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Gould el intempestivo

Glenn Gould. La imaginación al piano. Carmelo di Gennaro. Fórcola. Madrid, 2018.

Responder a la pregunta ¿Quién era Glenn Gould? es un reto histórico, intelectual y bibliográfico mayúsculo. Siguiendo las tesis de Marcel Proust en sus lúcidas reflexiones contra los métodos del crítico Sainte-Beuve, la obra de todo verdadero artista –y Gould lo fue– “es el producto de otro yo que el que manifestamos en nuestras costumbres, en la sociedad, en nuestros vicios”. 

Carmelo di Gennaro ha entendido perfectamente esa lección y en este ensayo (tanto por el género como por su significado de tentativa) la aplica con rigor al estudio del legado del pianista canadiense en todas sus dimensiones; estas trascienden la figura del intérprete. No hay que olvidar la poliédrica actividad del pianista, que también se materializó en ensayos, críticas, composiciones, dirección orquestal, transcripciones o producciones para radio y televisión, entre otros. Por eso la primera frase del libro es: “este libro no es una biografía de Glenn Gould”. En ello radica el éxito y la profundidad de su difícil empresa, que se propone incorporar su pensamiento estético a la historia cultural del siglo XX, teniendo en cuenta su interesante lugar como “intelectual periférico”. 

Y el autor italiano lo logra trazando una buena síntesis de las perspectivas intelectuales de Gould. Si bien di Gennaro flaquea en el primer capítulo cuando intenta apuntalar –de manera innecesaria– los fundamentos filosóficos en materia estética, su texto resulta audaz, brillante y sugestivo cuando consigue trazar, desde la materia misma que le ofrece la heterogénea actividad que tuvo Gould, los rasgos principales de un sistema intelectual sólido, coherente y vigente para afrontar los desafíos y miserias que vivimos hoy, en una atmósfera musical que sigue nutriéndose de mitos románticos de raíz burguesa. 

Di Gennaro se apoya particularmente en dos aspectos de su actividad: la deconstrucción de la figura del intérprete y su obsesión didáctica por la democratización de la cultura musical. Entre las grandes virtudes del texto destaca la lectura ágil e inteligente que el autor elabora de los “Escritos críticos”, así como el pertinente diálogo entre Gould y Adorno, del que el autor sabe deducir conclusiones de enjundia, o un sustancioso análisis comparativo entre las tres primeras versiones de las Variaciones Goldberg grabadas en los años 50. Pero por encima de todo, una aportación valiosa del libro es permitirnos entender el horizonte estético de Gould en su relación con las tecnologías de grabación y edición, que permite desmitificar el objeto artístico. En la medida en que creía en la grabación y sus posibilidades de desentrañar la lógica interna de la música, depositaba en ello la esperanza de generar un nuevo oyente participante capaz de mantener una actitud activa, contra el servilismo de la sala de conciertos (que a diferencia de Pires, Gould abandonó para siempre con sólo 32 años). En este sentido, también el texto nos ofrece claves para comprender el propósito de las producciones para radio y televisión, y su carácter experimental puesto en relación (confrontación) con el experimentalismo de los años ’50 y ’60. 

Partiendo de esa pregunta imposible por la identidad de Gould, di Gennaro insiste en que un músico es alguien que vive para la música y no de la música. De ser así, la cantidad de individuos que merecen ser considerados músicos –muchos de ellos venerados en la actualidad– se reduciría drásticamente. El Gould que escuchaba más música que la que interpretaba, que rechazaba el papel mesiánico del intérprete, que aborrecía la exhibición deportiva del virtuoso, que luchaba contra la idolatría de clásicos que la historia ha embalsamado, que soñaba con un público capaz de razonar en torno a una ejecución... es hoy una figura inexistente o marginal. 

El volumen incorpora una síntesis biográfica por orden cronológico, una bibliografía seleccionada, un interesante catálogo de producciones audiovisuales de Gould y un índice onomástico. En suma, el resultado es un Gould a contracorriente, profundamente intempestivo, que deshace la caricatura del excéntrico para poner de relieve la ambición y el alcance del proyecto gouldiano. En definitiva, un acicate para la tarea crítica y musicológica, pero también para los conservatorios y centros educativos, cuya maquinaria trabaja contra los postulados que Gould, lejos de esa imagen extravagante a la que se reduce una y otra vez, defendió hasta el final, y que contenía un gran alcance revolucionario. 

Precisamente en las conclusiones di Gennaro nos recuerda, con gran elocuencia, la nada inocente voluntad de subrayar un anecdotario que “encuentra su más íntima razón de ser en la voluntad de sacar de quicio, reduciéndolo a simple caricatura, el lado más peligroso de la actividad intelectual de Gould: es decir, su intento de hacer que el público tomara conciencia de que era un subalterno institucional dentro del mundo musical, lo que en el fondo significa la aceptación de papeles subalternos incluso en el ámbito social en general” (p. 116). De hacerse efectiva, la didáctica musical que Gould construyó y se propuso desplegar, a la luz de trabajos como este, haría derribar el actual star system de la música clásica como un castillo de naipes. Nadie hoy es capaz de asumir sus premisas, pero sobre todo, sus consecuencias.