La consagración wagneriana de Heras-Casado

Madrid. 28/04/2024. Teatro Real. Wagner: Los maestros cantores de Núremberg. Pablo Heras-Casado, dirección musical. Laurent Pelly, dirección de escena.

Pocos teatros poseen hoy en día los medios para afrontar una nueva producción de Los maestros cantores de Núremberg. El Teatro Real es uno de ellos y lo ha hecho contando con Laurent Pelly en lo escénico y con Pablo Heras-Casado en lo musical. El primero no aporta apenas nada en el plano dramático y el segundo confirma su afinidad con el repertorio wagneriano, tras el exitoso debut en Bayreuth del pasado verano, con su primer Parsifal. El título, por cierto, no se había visto en Madrid desde el año 2001, entonces con las huestes de la Staatsoper de Berlín, en la propuesta escénica de Harry Kupfer y nada más y nada menos que con Daniel Barenboim a la batuta.

Minucioso y esmerado, el maestro granadino comandó la representación con pulso firme y confiado, con actitud serena y segura, abundando en una lectura ciertamente fluida y ligera, de excelente balance orquestal entre las secciones, logrando con ello una ejecución límpida y redonda por parte de la Orquesta Sinfónica de Madrid. 

“Cuánto ha madurado Heras-Casado”, escuché comentar en una de las pausas a Alberto Ruíz-Gallardón, en conversación con Plácido Domingo, presente también en la representación. Ciertamente, Heras-Casado ha crecido mucho como director musical, aún más específicamente como director de ópera y todavía más concretamente como batuta wagneriana. La evolución desde aquél Holandés errante de 2016 es palpable. 

Dicho esto, lo cierto es que su periplo con la obra de Wagner, precisamente en el Real, no siempre fue triunfal, con diversos altibajos (una afortunada Valquiria y un Ocaso irregular) a lo largo de un Ring que se vio además lastrado por los imponderables de la pandemia. Pero entonces llegó su primer Parsifal y con él su primera vez en Bayreuth y parece que se obró la magia. 

Algo ha cambiado, es evidente, en la forma de comprender la música de Wagner por parte del director español. Hay más luz, más transparencia, más balance, más narratividad; en suma, todo tiene más orden y más sentido, dentro de una sensación general de mayor afinidad y entendimiento con su música. Así las cosas, con estos Maestros bien puede decirse que Heras-Casado firma en Madrid su consagración wagneriana.

En la práctica, hubo momentos muy logrados, como la propia obertura o la introducción orquestal al tercer acto, fraseada con intensidad y gran control, ahondando en el relieve ‘parsifaliano’ de esta música. Y qué decir del bellísimo el quinteto del tercer acto, a buen seguro el momento más mágico y plástico de la noche. Heras-Casado supo resaltar también con buen tino las concomitancias de la escena entre Hans Sachs y Beckmesser con algunos pasajes del Anillo, en concreto algunas escenas de Siegfried

En el debe, tan solo señalaría cierta tendencia al alboroto en los concertantes finales de los dos primeros actos y cierto exceso de decibelios en la gran escena final, donde no es que faltase control, pero la disposición del coro, tan en la corbata, al borde casi del foso, deparaba una impresión sonora quizá demasiado contundente, al menos desde los asientos de platea. 

Siguiendo con la versión musical, es de justicia comentar con más detalle la labor de la Sinfónica de Madrid, quizá en uno de sus mejores trabajos desde aquel brillantísimo Ángel de fuego con Gustavo Gimeno, en marzo de 2022. Excelente desempeño de las maderas, narrativas y muy bien aprovechadas por Heras-Casado para dar forma a todo el juego de ironías que atraviesa la obra. Muy solventes los metales, seguras las trompas en sus intervenciones más expuestas. Y muy flexible la cuerda, de relieve reconocible, muy bien desentrañadas por el maestro granadino. 

Y es de justicia, por supuesto, aplaudir el extraordinario trabajo del Coro Intermezzo, con José Luis Basso al frente. Realmente no echamos de menos a los grandes coros alemanes de Múnich o Berlín, sumamente familiarizados con esta obra. El trabajo de los integrantes del coro titular del Teatro Real, tanto con el texto como con la tímbrica, y por supuesto con la propuesta escénica, es realmente encomiable.

Laurent Pelly Pablo Heras Casado TeatroReal24 Meistersinger

El francés Laurent Pelly es el responsable de algunas icónicas producciones cuya memoria estética asociamos ya indefectiblemente a algunos títulos como La fille du régiment de Donizetti o el Giulio Cesare de Händel. Es un verdadero maestro a la hora de manejarse con fortuna con el lenguaje de la comedia, con escenografías móviles ciertamente ocurrentes y afortunadas. Pero no ha sido así con estos Maestros cantores, realmente grises y aburridos, y en los que verdaderamente no pasa nada. Y eso, para una ópera que dura cinco horas, es un gran pecado. 

Apunta Joan Matabosch en su extenso texto del programa de mano que “la puesta en escena de Laurent Pelly presenta el taller de Hans Sachs como un espacio invadido por pilas de libros”, como si esto fuese una novedad, como si no se hubiese visto ya en muchas otras propuestas para este mismo título (la citada de Harry Kupfer, sin ir más lejos, ilustra una de las escalinatas del coliseo madrileño, justamente con esa pila de libros); es más, como si eso no estuviera ya insinuado en las acotaciones escénicas del propio Richard Wagner.

