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Andrés Salado: "Al público hay que ofrecerle todos los colores de la música"

Titular de la Orquesta de Extremadura e invitado habitual de las formaciones de nuestro país, el madrileño Andrés Salado parece vivir un momento álgido en su carrera. Cara y voz conocidas por el gran público dada su labor divulgativa, su objetivo principal es servir la música desde el foso y la tarima, en la construcción, como él mismo nos cuenta, del mejor sonido posible. Con una agenda de lo más sugestiva, en torno a esta entrevista, publicada en nuestra edición impresa de abril-junio 2022, ha ofrecido conciertos con María Dueñas y Josu de Solaun, y en breve conducirá la ópera La traviata, en Valladolid.

Ha comentado usted en varias ocasiones que es más feliz desde que es consciente de sus límites. ¿Desde cuándo ha sabido de ellos?

Siempre he vivido muy con los pies en la tierra. Ser limitado no es nada malo, simplemente significa que soy un ser humano. Para darme cuenta de mis limitaciones cuento, además, con una aliada fabulosa que es mi madre, quien me da siempre la crítica más sincera y constructiva. Tras cuarenta años viviendo la profesión de músico, siempre atina en la diana. Obviamente, también tengo mi ego, como todos los artistas, pero tengo claro que hay cosas que no voy a conseguir nunca... aunque tampoco es que quiera conseguirlas. No tengo la necesidad existencial de ser el primero en todo. ¡Y también soy consciente de mis talentos! ¡Intento potenciarlos en todo lo que puedo!

¡De hecho, ser consciente de las limitaciones ya es todo un talento!

¡Por supuesto! Uno de los problemas de esta profesión es que hay mucha gente que no es consciente de sus limitaciones y se convierten en frustraciones. Nuestro pequeño mundo está repleto de frustraciones en muchas capas: cantantes, críticos, instrumentistas, profesores de conservatorio... hay para todos. El músico tiene una especie de botón de puerta al ciberespacio que nos hace creer que podemos ser todos Lola Flores. Y no. (Risas). Ve, yo tengo gente cerca que me quiere y me hace ver que eso no va a pasar.

También entra en juego, supongo, la necesidad constante de comparación que parece haber entre artistas, sea real o no.

Sí, pero por ejemplo, lo típico que nos dicen a los directores de orquesta: “estoy convencido que dentro de 40 años te veré dirigir el Concierto de Año Nuevo en Viena”. Pues no. No estés seguro de eso, porque ahí no me vas a ver.

¡Sobre todo ahí! Que es uno de los lugares más rancios del planeta!

Desde luego es muy tradicional. Sólo llegan cuatro personas y con los mismos nombres de siempre, que se repiten una y otra vez.

¿Un director ha de dirigir, por ejemplo, todo Beethoven para comenzar con Bruckner? ¿O Wagner para llegar a Mahler?

Yo creo que no. Dirigir autores determinados, mucha de su obra como si fuesen piezas imprescindibles para pasar a otros... no lo veo. Todo depende de muchas cosas. De tu experiencia musical y de tu experiencia vital, también. Hay repertorio que se te mete como un traje hecho a medida en determinadas épocas de tu vida. Hay personas que no son capaces de dirigir Bruckner hasta que cumplen los 50 años y hay quienes pueden dirigir toda la tetralogía wagneriana antes de los cuarenta. Supongo que tiene que ver mucho con tu momento vital, ya le digo, y con tus inquietudes como artista. ¡Con tus inquietudes estudiando la partitura! ¡Eso es muy importante! Es como cuando pruebas a continuar leyendo una novela que no te gusta...

¿Usted es de los que se lee los libros enteros, aunque no le estén gustando?

Ahora ya no. Mi tiempo y mi vida la tengo que aprovechar. No me fuerzo ya a leer lo que no me está aportando nada. Hay libros que merecen ser leídos, no obstante y merecen el esfuerzo... pero eso se nota, en cualquier caso, según vas avanzando... y lo mismo puede suceder con las partituras. Obviamente, hay directores que no se atreven con cierto repertorio en un primer momento, pero si es una música que te gusta y a la que puedes dedicar tiempo de estudio... antes o después llegará a tu atril.

Hablando de su atril, ¿cómo está siendo la experiencia de su titularidad al frente de la Orquesta de Extremadura?

Maravillosa. Algo muy nuevo para mí. Hay mucha complicidad e incluso magia por momentos. Mútua, me atrevería a decir y esto es siempre difícil de afirmar cuando uno se sitúa al frente de una orquesta. Hay una sensación de respeto y confianza por ambos lados, casi como cuando uno está comenzando una relación de pareja. Hay mucho cariño, mucha energía. Es todo ello algo difícil de encontrar, pero es una gozada cuando lo sientes en tus manos. Normalmente, los directores de orquesta estamos teniendo siempre que demostrar nuestra valía. Constantemente. Y es algo complicado. Al menos desde mi experiencia como director joven. Armar una orquesta es algo muy difícil de lograr el primer día.

