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Roberto González-Monjas: “Lo que una orquesta busca en un director es inspiración”

Para nuestra portada del mes de octubre, en ocasión de nuestra edición impresa trimestral, contamos con el violinista y director de orquesta español Roberto González-Monjas (Valladolid, 1988), quien comienza ahora su titularidad al frente de la Orquesta Sinfónica de Galicia, al tiempo que continúa sus compromisos como titular en Winterthur y su faceta como principal director invitado de la Orquesta Nacional de Bélgica. Recientente ha sido también designado nuevo director titular de la Orquesta del Mozarteum en Salzburgo, cargo del que tomará posesión en la temporada 2024/2025.

Buscando documentación para esta entrevista me encontré con una entrevista de 2017, en La Dársena de Radio Nacional de España. Hace por tanto siete años de aquella conversación. Y entonces decía usted, y cito, “no me planteo cambiar el arco por la batuta”. A la vista de los acontecimientos, ¿sigue pensando lo mismo? 

(Risas) No, claro que no… Cómo cambian las cosas. 2017 me parece ahora mismo otro universo (risas). Todo mi cambio de trayectoria profesional se precipitó desde finales de 2018, principios de 2019. Mi primera temporada como director, digamos, fue la de 2020, precisamente la del covid. 

Yo tardé mucho en llegar a la conclusión de que podía estar capacitado o ser adecuado para el trabajo de la dirección de orquesta. Siempre me pareció una tarea demasiado compleja, no ya por la cuestión técnica, musical, etc. Me imponía sobre todo la cuestión del liderazgo y la dinámica de viajes, la idea de conocer tantas orquestas a una velocidad tan grande… 

En aquel momento, hacia finales de 2018, yo no creía tener suficiente fuerza mental y física para poder hacerlo. Pero fue precisamente entonces cuando me entró en gusanillo de probar y me dije “ahora o nunca”. Y aquí estamos… 

A la vista está que la batuta ha tomado las riendas de su agenda.

Sí, mis compromisos como director de orquesta abarcan el setenta por ciento de mi carrera más o menos. Eso no significa que vaya a dejar el violín, ni mucho menos, pero la balanza ha oscilado claramente hacia el lado de la batuta.

Lo cierto es que su carrera ha comenzado con una fuerza espectacular. Nada menos que tres titularidades a la vez, con formaciones tan dispares como Winterthur, que fue la primera, y después la Sinfónica de Galicia y la Orquesta del Mozarteum. Y a esto se suma su vinculación con la Orquesta Nacional de Bélgica, como principal director invitado, y un importante proyecto pedagógico en Colombia. ¿Es usted consciente de que el año tiene 365 días? (Risas)

Ojalá tuviera más (risas). Bromas aparte, esto es algo que he decidido afrontar así de manera consciente. Yo soy un bebé aún en términos de mi carrera como director. Llevo dirigiendo en serio, digamos, desde la temporada 2019/2020. Y me asustaba mucho ya entonces, y me asusta aún ahora, la idea de conocer a veinte orquestas nuevas cada temporada. Ese trabajo de director invitado, que es fascinante, requiere otro tipo de labor que, al menos para mí ahora, en este momento, no es lo que necesito. Para el principio de mi carrera, para ganar suficiente experiencia y para tener paz mental, para poder construir repertorio… para todo eso, prefería un trabajo estable con orquestas como estas tres. Y luego a esto sumar, puntualmente, las orquestas a las que voy como invitado, cinco o seis al año, no más.

Es un planteamiento muy razonable, sobre todo es una apuesta por el trabajo a medio y largo plazo.

Exacto. Porque ese es el trabajo que a mí me seduce. La dirección de orquesta es una carrera de fondo.

Que se lo digan a Blomstedt, del que nadie se acordaba treinta años atrás. (Risas)

Eso es. Yo miro con veneración esa autoridad de un Blomstedt, como la de un Haitink, etc. Yo aspiro a ese tipo de trayectoria. Me interesa hacer un buen trabajo, estable y de fondo, con profundidad y teniendo la oportunidad de respirar, no sentir la presión de seis semanas seguidas con seis orquestas distintas, con repertorio nuevo, etc. Admiro a la gente que lo puede hacer, pero creo que no es mi caso en este momento de mi trayectoria.