El retrato de los maestros cantores que propone Pelly es ciertamente grotesco y un punto exagerado; es algo buscado, entiendo. Desde luego está muy trabajado, individualizando a cada maestro, y tiene su sentido, incluso funciona en una primera instancia, pero luego no se resuelve en ninguna dirección, es una mera aportación plástica. En este sentido, sí cabe señalar que la caracterización de Beckmesser es especialmente afortunada, con una visión del personaje realmente grimosa y de tintes cinematográficos.

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La primera y más evidente decepción de la propuesta de Pelly viene de la mano de la escenografía de Caroline Ginet, con esas casas de cartón. Sí, sí, como lo leen. Ya no es que hablemos aquí de una escenografía a la antigua, de cartón piedra; es que Núremberg es directamente un conjunto de casas hechas con cartón de embalar. Esto, dicho sea de paso, tampoco representa novedad alguna; de un modo más colorista, se vio sin ir más lejos en la propuesta de Andreas Homoki para la Komische Opera de Berlín. Si lo que se nos quiere dar a entender es la fragilidad de Núremberg, una absoluta obviedad, me temo que para este viaje no hacían falta tantas alforjas, ni tanto cartón.

A mi entender, Pellly naufraga con esta “comedia seria”, valga el oxímoron, y ni siquiera se atreve a proponer algo con personalidad para el último acto, sin tener muy claro que hacer con el polémico monólogo de Sachs, momento en el que la escena se oscurece con un tenebrismo sin razón de ser, que no cuadra por cierto con el espíritu que Joan Matabosch atribuye de hecho a la propuesta en su ya citado texto del programa de mano, donde dice -y con buen tino- que “Los maestros cantores necesita  superar la sesgada —e ignorante— utilización de la obra por parte del régimen nacionalsocialista, que provocó que durante los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial fuera mirada con recelo y se utilizara más como incómodo icono de un pasado vergonzante que como obra de arte”. 

En efecto, no podría estar más de acuerdo con esa premisa, pero la propuesta de Pelly no se construye precisamente hacia ese horizonte sino que se conforma con un último acto de ribetes meramente costumbristas, superficial en el plano dramático, sin ideas de fuerza que lo sustenten. En conjunto, me temo, una propuesta escénica más bien irrelevante, que evita ir al tuétano de la obra y de la que apenas rescataría la buena iluminación de Urs Schönebaum, a quien a buen seguro debemos el único momento con magia de la velada, el ya citado quinteto del tercer acto.

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Encabezando el elenco resultó magistral el canadiense Gerald Finley como Hans Sachs. Con sus medios, ciertamente más líricos que dramáticos, abundó en una lectura humanísima del personaje, más en la línea de un José Van Dam, aunque sin la hondura y gravedad de medios que exhibía el cantante belga. Finley es un liederista consumado y eso se dejó entrever en sus monólogos, narrados con una intencionalidad sobresaliente, sin forzar un ápice el instrumento, con verdadero apego al texto y con innata musicalidad. Pocos cantantes hay hoy en día, en activo, con esa elegancia y con esa solvencia. Y la voz, para sus 64 años de edad, está en plena forma.

Como ya apunté antes, en complicidad con la propuesta escénica de Laurent Pelly, Leigh Melrose brinda toda una creación del rol de Beckmesser. Si bien vocalmente pudiera resultar demasiado contundente para esta parte, su manera de plegarse a la caracterización propuesta por el director de escena francés es sencillamente admirable.

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 Honesto y voluntarioso, de medios limitados pero de canto franco y entregado, el Walther de Tomislav Mužek no entusiasmó pero resolvió la parte con suficiencia. Los medios, ya digo, son modestos y su carisma en escena, más bien discreto y torpe, pero se entonó donde más se le esperaba, en su escena del último acto, donde puede decirse que lo dio todo y salió airoso.  

A su lado, de menos a más en el plano vocal, la Eva de Nicole Chevalier me resultó interesante sobre todo en el tercer acto, devolviendo al rol su relieve más dramático. Muy buen desempeño vocal y escénico asimismo el de Anna Lapkovskaja como Magdalene. Y un punto apurado y tenso en el tercio agudo el David de Sebastian Kohlhepp, quien no obstante demostró un manifiesto dominio del rol.

Contundente y sonoro, con ribetes de Gurnemanz, el Pogner de Jongmin Park. Y muy bien armado el conjunto de los maestros cantores, empezando por un infalible José Antonio López como Fritz Kothner y alternando voces de aquí (Albert Casals, Jorge Rodríguez Norton) con voces  de fuera (Paul Schweinester, Barnaby Rea, etc). También fue un lujo recurrir a un bajo de la entidad de Alexander Tsymbalyuk para la parte del Sereno.

En conjunto, puede decirse que el Teatro Real ha salvado con nota el reto de poner en pie una obra de magna y compleja entidad como es el caso de Los maestros cantores, con Heras-Casado liderando una versión musical muy sólida, con un elenco bien compuesto y apenas con el lastre de una versión escénica de muy poco relieve, demasiado convencional. 

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