Como titular las preocupaciones de la orquesta le acompañan a usted un día tras otro, no como cuando uno es invitado por una formación.

Efectivamente. Con la Orquesta de Extremadura no es una cuestión reverencial, de que ellos me deban a mí pleitesía, sino que se siente el cariño y el respeto mútuo. Hace poco hicimos una Escocesa de Mendelssohn, mi primera vez con ella, que fue preciosa. O una Primera de Beethoven que fue increíble... Siento que estoy en un momento de aprendizaje muy bonito. En una etapa, por cierto, también muy bonita de la Orquesta.

Puede sonar un poco frívolo así dicho en una entrevista, pero la Orquesta de Extremadura es un caramelo. Una de esas orquestas que apetece dirigir y a la que los artistas siempre quieren volver.

¿Tiene una idea de proyecto a futuro para con ellas y ellos?

El primer objetivo es mío: sobrevivir en el mundo de la dirección titular. El día a día de la gestión artística. La programación, los invitados, equilibrios... y más en estos tiempos. Para mí, todo ello es un reto que me hace crecer, con el que me siento con mayor empaque y seguridad en mi puesto. Saber controlar mi responsabilidad sin que se me desbarate todo. Hay muchos directores, enormes, que no quieren ser titulares. Hay que saber llevarlo.

Una vez que termine de cumplir ese apasionante objetivo, otro más global, más a medio plazo, es tener siempre algo que decir a la orquesta. Quiero resultar musicalmente interesante a mi orquesta y seguir creciendo con ellos. Y en muchos estilos. Por mi edad, por mi forma de ser, mi repertorio es amplio. Ese descubrimiento constante ha de ser como un boomerang, de ida y vuelta constante con la orquesta.

¿El eclecticismo es necesario?

No sé si es necesario, pero sé que yo soy así. Con todo, la programación tiene su coherencia y su por qué. Yo siempre me pienso todo ocho veces antes de dar el paso definitivo. ¡Podría adaptarlo a mi vida y no lo hago, porque soy muy temperamental! (Risas). Sin embargo, los programas están muy, muy pensados. Si usted hecha un vistazo a la programación de la temporada 21-22, nunca encontrará agrupaciones tipo “Ecos de la luz” o “Las impares”... Sinceramente, eso me parece una manera muy antigua de programar que le funcionaba a muy pocos. Y que limita mucho. Al público hay que ofrecerle todos los colores de la música.

Si no te gusta el verde, te gustará el azul.

¡Claro! Sólo hay que saber empaquetar cada color. Intentas que en cada programa haya una coherencia estructural, aunque haya obras absolutamente opuestas. Y hay muchas otras que programaría, pero que aún siento que no es el momento más indicado para ellas. He hecho Beethoven, Haydn, Mendelssohn, pero Primera de Mahler, por ejemplo, no creo que aún sea el tiempo idóneo para ello. Necesito más experiencias con la orquesta. Mi viaje ha de ser con el público de Extremadura. Un viaje de disfrute y de crecimiento personal.

¿Cuál es ese destino de su viaje?

Si tuviera que resumirlo sólo a uno, diría, claramente, que mi meta es el sonido. Un sonido bello, equilibrado, arquitectónicamente bien construido y con personalidad.

¿A qué suena la OEX?

¿A qué huelen las nubes? (Risas). La OEX suena a energía, a compromiso, ¡qué es muy importante! ¡Es una orquesta con ganas de tocar! Y la OEX suena a comunión absoluta con su público. Pocas veces se va a encontrar a un público como el que hay en Extremadura.

¿Vertebra la OEX, de alguna manera, la cultura en Extremadura? ¿Es un punto al que llegar?

Sí. Muy y mucho. La Orquesta de Extremadura es de las pocas orquestas que, en abono, están siempre de gira. El segundo concierto de abono rota constantemente: Plasencia, Cáceres, Mérida, Villanueva de la Serena, Almendralejo... ¡Eso es compromiso cultural! El objetivo de la OEX es difundir la cultura allá donde va. No sólo en abono, sino con muchas otras propuestas musicales. 

¿Hay respaldo político?

Muy grande. Es algo que quiere la Consejería de Cultura también. Somos unos privilegiados. Tenemos una relación constante, de hermandad, con la Consejería, a través de la Secretaría General de Cultura. Están siempre pendientes de lo que necesitamos, de nosotros.

Qué gusto los políticos que entienden de la necesidad de una orquesta y no aquellos que entran enseguida en lo que ellos consideran rentabilidad.

