa realización en video, con un operador de steadycam en escena, Michieletto propone una sucesión de imágenes de indudable fuerza estética, con gran capacidad de sugestión emocional. Hasta tal punto que algunas imágenes se quedan grabadas en la retina hasta días después de la representación. Es el caso por descontado del bellísimo final, pero es también y sobre todo el caso de la escena de Fausto con su madre, apagando las velas de una tarta de cumpleaños; la escena de Fausto sufriendo acoso y bullying en la escuela; la escena de Fausto acompañando a la cama a su padre borracho; el encuentro entre Faust y Margarita, transmutados en Adán y Eva, con el El jardín del Edén de Lucas Cranach el Viejo al fondo; o la escena con Marguerite derramando sus lágrimas, transmutadas en vasos de agua que arroja sobre su cabeza, lentamente.

No asistimos a una recreación clásica del mito de Fausto sino a la humanización mundana y universal de sus cuitas. El regista italiano pone ante los ojos del espectador un Fausto con el que es posible reconocerse, con el que no hay apenas distancia: es uno de los nuestros; Fausto somos nosotros, ni más ni menos. En este sentido hace bien Michieletto al no sobreponer una narración paralela al propio libreto, optando más bien por la vía de la sugestión. El trabajo de Michieletto se antoja por ello inteligente, sarcástico y por momentos brillante; en su propuesta hay poesía, humor, sinceridad, reflexión. Sin duda, uno de los trabajos más refinados y poéticos de este director italiano.

Espectáculo sin interrupciones, el impecable nivel de ejecución técnica pone de manifiesto también el brillante trabajo que desarrolla el personal de Les Arts, verdadero sostén de esta institución más allá de los vaivenes en su dirección artística. Un aplauso sumamente merecido pues para todos ellos.

En el apartado vocal, Celso Albelo se enfrentaba a uno de los mayores retos de su trayectoria profesional hasta la fecha. En un momento en el que está ampliando su repertorio adentrándose en las coordenadas del romanticismo francés -véase su reciente Roméo de Gounod-, abordar este Faust suponía un doble afán: vocal, por la empinada tesitura que esta partitura requiere sostener; y escénico, porque la producción de Damiano Michieletto no admite medias tintas en lo actoral. Lo cierto es que Albelo demostró madurez vocal y compromiso escénico, confirmando el espléndido momento profesional que atraviesa.   

El cantante burgalés Rubén Amoretti atesora una fascinante biografía, tanto que está previsto rodar una película al respecto. Habiendo cantado la parte de Faust en sus días como tenor, a buen seguro jamás se imaginó que acabaría cantando también ahora la parte para bajo, una vez que la acromegalia ha transformado no solo su fisionomía sino también sus cuerdas vocales. Actor esmeradísimo, cantante seguro y estiloso, Amoretti firma un Méphistophélès de muchos quilates, pieza clave de hecho en el desarrollo de la producción de Michieletto.

La mezzo valenciana Silvia Tro Santafé volvió a confirmar su pulcritud vocal, bordando su página principal, el “D´amour, l´ardente flamme”. Timbre grato, personal e incluso reconocible; canto de bella factura y refinada adecuación estilística, se presta también como esmerada actriz a las notables exigencias de la producción, casi a la altura de sus compañeros de reparto en el apartado actoral.

Torpe y muy discreta la dirección musical de Roberto Abbado, con errores palpables al dar las entradas a los cantantes y con un discurso musical nada ambicioso, meramente ejecutivo, parco en colores y fraseo. Un pecado para esta música, más aún contando con esa orquesta en el foso. Y es que la Orquesta de la Comunidad Valenciana volvió a demostrar que no tiene rival en el mapa sinfónico español, con un nivel de ejecución descollante. Ojalá más pronto que tarde encuentren una batuta con la que le entendimiento sea propicio. Maravilloso una vez más el Cor de Generalitat, redondeando una versión musical que podría haber tenido muchos quilates con una batuta más inspirada.