Carmen OperaOviedo Abrahamyan

 

Sombras de una Carmen

Oviedo. 24/01/2019 y 01/02/2018. Ópera de Oviedo. Bizet: Carmen. Varduhi Abrahamyan y Roxana Constantinescu (Carmen), Alejandro Roy y Antonio Corianò (Don José), María José Moreno y Vanessa Navarro (Micaella), David Menéndez y Germán Olvera (Escamillo), Sofia Esparza (Frasquita), Anna Gomà (Mercedes), Javier Galán (Le Dancaire), Albert Casals (Le Remendado) Orquesta Oviedo Filarmonía. Coro de la Ópera de Oviedo. Coro Escuela de Música Divertimento Dir. Escena: Carlos Wagner. Escenografía: Rifail Ajdarpasic. Dir. musical: Sergio Alapont.

Si tu no me amas, yo te amo; y si te amo, ¡ten cuidado! Así es el amor de Carmen. Un amor libre, magnético y un punto caprichoso que es capaz de arrasar, como un torbellino, con todo lo que encuentra a su paso. Así es que Carmen no tiene reparo alguno en demostrar su interés por Don José sin que este se le haya insinuado previamente. Un gesto que, si bien en nuestros días puede parecer insignificante, suponía mucho al momento del estreno de la obra. Un estreno que le daría a su compositor el éxito de la provocación a pesar de no llegar a vivir lo suficiente como para disfrutar del triunfo incondicional del que sí gozaría su obra apenas unos años más tarde.

Así las cosas, hoy por hoy Carmen es ya algo más que una ópera al uso. Podemos decir que Carmen es, sin mucho riesgo de equivocarnos, el referente concreto bajo el que se identifica todo el género de la ópera. Pues, seamos sinceros ¿puede haber algo más operístico que escuchar a la Callas cantar esa famosísima habanera?

Precisamente por lo anterior, está es una obra que, tal y como nos comentaba el propio director musical Sergio Alapont, todo el mundo tiene estructurada en su cabeza. La multitud de referencias previas hacen que todos acudamos al teatro con una serie de predisposiciones o “requisitos” que exigimos a esa representación para que se convierta en nuestra Carmen “ideal”. Es por esto que, a poca innovación que se trate de introducir desde el apartado escénico, el público puede mostrarse particularmente reacio a aceptar cualquier cosa que se aleje de la Carmen prototípica que se desarrolla en la España de principios del siglo XIX. A propósito de esto, Carlos Wagner nos ofreció una lectura un tanto extraña de la obra en la que optó inspirar su estética en la famosa serie de pinturas negras de Francisco de Goya, jugando para ello con símbolos tan potentes como la coroza que colocan a Carmen durante el primer acto. Resultó de interés la escena ideada por Wagner para cerrar el segundo acto, en la que la pelea entre Andrés y Don José termina por convertirse en un aquelarre que parece predecir el trágico final que aguarda a la gitana y que, desde el punto de vista visual nos provocó la sensación de estar viviendo dentro de la famosa obra pictórica de Goya. Una lástima, en nuestra opinión, que momentos como ese se ensombrecieran con otros como el tablao flamenco recreado durante el segundo acto, que resultaba totalmente incoherente desde el punto de vista musical o el hecho de que, en los últimos momentos de la obra, Don José no mate a Carmen recurriendo a un puñal, sino poniéndose una suerte de careta de toro y embistiéndola como si de una corrida se tratara. Don José mata a Carmen víctima de los celos, y lo hace además con sus propias manos. Esto en sí mismo nos parece ya un mensaje lo suficientemente potente, en todo caso, como para ser exhibido con el mayor realismo posible. No procede, por tanto, almibararlo con pinceladas de surrealismo. Más sombras que luces, en todo caso, para una puesta en escena muy castigada por los pateos del público del Campoamor y que, dominada por una estética demasiado sombría, nos aportó una Carmen que sería preferible no recordar.