Es que, además, ya no es una cuestión de rentabilidad, entiendan lo que entiendan en cada lugar por rentabilidad. Una orquesta es un servicio público indispensable. Es un servicio que jamás ha de recortarse. En cualquier comunidad autónoma. Aquí se esta a favor de ello. Mirando porque todo salga adelante, en una suerte de reivindicación social. No hay un proyecto cultural más transversal que una orquesta sinfónica. 

¿Depende mucho del presupuesto?

Depende de la magia con la que manejes el presupuesto. Tiene también su parte apasionante y es donde ves el compromiso real de los artistas. Con lo que hacen en su día a día y con tu orquesta.

¿Idealizamos mucho al artista? ¿Al director de orquesta?

(Ríe y piensa). Es una pregunta complicada porque la respuesta tiene varias vertientes. Por una parte se idealiza. Pienso en cómo ven los músicos jóvenes al director titular de su orquesta. Desde este punto de vista, le digo que sí, pero que somos muy humanos también y que fallamos. Tenemos dudas y miedos... es el ideal sobre la idealización. Frente a todo ello, tenemos que hacer ver que no pasa nada, y  ya no es una cuestión de apariencia sino de supervivencia. Si el capitán es el primero en saltar del barco... es algo que va en contra, absolutamente, de lo que significa el liderazgo y el compromiso ante una orquesta. El director de orquesta tiene que ser el que se mantenga firme en todo momento de crisis. Que llueva sobre él, pero que esté ahí.

Por otro lado, hay una idealización que nos merecemos. Hay todo un trabajo detrás del concierto que es de superhéroe. Va implícito en el sueldo. Una dedicación absoluta en muchísimos perfiles distintos al mismo tiempo. Es algo complicado de manejar. Hay grandísimos músicos y solistas que focalizan su día a día en su instrumento. Sólo en su instrumento. El director tiene una cantidad de responsabilidades que, muchas veces, la gente no puede llegar a comprender. Para ser director de orquesta hay que ser muy valiente.

¿En qué sentido?

Valiente, y es algo que nunca he expresado en una entrevista, a la hora de enfrentarte, en un estadio primigenio de tu profesión, a cosas que te superan constantemente. ¡Pero tienes que intentar llegar a ellas! ¡Avanzar sobre ellas! El primer objetivo de un director cuando empieza es aguantar vivo todo un ensayo (risas). Es todo un ejercicio de valentía. A medida que creces en la profesión, el objetivo muta, varía. Pasa a ser, por ejemplo, construir en tres días el sonido y el color en tu versión. Y es algo que nunca es fácil. A veces todo va surgiendo de manera dócil, a veces hay que pelear más.

¿No parte usted con un punto de ventaja en el que al director de orquesta se le considera en un estadio superior?

No. Eso no existe. Yo he tenido muy pocos problemas en mi profesión, muy pocas situaciones desagradables en ensayos, pero le puedo asegurar que cuando tienes 25 años, no muchas personas te ven como una entidad respetable per se. Es algo que te tienes que ganar. Y por ahí hemos pasado todos: Abbado, Toscanini, Jansons... 

¿En qué momento cambia la cosa?

Depende. De tu talento, tu trayectoria, tu inteligencia... Vas ganando galones. Para mí, subirte a la tarima es un acto verdaderamente grande de respeto hacia la orquesta. Esa responsabilidad ante sus músicos, su historia, la entidad como tal... la siento sobre mis hombros. La experiencia te da el estatus y no, eso que me pregunta de partir con ventaja, en absoluto. Partimos con una mano delante y otra detrás. Que vienen a ser tu estudio y tu credibilidad. Son cosas que nadie te puede quitar.

¿Realmente la credibilidad no pueden quitártela?

No. Salvo que seas un fake, supongo. Pero tu credibilidad es tu patrimonio. Seas quien seas: director, periodista, músico... es algo que se erige desde la verdad. Y todo lo que no sea verdad, se cae por su propio peso. 

Supongo que sumar al foso un escenario, como va a hacer ahora con La traviata en Valladolid, agudiza todo aún más.

Sí, claro, pero la ópera también me encanta. Y La traviata es una ópera que lleva en mí, de un modo u otro, toda la vida. La versión de Decker en el Festival de Salzburgo, por ejemplo, la habré visto, sin exagerar, unas treinta y tantas veces. Sé que no es nada original decir que La traviata es una de mis óperas favoritas, pero es que es así. No tiene una sola nota de desperdicio. Que Verdi llegase, en un momento de la vida y de la historia, e hiciese protagonistas de sus óperas a una gitana, un jorobado y una prostituta... ¡es maravilloso!

