PetrenkoMahlerMendelssohn

Hors catégorie

Munich. 15/03/2016. Bayersiche Staatsoper. Akademiekonzert n. 5. Mendelssohn: Sinfonía no. 3 “Escocesa”. Mahler: Das Lied von der Erde. Peter Seiffert (tenor), Christian Gerhaher (barítono). Bayerisches Staatsorchester. Dirección musical: Kirill Petrenko. 

¿Saben esa sensación de escuchar como si fuera nueva a una partitura que creen conocer casi al dedillo? Eso me sucedió el martes con la Sinfonía no. 3 de Mendelssohn en manos de Kirill Petrenko. En el Tour de France los puertos de montaña se califican en función de su dificultad, existiendo sin embargo algunos que exceden toda categoría posible, por su extraordinaria naturaleza. Kirill Petrenko es como uno de esos puertos de montaña extraordinarios, un verdadero hors catégorie. Y no ya por un afán de originalidad, no es que haya en él una premeditada intención de hacer algo distinto como si ello fuera un objetivo en sí mismo. Se trata más bien de que su forma de entender la música es a menudo inclasificable e inédita

En un fragmento de una de sus escasas entrevistas, una conversación con Andreas Bader, clarinetista de la Filarmónica de Berlín, Petrenko se refiere al modo en que imagina y gesta en su cabeza el sonido que busca recrear después con la orquesta. Desde luego esta es una de las señas de identidad de su hacer: un sonido decidido, neto, que no deja lugar a dudas o titubeos. Petrenko sabe exactamente lo que busca, lo que quiere y tiene la capacidad, sea técnica sea carismática, de conseguirlo en su encuentro con las orquestas, singularmente con aquellas con las que tiene ya un vínculo estable y elaborado, como es el caso de la Staatsorchester de la Bayerische Staatsoper de Múnich. 

Y, en fin, así fue esta Escocesa de Mendelssoh: inclasificable. Con un sonido refinado y pulcro, compacto y limpio, de una claridad arquitectónica admirable y mostrando Petrenko una capacidad sobresaliente para sujetar el sonido y desarrollarlo a placer en una gama amplísima de intensidades y colores. Impresiona tambíen su capacidad para traducir y desarrollar las indicaciones dinámicas y los tempi, donde un Andante es a todas luces un Andante y un Allegro es verdaderamente un Allegro, de modo evidente y contrastado. Su Mendelssohn fue en fin todo lo otro de la vulgaridad; en las antípodas de lo superficial, todo aquí es intenso, razonado y necesario… tan indefectible como inédito. 

Así las cosas, resalta la sensación de estar ante una versión meditada hasta la obsesión y que sin embargo se pone en pie con una naturalidad incomprensible, difuminando toda impresión de un sonido inane y premeditado que hipoteque el drama. Petrenko consigue así al mismo tiempo resultar extraordinariamente analítico y tremendamente narrativo, tan matemático como teatral. La verdad es que Petrenko disfruta sobremanera haciendo música. Hay algo de éxtasis y trascendencia en su relación con la ejecución musical. Su rostro lo evidencia en todo momento, con una concentración supina, sus ojos encendidos, esa mano izquierda que lo dibuja todo con premura y ese gesto articulado y grácil a un tiempo.

Ya en la segunda parte, aunque más canónico, el Mahler de Petrenko volvió a rendir a un nivel extraordinario. De esta obra se interpretaba en esta ocasión la versión para tenor y barítono, que conocemos bien por grabaciones como la de Leonard Bernstein con James King y Dietrich Fischer-Dieskau en 1966 o la de Josef Krips en 1964 con Fritz Wunderlich y de nuevo Fischer-Dieskau . Los dos solistas implicados en este concierto, Seiffert y Gerhaher, también la grabaron respectivamente en 1995 con Simon Rattle y en 2009 con Kent Nagano.

Impetuoso y de nuevo nítido, preclaro, Petrenko fue dibujando la partitura de Das Lied von der Erde con una facilidad pasmosa, como si todo lo que condensa brotase por necesidad. Esa naturalidad esconde un sustrato desolador, un suelo perturbador e inquietante, como si verdaderamente las raíces de la tierra se sacudieran de algún modo con esta inspiradísima partitura de Gustav Mahler.

Junto a Petrenko, admirables a todas luces los dos solistas de la velada. Por un lado un Peter Seiffert reconfortante, en mejor forma que en su reciente Florestan, con un dominio extraordinario del estilo y una singular facilidad para resolver la empinada escritura vocal de esta parte, cuajada de paseos por las notas de paso. Por otro lado Christian Gerhaher, consumado liederista, opción de manual para esta parte, consigue una conexión casi mística con Petrenko en el último de los lieder que componen La canción de la tierra, momento en el que música y verso, voz y orquesta, se funden hasta desvanecerse en un silencio conmovedor.