Desde el punto de vista vocal, Varduhi Abrahamyan debutaba en el Campoamor abordando el rol protagónico de Carmen. Un rol que, como todos sabemos, es complejo, tanto desde el punto de vista vocal como actoral, pues se trata de un personaje de carácter pétreo que logrará sobreponerse prácticamente a todo, excepto a su propia muerte. En este contexto, la mezzosoprano franco-armenia ofreció una Carmen de gran fortaleza, aunque quizás no tan capaz de embobar a Don José como nos habría gustado. Su presencia escénica destiló aplomo y su proyección era generosa, pero creemos que su Camen resultaría mucho más completa de contar con un fraseo algo más hipnótico y delicado. Pues Carmen es fuerza y energía, sí, pero también debe ser encanto y seducción. En el segundo reparto, el rol recayó en Roxana Constantinescu, quien abordó el rol con entrega y suficiente solvencia vocal durante el total de la representación. En rol de Don José recayó en el asturiano Alejandro Roy, quien demostró una entrega irreprochable durante la totalidad de la función exhibiendo asimismo un tercio agudo llamativo tanto por su proyección como por su timbre y del que ya habíamos podido disfrutar en otras ocasiones en ese mismo teatro. Quizás echamos en falta un mayor lirismo en la famosa “La fleur que tu m’avais jeté”, interpretada en un estilo mayormente verista que encaja con el del propio Roy. Por lo demás, el tenor nos pareció un Don José completo y francamente meritorio. Antonio Corianò, por su parte, fue el encargado de dar vida al amante de Carmen durante el segundo reparto. Tarea que cumplió con un desempeño creciente a medida que avanzaba la representación, demostrándose notablemente más solvente tras el descanso. Un Don José eficaz y entregado que se arriesgó a jugar con las dinámicas hasta el punto de llegar a renunciar a un color del todo homogéneo durante los pianísimos, tal y como se puedo apreciar en el final de su aria del primer acto.

Como es costumbre, David Menéndez deslumbró abordando su parte, que en este caso fue la de Escamillo, luciendo con ella un aplomo vocal y escénico irreprochable. No es Menéndez sino un barítono de indiscutible calidad y al cual no nos cansamos de escuchar en las sucesivas temporadas de la Ópera de Oviedo donde, esperamos que se mantenga cantando por muchos más años. Gran contraste, por tanto, el que pudo apreciarse con este personaje que contó Germán Olvera, jovencísimo barítino mexicano que, pese a iniciarse algo inseguro en su intervención del segundo acto, fue ganando en solvencia a medida que avanzaba la función, dando muestra de una voz generosa y bellamente timbrada ya desde el tercer acto y dejándonos, por tanto, un grato recuerdo de su debut en el Teatro Campoamor. La granadina María José Moreno, por su parte, fue una Micaela de muchos quilates, que lució un timbre denso y una proyección abundante con los que logró aprovechar todas y cada una de las intervenciones de su personaje. Más rutinaria fue la interpretación de Vanessa Navarro abordando ese mismo rol que, si bien no logró sacarle tanto partido como la propia María José Moreno, si supo defender con entereza, resultando destacable su interpretación del aria escrito para su personaje durante el tercer acto. Bien cubiertos, asimismo, estuvieron los roles comprimarios de Frasquita y Mercedes, abordados por Sofía Esparza y Anna Gomà respectivamente, y Zúñiga, que recayó en el solvente Paolo Battaglia a quien ya habíamos podido escuchar en la anterior Tosca de la Ópera de Oviedo

La dirección musical de la producción estuvo en manos de Sergio Alapont, cuya lectura, si bien destiló pasión e interés por la partitura, se vio aquejada de cierta falta de sincronización entre el foso y los cantantes, especialmente durante los primeros actos de la primera representación, problema que se solventó en su práctica totalidad durante la función con el segundo reparto. Buen trabajo, asimismo, por parte de la Oviedo Filarmonía, quien lució un sonido compacto y trabajado abordando una obra que no resulta técnicamente fácil de interpretar.

Las intervenciones del Coro de la Ópera de Oviedo se nos antojaron, en esta ocasión, algo mejorables, aquejado de ciertos destemples puntuales entre sus voces. Buen, y meritorio trabajo por parte del coro infantil de la Escuela de Música Divertimento que, habida cuenta de las dificultades que suponen este tipo de partituras y producciones para cantantes tan jóvenes, se mantuvo perfectamente a la altura de las circunstancias.