También es verdad que por su talento se ha visto en la disposición de acceder a esas titularidades, que no son en absoluto menores, sino muy mayores. Lo digo porque hay muchos otros colegas a los que nos les queda otro remedio que subirse a esta noria de orquestas invitadas una detrás de otra, sencillamente, porque no les proponen una titularidad.

Sin duda alguna. Yo me siento privilegiado del hecho mismo de poder elegir. Yo soy un fanático del trabajo pero también asumo que soy muy afortunado.

El hecho de ser un músico solista con el violín y el hecho también de haber sido concertino durante muchos años, en muchas formaciones, imagino que le da un punto de vista privilegiado a la hora de conocer cómo funciona una orquesta, desde dentro.

Efectivamente, esa es obviamente una de las grandes suertes que tengo a la hora de ser director. Digamos que tengo una vida pasada (risas). Cuando estás como concertino en una orquesta entiendes las dinámicas internas, las políticas de los músicos… Ahora como director, no hace falta ni que me miren para entender ciertas cosas, lo huelo. La vida de la orquesta la he vivido en mi propia carne y eso es una gran ventaja, es un trabajo que ya traigo aprendido y que es fundamental para cuestiones tan básicas como manejar los tiempos, los ensayos, etc.

"LA ERA DEL DIRECTOR DICTADOR ESTÁ MUERTA"

Se da el hecho, por cierto, de que varios directores españoles actuales de primera fila han dado el salto a la dirección habiendo sido precisamente músicos de orquesta. Pienso por ejemplo en Gustavo Gimeno y en Lucas Macías. Y esto también ha pasado con directores de perfil mas internacional como Andris Nelsons, que era trompetista o Manfred Honeck, que fue concertino de la Filarmónica de Viena. Esto es interesante porque habla de un cambio de dinámica de modo que cada vez son más los directores que llegan a serlo porque precisamente han sido músicos, en el atril. Y esto trae consigo otro paradigma de la dirección, otra idea del liderazgo.

Absolutamente. Es la pescadilla que se muerde la cola. La era del director dictador está muerta. A lo mejor queda algún coletazo, pero ese es un perfil que hay no se acepta desde hace ya varios años. Y esto precisamente creo que ha dado acceso a la dirección de orquesta a muchos músicos, con gran experiencia en los atriles y con curiosidad y vocación por la dirección. Normalmente este tipo de directores se las arreglan mejor para incluir a la orquesta en el proceso creativo, de manera más activa. Tiene mucha razón en esa idea que plantea. Creo que todo ha cambiado mucho, tanto los directores como las orquestas. Es bueno que las orquestas escaneen a un director al que acaban de conocer; y es que no por ser el director hay que creerle en todo lo que diga. El director tiene que poder justificar y razonar su versión musical.

Estos cambios se notan a veces incluso en el lenguaje no verbal de los músicos. Tengo la impresión de que cada vez hay más escucha interna en las orquestas, sobre todo en aquellas que tienen un director de este perfil más dialogante e integrador.

Yo recuerdo, de mis tiempos como concertino, la distinción entre aquellos directores que solo quieren mandar y que solo aspiran a que les sigas como si fueran un oráculo; y luego están aquellos que crean una plataforma para que los músicos se sientan bien, se escuchen, hagan música de cámara y sean capaces de producir algo bonito en lo que se vean también involucrados. Este segundo perfil es, claramente, el que quieren ahora mismo las orquestas. Y creo, honestamente, que tiene que ser así. Porque, sabe, yo mismo como director me pongo a veces al frente de orquestas donde hay músicos que llevan ahí en los atriles durante más años de los que yo mismo tengo. Yo no puedo llegar allí con arrogancia para enseñarles todo de nuevo, como si ellos no supieran nada. Al contrario, ese planteamiento no tiene ni justificación artística ni humana.

Es como si antes hubiera una idea mucho más vertical de lo que suponía hacer música. Y en cambio ahora se ha democratizado, se ha vuelto más horizontal.

Claro, además un director debería saber que se pierde muchas cosas importantes si no da opción a una orquesta de contribuir y aportar a su versión de una partitura. Lo bonito no es llegar a una orquesta y amoldar su sonido a tu concepto de la obra; lo que merece la pena es llegar a una orquesta, ver qué materia prima tienen y a partir de ahí trabajar juntos. Es como un chef que tiene que adaptar su menú y su propuesta en función de los ingredientes que le han puesto encima de la mesa. Y el buen chef es capaz de hacer un gran plato sean cuales sean esos ingredientes.

