Turandot Irun DiarioVasco 

Entrar sin saber si el agua cubre

Irun. 28/10/18. Centro Cultural Amaia. Giacomo Puccini: Turandot. Rossana Cardia (Turandot), Alberto Profeta (Calaf), María Ruiz (Liu), Alberto Camón (Timur), Isidro Anaya (Ping), Marc Sala (Pong), Hector García (Pang), Iker Casares (Altoum), Darío Maya (un mandarín). Orquesta Sinfónica y Coro Luis Mariano Dirección escena: François Ithurbide. Dirección musical: Aldo Salvagno.

Enterado hace un año de que la Asociación Lírica Luis Mariano tenía la intención de representar Turandot en el minúsculo Centro Cultural Amaia lo primero que pensé es que habían perdido la cabeza. ¿Cómo podían atreverse con semejante toro con los medios de que disponen habitualmente? ¿Cómo se puede saltar sobre el agua sin saber lo que cubre, a riesgo de ahogarte? Pues bien, las dos funciones se han celebrado, Platea Magazine estuvo en la segunda y visto el respaldo popular (el ansiado cartel de No hay entradas pudo sacarse a pasear) y la satisfacción general entre los asistentes lo que parece indudable es que la Asociación ha acertado.

Más allá de estas consideraciones, en el aspecto artístico hubo luces y sombras, ambas seguramente previsibles. Vamos con las luces, que tiempo habrá de entrar en zona sombría.

Lo mejor estuvo en la actuación de unos solistas que fueron anunciados como “desconocidos pero con capacidad de sorprender al público” y, efectivamente, un servidor no conocía a muchos de ellos pero sí fueron capaces, dentro de la modestia, de estar a la altura de lo que se demanda. Así, Rossana Cardia está lejos de ser una soprano dramática pero a pesar de ciertos descontroles supo darle a la princesa de hielo la presencia vocal necesaria. Su In questa reggia fue suficiente y aunque los agudos pecaban de destemplados, pudo mantener la dignidad vocal en un papel tan inclemente.

Alberto Profeta es un tenor de apuesta unívoca: el volumen de su voz. Por ello, su Calaf se basa en poderosos Vincero!! largamente mantenidos y que provocan el delirio popular; eso si, el fraseo es tosco y la parte poética que se le supone a un príncipe enamorado apenas apareció. La tan exigente escena final se solventó con suficiencia y sus accesos al agudo eran sonoros.

María Ruiz fue la otra triunfadora y he de reconocer que sus primera frases me provocaron perplejidad: aunque Liu es ejemplo característico de voz para soprano lírica la de María Ruiz es grande, de graves poderosos y sonoros y así su voz nos enseña una Liu que nada tiene que ver con las típicas lecturas de esclava aniñada, asustada y quebradiza. María Ruiz canta una Liu exactamente contraria: poderosa, ambiciosa, dramática. En ocasiones su voz parecía ser más poderosa que la de la otra soprano.

El Timur de Alberto Camón tuvo imponente presencia escénica y adecuada plasmación vocal. Por lo que a los tres ministros se refiere, intuyo que la caracterización de los mismos, lejos de la dignidad ministerial que se les supone y excesivamente caricatos, hipotecó su canto. En un excesivo movimiento histérico escénico destacó la voz de Marc Sala, un tenor de gusto exquisito, el barítono Isidro Anaya fue demasiado ostentoso mientras que el segundo tenor Héctor García fue desabrido en exceso, rompiendo en ocasiones la unidad del trío. 

Impecable el viejo emperador –muy bien caracterizado, por cierto- de Iker Casares, quizás demasiado bien cantado y sobresaliente Darío Maya y Ángel Pazos como mandarín y príncipe de Persia.

En resumen, que con mayor o menor intensidad, las luces nos aparecieron por las voces solistas. Sin embargo arriba hemos apuntado la existencia de algunas sombras y también las hemos de señalar en esta reseña.

Turandot es una ópera muy exigente con la masa orquestal: la notoriedad de viento, metales y percusión es evidente y el “foso” del Centro Cultural está lejos de poder absorber la plantilla necesaria. Algunos metales entre bambalinas, la percusión entre las butacas de las primeras filas y, como resultado, una versión orquestal excesivamente matizada donde la grandeza imperial quedó en segundo plano. Aldo Salvagno se multiplicó para poder deletrear la partitura y en ocasiones parecía no dar abasto ante tantas exigencias.

Sin embargo, el problema principal fue el del coro. Turandot exige al coro dos grandes retos que entiendo no son fáciles de resolver por un grupo amateur: por un lado, un acto I muy exigente donde las distintas cuerdas han de interactuar en continuos diálogos que en las voces del Coro Luis Mariano quedaron bastante deshilachados, atropellándose y dudando en las múltiples entradas de cada una de las secciones del coro.

El segundo gran reto es el de los coros internos, donde aquí sí se puede afirmar que triunfó el caos. Por poner un solo ejemplo, el acompañamiento del Nessun dorma fue caótico y apenas entendible y audible. Y no fue el único momento. 

La propuesta escénica de François Ithurbide era la única posible en semejante caja de zapatos: un único escenario dividido en dos partes, la trasera algo más elevada donde se celebraban las escenas más solemnes mientras que en la parte delantera tenían lugar las escenas más íntimas. Volver a destacar que dentro de un vestuario convencional el trabajo realizado para mostrarnos a un nonagenario emperador fue sobresaliente. 

La Asociación Lírica Luis Mariano se tiró al agua sin saber si cubría y ha salido airosa. Más que airosa diría yo, vista la reacción popular. El público vitoreó a los cantantes y a todos los componentes de la compañía en demostración de aprobación colectiva. Los espectadores disfrutaron de la función y me pareció maravilloso encontrar tantos niños y adolescentes entre los espectadores. Además en pocos días conoceremos los título de la temporada 2019. Desde luego, con esta función y visto el éxito logrado parece que  a corto plazo el futuro de la temporada lírica de la población guipuzcoana está garantizado.