La traviata es la ópera bisagra entre la tradición belcantista que ya está empezando a desaparecer, con ese tratamiento magistral de las voces, y el teatro. Tengo la tremenda suerte, desde hace siete u ocho años, de que dirijo uno o dos títulos líricos por temporada. Es algo que me completa. Disfruto los ensayos de escena desde el minuto uno. Es un proceso que me parece absolutamente mágico.

¿Por qué hay que ir a buscar al director de orquesta en los aplausos finales de una función, especialmente las mujeres?

Hasta que llegue un director de escena que rompa esa tradición. Es una pregunta con mucha trascendencia... que no debería tener ninguna trascendencia.  Las cosas en nuestro mundo musical están configuradas con un hermetismo milimetrado, sobre una tradición obsoleta y esterotipada. Sigue siendo muy machista. La ópera como género especialmente... ¡y la zarzuela! Si nos ponemos en esa tesitura... siendo reflejo de la sociedad que somos, es un poco absurdo atacarla.

Ya no atacarla, sino cambiarla.

Sí, cambiarla sí, pero cambiarla es diferente y no lo vas a poder cambiar nunca desde lo puramente musical. Hemos de cambiarla desde lo estético, lo gestual... la orientación que le des. Yo ahí si creo que el trabajo que están llevando a cabo los directores de escena españoles está siendo muy potente. 

Pero, y el trabajo que pueden realizar los directores de orquesta? ¿Tan complicado es renunciar a ciertas ceremonias y situaciones de pleitesía como esta de los saludos?

¡En absoluto! ¡Yo no necesito, para nada, que venga nadie a buscarme! ¡Al revés! Esta es una pregunta que nunca me habían planteado, la verdad. ¡Es cierto! ¿Por qué ha de venir siempre a buscarme Gilda en Rigoletto, por ejemplo? No tiene sentido. Y por otro lado... siempre estoy deseando que vengan a regalarme a mí un ramo de flores tras un concierto, para dárselas también a otros hombres. 

Por cierto, a usted podemos verle y escucharle también en diferentes espacios de la radio o la televisión. ¿Necesita la clásica de la divulgación?

Divulgar, al fin y al cabo, es un acto filantrópico, humanista... ¡holístico incluso! Es imprescindible y podría darle aquí frases y frases más que típicas... pero miremos en el espejo. ¿Cómo ve el mundo de la clásica la divulgación y para quién se divulga? Cuando uno divulga, a través del medio que sea, se expone. Cuando a mí me propusieron aparecer en un programa como Prodigios, en TVE, estuve meses pensándomelo y al final decidí que sí que quería participar. No por el dinero, se lo puedo asegurar. 

En España hay pocos profesionales que hayan formado o formemos parte del circuito y que se dediquen también a la divulgación: Ramón Gener y José Manuel Zapata... quizá también Juan Pérez Floristán... y yo. Dedicarme a las dos cosas me trae muchos problemas.

¿Muchas cejas levantadas?

A lo mejor es mi sensación y en parte puede que sea así, pero cuando estás muy expuesto, tienes muchas papeletas de generar incomodidades a otras personas de la clásica que no están acostumbradas a estos perfiles más abiertos. Pensemos en Prodigios, formato del que usted y yo ya hemos hablado en privado, en ocasiones anteriores. ¿Qué de malo tiene este programa? ¿Que no es un concurso de primer orden mundial? ¿Que es televisión? Sí, pero hablamos de familias, de amor, de esfuerzo, de conservatorios y sí... donde se escucha a Lloyd Weber y a Madonna, pero también a Haydn, Arriaga o Mozart.

En esta última frase, quizá tiene una respuesta: el tener que separar a Madonna de Haydn, justificar la inclusión de unos y otros... cuya unión a tanta gente parece aún molestar en el mundo de la clásica.

¡Efectivamente! Pero es que se nota tanta animadversión en nuestra profesión... El público, no obstante, lo recibe muy bien. Un millón y medio de espectadores... Sin embargo, siento que mi persona está mucho menos considerada por diferentes factores: porque soy joven, porque utilizo las redes sociales como me apetece, porque aparezco en la televisión y en la radio...

Está poniendo en jaque a un sistema.

Pues mire, si es así, ¡por fin! ¡Hay que poner en jaque un sistema del que no salen directores de orquesta de los conservatorios! No se sostiene por ningún lado un sistema donde la gente no puede sentirse identificada y en cuya educación, quien imparte las clases no está desarrollando su carrera artística. Hay demasiada frustración. A mi me encantaría que no me criticaran por mi faceta televisiva, sino por mis lecturas musicales, por las versiones que hago, pero críticas que encierren verdad, no prejuicios. Yo soy un músico, un músico de verdad que se desvive por la música, yo llevo siempre eso por delante y espero que los demás también lo hagan al pensar en mí.

Foto: Michal Novak.