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Me gustaría también revisar un poco su trayectoria antes de dar el salto a la dirección de orquesta. Como hemos mencionado, era muy conocido en Roma como concertino con Antonio Pappano. Pero ha hecho muchas más cosas, si las podemos resumir brevemente.

Yo estudié en Valladolid y en Salamanca, en España, y cuando tenía veinte años me fui al Mozarteum de Salzburgo donde estudié con el gran pedagogo Igor Ozim y después de ello tuve dos años más en Londres con David Takeno. Esos años fuero también muy formativos porque trabajé mucho tanto con Ferenc Rados, quizás mi gran mentor musical, y con Ana Chumachenco, que violinisticamente me influyó muchísimo. Y a partir de ahí ya la vida de estudiante y la vida profesional se fueron mezclando.

Creo que fue en 2013 cuando gané la plaza de concertino en Winterthur y un año después más o menos gané la misma plaza en Roma. Y así estuve varios años entre Wintherthur y Roma varios años, al tiempo que me salió una plaza de profesor en la Guildhall de Londres y también por esa época se fundó Iberacademy en Colombia. Como ve, en mi vida todo ha venido a la vez, intenso y revuelto. La verdad es que fueron aquellos unos años fantásticos, muy importantes y muy formativos, llenos de música, con mucho repertorio y pudiendo contactar con muchos solistas, directores, promotores… Aprendí muchísimo en festivales de verano como Lockenhause y Verbier… También me llegó por entonces el violín Guarneri con el que yo toco.

Fue un cúmulo de estímulos y una especie de inspiración permanente. Fue un caldo de cultivo muy bonito pero también fue complicado porque yo por entonces no me sabía cuidar: hacía poco deporte, no comía bien, viajaba todo el rato… pero también fueron años de aprendizaje en ese sentido. Y cuando tuvimos el parón de la pandemia fue para mí una especie de catalizador y pude reorganizarme y tomar más cuidado de mí mismo: hacer deporte, meditar, estar más tranquilo, decir que no a algunas cosas…

Ha mencionado ahora a sus mentores en su faceta como violinista, pero ¿a quién citaría como su referente en referencia a su formación como director?

Hay muchas figuras… Sabe, al haber sido concertino tanto tiempo he trabajado con tantos grandes, durante tanto tiempo… Hay algunos en concreto que me enseñaron cosas fundamentales, a ser mediadores musicales digamos, más allá del hecho musical mismo de acerarse a una partitura. Por ejemplo Semyon Bychkov, Daniele Gatti, Charles Dutoit, Kirill Petrenko… y obviamente Antonio Pappano en Roma. Además, justo cuando estaba empezando a dirigir tuve unas sesiones con Marc Stringer, el maravilloso profesor de dirección en la Universidad de Viena. Es una persona maravillosa, iluminada; en realidad con él casi no hablamos nunca del gesto, de la técnica, pero sí del efecto que tiene cada cosa que un director hace, dice y muestra a una orquesta. Con él aprendí a economizar el gesto, a condensar la energía, a manejar las palabras… todo orientado a conseguir el mejor resultado posible con la materia prima de cada orquesta.

Es curioso este asunto de los maestros de directores. Recientemente entrevistamos en Platea Magazine a Nathalie Stutzmann, ahora ya tan consagrada como directora, y ella nos decía que pasó por las manos de Jorma Panula, una especie de demiurgo de directores, un ser ya icónico que ha generado una escuela propia, a su manera. Y es curioso el método que contaba Stutzmann y que también recuerdo que me contó Klaus Mäkela: lo de menos es el gesto, cómo mover los brazos por decirlo en pocas palabras; se trata de todo lo demás. 

Como concertino yo he tenido experiencias muy diversas: directores a los que no les entendía nada, a los que les entendía todo… Incluso directores a los que no entendía nada pero a la vez les entendía todo (risas). Y es que al final lo que interesa de un director es la inspiración. La técnica puede ser más o menos clara pero al final se trata de cómo convencer a los músicos para que se sumen a esa historia que se quiere trasladar al público. Y hay directores que logran eso de maneras muy diversas: con su carisma, con sus gestos extraños, con su mirada… hay mil recursos. Recuerdo por ejemplo el último concierto en Roma con Temirkanov, haciendo la Novena de Dvorák; apenas movía las manos pero con su mirada lo decía todo. 

