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TODA LA VIDA PARA LA MÚSICA

Mademoiselle. Conversaciones con Nadia Boulanger. Bruno Monsaingeon. Editorial Acantilado.Barcelona, 2018

“¡A la música, se le dedica toda la vida o se renuncia a ella!” Esta frase, que le recordaba un antiguo alumno a Nadia Boulanger habérsela dicho en una de sus lecciones, resume perfectamente el espíritu que la movió en su larga trayectoria profesional (y personal, ya que si algo queda claro es que ambas iban unidas para ella). Ahora, la editorial Acantilado edita las conversaciones que con la gran profesora, compositora y persona que fue Nadia Boulanger, mantuvo Bruno Monsaingeon (del cual ya hemos comentado este mismo año su libro sobre Glenn Gould), y que se publicó originalmente en 1981, traducido con destreza por Javier Albiñana.

Monsaingeon estructura y elabora con la forma de una larga conversación diversos encuentros con Nadia y eso hace que el libro fluya con soltura y tenga una lectura tremendamente amena. Y es que la figura de Boulanger (París 1887-1979) va unida de forma inseparable al mundo musical del siglo XX (aunque hunda sus orígenes y su formación en el XIX). No vamos aquí a recordar la rica biografía de la pianista, directora y muchas cosas más que fue nuestra protagonista. Tampoco esa es la intención del autor del libro aunque entre las costuras de lo narrado por Boulanger se escapen constantemente pedazos y fragmentos de su historia personal. Porque a lo largo de este prolongado relato-entrevista descubrimos cómo se fue formando musicalmente gracias a la influencia paterna y a unas indudables dotes innatas. También se alza, como figura fundamental, sobre todo en su formación y en su pasión y dedicación al trabajo, su madre, una mujer rusa con fuertes convicciones, que le inculcó una de las mayores virtudes que ella (una mujer modesta por naturaleza) admitía como suyas: la curiosidad, las ganas de conocer todo, no sólo respecto a la música sino también sobre filosofía o literatura. Profundamente religiosa, siempre mantuvo esta parte de su vida alejada de su vida profesional, porque también era muy celosa de su intimidad.

Sería demasiado prolijo señalar los diversos pensamientos que Boulanger va desgranando a lo largo del libro, sin duda una de las publicaciones más interesantes del año que vamos a cerrar. Pero no me puedo abstener de alguna cita que me ha parecido especialmente brillantes y que me han ayudado personalmente, como amante de la música, a descubrir nuevos enfoques. La primera habla de Mozart y sirve para ilustrar algo que late en toda su filosofía musical: la interrelación que existe entre la música, sea cual sea el siglo en que esté compuesta, como si todo formara parte de un universo que incluye a ese todo. Pero también nos da una idea de su manera de enseñar: “Creo que una persona está hecha de todo lo que le ha precedido. En la vida de Mozart, está la presencia maravillosa y tan injustamente juzgada de su padre, que le hizo ganar tantos años gracias al apoyo que le dio, a la exigencia de la que quiso dar prueba. Consentir los caprichos de un niño no es amarlo; amarlo es sacar lo mejor de él, enseñarle a amar lo difícil. Leopold Mozart enseñó a su hijo a superar lo imposible: tan sólo le pidió que hiciera lo que podía, pero lo podía todo.” Y es fabuloso el capítulo dedicado a la interpretación, con esta frase lapidaria “Creo que la obra de arte está por encima de todos los intérpretes” y que remata, un poco más adelante sobre una anécdota con el pianista Cortot: “Después del concierto en el que interpretó los Preludios de Chopin fui a verlo a su camerino «Muchos me preguntan cómo valoro su interpretación y me piden que la describa. No tengo la menor idea. Lo que sí sé es que nunca me habían parecido tan hermosos los Preludios».”

Podría seguir con comentarios sobre sus alumnos, su hermana y compositora Lili Boulanger y muchas cosas más. Pero esta reseña se alargaría hasta casi copiar el texto. Simplemente diré que todo aquel que le guste le guste la música clásica disfrutará con este libro, esté o no de acuerdo con muchas de las ideas de Nadia Boulanger, o mucho mejor Mademoiselle.

Foto: Acantilado.