En mi caso, en un sentido técnico, yo todavía no me considero un director de orquesta. Estoy todavía aprendiendo mucho, me veo en las grabaciones e intento mejorar, etc. Pero yo les tengo mucho respeto a esos directores como Daniele Gatti o Daniel Harding, que lo dirigen todo con una claridad y un facilidad tremendas. Yo eso no lo creo ni creo que lo vaya a tener nunca, pero intento suplirlo con una gran preparación y una gran honestidad, estando abierto a que una orquesta me pida cambiar mi manera de trabajar aquí o allá, para poderles ayudar en tal o cual pasaje de una obra. Un director joven debería de estar abierto a la crítica constructiva de una orquesta; al fin y al cabo, lo único que quieren los músicos es entenderle y conectar con él. 

Ha mencionado ahora algunos directores con los que ha podido trabajar. Pero, entre los directores del pasado, ¿algunos han sido inspiración para usted de manera particular?

Muy diversos, la verdad: lo electrizante de Solti, el punto místico de Kleiber, la autoridad de un Celibidache… Yo soy de los que piensa que de todo el mundo se puede aprender algo, para bien o para mal, de todo el mundo se pueden sacar conclusiones. No se trata de ser como Karajan o como Bernstein, pero sería absurdo decir que no tiene interés ver su trabajo. Son directores que cambiaron el marco de juego con sus trayectorias.

Por cerrar este capítulo en torno a su formación, no ha mencionado hasta ahora ningún periodo como director asistente. ¿No se dio esta fórmula en su carrera?

De manera oficial no, no fui director asistente regular de ningún director. Sí que tuve dos oportunidades semejantes a esto en Verbier, gracias a la amistad que me une con su fundador y director Martin Engstroem, que es una persona que siempre ha creído mucho en mí. En una ocasión se hizo Fidelio con Minkowski y en otra ocasión se hizo La pasión según San Mateo con Quasthoff. Y a mí me encargaron preparar la orquesta para esas obras y hacer la labor de asistente, al tiempo que era concertino de ambos proyectos. A mí me sirvió mucho porque fue la primera vez que me enfrenté a una ópera y a una Pasión de Bach.

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Hablemos ahora más a fondo de la Sinfónica de Galicia. ¿Cuál fue su primer contacto con la orquesta y cómo de ahí ha llegado a ser su director titular? 

Es una historia muy larga (risas). Mi primer contacto con la Sinfónica de Galicia lo tuve con quince años, porque fui concertino de su orquesta joven, haciendo la primera sinfonía de Mahler. Mi relación con la Sinfónica de Galicia es una historia de familia. Fue un tiempo muy intenso de trabajo, de gran inspiración, con Víctor Pablo Pérez y Alberto Zedda sobre todo. Y fue una experiencia determinante para convertirme en concertino, porque se me permitió ya entonces desarrollar entonces ese tipo de liderazgo. La Sinfónica de Galicia con Víctor Pablo Pérez fue la primera orquesta que me contrató como concertino profesional, cuando yo tenía veinte años. Y después fueron los primeros en invitarme a dirigir una orquesta, la orquesta joven precisamente. A partir de ahí nuestro maravilloso gerente, Andrés Lacasa, me dio la oportunidad en la pandemia de dirigir a la Sinfónica de Galicia como tal. Yo conocía a muchos de sus músicos desde hacía unos quince años, imagínese (risas). Un tiempo después me llegó la llamada contándome que la orquesta había votado y que les gustaría que yo fuese su director titular. Fue un momento de muchas dudas pero también muy emocionante. No podía decir que no, es mi familia, es una orquesta de altísimo nivel técnico, muy disciplinada y con muchas ganas de hacer música. No podía decir que no. 

Qué historia tan bonita, tan desde abajo…  

Sí, eso es. Si lo hubiéramos planeado nunca hubiera salido así (risas).

Tengo la impresión de que usted llega a la Sinfónica de Galicia en un momento en el que la orquesta está muy arriba, técnicamente hablando. Dima Slobodeniouk ha dejado la formación muy arriba y ahora creo que es momento de tomar riesgos con ella, por decirlo de alguna manera. La pregunta sería: ¿qué orquesta se encuentra y qué pretende hacer con ella? 

Yo me encuentro una orquesta con un nivel técnico impresionante y con una experiencia y una intuición que asustan, en el mejor sentido de la palabra. Y me encuentro también con una orquesta que tiene muchas, muchas ganas de hacer música. Cada cambio de ciclo trae cosas nuevas y también es una ocasión para mirarse al espejo: la institución puede ahora examinarse a sí misma, buscar puntos fuertes y puntos más débiles. Esta primera temporada la he planteado así, para conocernos a fondo y hablar mucho con los músicos, sección por sección, tratando temas como la acústica, etc. Y me encuentro con una orquesta que está abierta a todo y eso me encanta. Es una orquesta muy motivada y con ese caldo de cultivo no nos puede parar nadie. Además la orquesta tiene muy claro que quiere servir a la ciudad y a la comunidad en las que está, es una orquesta con ese don de la identidad, queremos servir de embajada cultural a la comunidad gallega.

"ESPAÑA ESTÁ VIVIENDO UNA EDAD DE ORO ORQUESTAL"

Es fantástico escuchar esto, sobre todo lo relativo a la motivación, porque está cundiendo demasiado un discurso sobre lo adocenadas y rutinarias que acaban siendo y sonando algunas orquestas públicas, en contraste con el vigor y la vitalidad que traen consigo algunas formaciones tipo Mahler Chamber, con giras excitantes. Pero creo que, en línea con lo que comentaba, tenemos que poner en valor que las orquestas públicas en España están muy bien y están haciendo un gran trabajo de fondo. 

Absolutamente. España está viviendo una edad de oro en términos orquestales. Cada país tiene sus tradiciones musicales y su camino; aquí ya tenemos orquestas que han sobrepasado los veinticinco años y está habiendo un relevo generacional importante en sus atriles. También se están tomando más riesgos en términos de programación y todo esto son síntomas muy halagüeños. Como usted decía es muy fácil entrar en el tópico de que las orquestas públicas se adocenan, etc. Pero es importante poner en valor el trabajo que hacen los músicos de orquesta, y se lo digo yo que he pasado por ahí (risas). Hay un trabajo diario impresionante, son héroes anónimos, tocando muchísimo repertorio distinto a lo largo del año. Evidentemente necesitan motivación, como todos en nuestro trabajo. Los músicos quieren hacer música y para eso necesitan retos e inspiración. En España estamos en disposición de hacer cosas muy valiosas con nuestras orquestas públicas.

Respecto a la temporada 23/24, la que ahora comienza, entiendo que no hay todavía un discurso en términos de repertorio sino más bien una idea amplia de exploración, como usted mencionaba ahora. 

Eso es. Creo que es importante que empecemos siendo humildes. Es momento de invertir en conocernos, sin prisas. Si todo va bien entre una orquesta y un director, tenemos por delante varios años de trabajo conjunto. Yo he intentado hacer una temporada muy ecléctica, con muchos retos diferentes, sentando algunas bases importantes para mí: programas que toman riesgos, preocupación por la música contemporánea junto a grandes piezas del repertorio. Lutoslawski y Honneger junto a Beethoven y Brahms, por decirlo en pocas palabras. En la temporada hay muchas posibilidades para explorar color, armonías, estéticas… También estoy escuchando mucho a los músicos para que me cuenten qué repertorio querrían hacer. 

Suena muy razonable. No tiene sentido quemar todos los barcos en un par de temporadas. 

Sí, además lo hemos visto muchas veces: cuando cambian el CEO de una empresa y llega alguien nuevo con ganas de cambiarlo todo, de la noche a la mañana, sin escuchar a quienes llevan ahí muchos años trabajando, probablemente se va a equivocar. Creo que es mejor darse margen y trabajar con humildad. 

Su otro nuevo compromiso es la titularidad al frente de la Orquesta del Mozarteum, un proyecto con ambiciones muy distintas y una experiencia que imagino que será muy ilusionante, habiendo pasado por allí en sus días de estudiante.

Da escalofríos ser el próximo titular de la orquesta fundada por la viuda de Mozart y su hijos. Imagínese… La agenda de la orquesta está muy bien marcada, sí. De hecho en mi contrato una de las primeras cosas que se dicen es que se me otorga la responsabilidad de cuidar del legado de Mozart, imagínese (risas). Y eso está en primera línea: quiero hacer Mozart de una manera moderna, adecuada a nuestro tiempo, con una perspectiva informada, con investigación detrás, etc. Por ejemplo acabamos de sacar un CD con dos Serenatas de Mozart que ilumina de un modo novedoso ese tipo de música de serenata de Salzburgo. La agenda está muy determinada por los compromisos en la Mozartwoche y en el Festival de Salzburgo, pero también hay muchas giras y grabaciones en los próximos años. La Mozarteum Orchester es una marca en sí misma, es la embajada orquestal de Mozart en el mundo. Yo tengo una relación muy especial con Mozart, ya como violinista, y es un honor enorme poder liderar esta orquesta.

Los contratos que tiene, tanto en Galicia como en Salzburgo, ¿tienen un tiempo delimitado o son abiertos?

En Galicia he firmado por tres temporadas y a partir de ahí vamos a ver qué opciones hay; pero yo creo honestamente que, si las cosas van bien, será fácil prolongar el contrato. En Mozarteum es un contrato abierto con un mínimo de cinco años; si nadie se queja, se renueva automáticamente.

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Por su trabajo como violinista, entiendo que el repertorio que mejor conoce es precisamente el que ha cultivado como solista con su instrumento. Es verdad que también ha sido concertino y ha tocado probablemente todos los repertorios posibles. Pero en este momento, ¿qué le pide el cuerpo en términos de repertorio, tanto en su faceta solista como en su faceta de director?

Interesante pregunta… Como violinista estoy limitando mucho mi repertorio. Los grandes conciertos, tipo Chaikovski o Brahms, los estoy retirando de mi agenda. Honestamente, creo que hay muchos grandes solistas que lo pueden hacer mejor que yo. Me limito pues al repertorio donde creo que tengo algo que decir y donde me siento en casa: por ejemplo los conciertos para violín de Mozart que grabaremos el próximo año con la Orquesta del Mozarteum. También el concierto de Beethoven pero al mismo tiempo conciertos contemporáneos como los de Salonen, Gubaidulina, Szymanowski, etc. No pretendo ser un virtuoso del violín a estas alturas. De hecho disfruto más dirigiendo ese repertorio que tocándolo. Recientemente he dirigido el Sibelius con dos de mi violinistas favoritas: Hilary Hahn y Lisa Batiashvili. Le digo honestamente que siempre sufrí con ese concierto y ahora lo he disfrutado mucho (risas).

Y como director, tengo mucha suerte porque estoy teniendo ocasión de ampliar mi repertorio con Mahler, Strauss, Brahms, Respighi… Obras más grandes sin descuidar lo que considero mi ADN, esa línea de Haydn y Mozart hacia Beethoven, Schubert y Schumann. Creo que todavía necesito más tiempo para meterme con Wagner y Bruckner, en cambio. Me gusta mucho, en todo caso, poder disponer de orquestas tan diferentes para repertorios tan diversos, es un lujo.

Esta temporada tengo también mi primera Bohème de Puccini, en Burdeos, y estoy apasionado con ello. La ópera me fascina, especialmente el verismo.

Le quería preguntar también por su violín, el Guarneri que antes mencionaba.

Es interesante porque, desde que dirijo, paso menos tiempo con el violín. Al principio era algo un poco enfermizo porque me sentía como huérfano después de tantos años cargando con él al hombro. Es mi violín para casi el cien por cien de las ocasiones que toco, aunque en Salzburgo tengo el honor puntualmente de tocar el Dalla Costa, el violín que Mozart compró en Viena; es escalofriante poder hacer música con él. Hay mucho de leyenda en torno a él pero la verdad es que posee un sonido precioso. Hace unos años hicimos las sonatas de Mozart en Lucerna, con fortepiano, y la sonoridad de ese instrumento era increíble. 

En España ha tenido también mucha vinculación con la Orquesta de Castilla y León, que es además la formación de su ciudad natal. 

Sí, es la orquesta con la que yo me crié. El primer sonido orquestal de mi vida lo escuché de ellos y todo el gran repertorio se lo escuché a ellos por vez primera. Muchos de mis profesores procedían de ahí y tengo muchísimos amigos en la orquesta. Estoy muy contento y orgulloso de los progresos que están haciendo, además con un fantástico gerente. Les quiero mucho y me encanta trabajar con ellos, tenemos proyectos juntos por delante.

Fotos: © Marco Borggreve