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André Watts ( 1946-2023)


"Siempre que estábamos en el escenario, había un reconocimiento tácito de que estábamos en un mundo en el que mucha gente piensa que no deberíamos estar".
- André Watts.

Corría el año 1990, el mes de febrero concretamente, cuando aún joven y bisoño descubría en el Auditorio nacional de Madrid a un pianista que me deslumbró de manera sorprendente. Interpretó, en aquella ocasión, bajo la batuta de un ya mayor Ferdinand Leitner, el Concierto nº 2 de Brahms, de manera técnicamente portentosa y si mi memoria no me falla, además con hondura, sentimiento, lógica, y arrastrando literalmente a la orquesta, como si de un ciclón se tratase. Desde entonces, siempre que pude le seguí la pista, sobre todo a través de las escasas grabaciones que en su momento circulaban en el exhausto mercado discográfico madrileño

Se nos ha ido un enamorado de la música y del piano, un caballero del teclado. Un músico del todo carismático, más allá del color y de cuestiones raciales, que también, sino por su manera elegante de acercarse a la música desde muy joven. Su interpretación, con apenas 16 años, del Concierto nº 1 de Liszt junto a nada más y nada menos que Bernstein y la Filarmónica de Nueva York (1963, Sony) es de una madurez aplastante, serena, lúcida, romántica pero no sensiblera, y técnicamente irreprochable. A partir de ahí, se convertiría un uno de sus compositores fetiche, a través de interpretaciones señeras de los Grandes Études de Paganini, Les Jeux d'Eau a la Villa D'este, Il Penseroso, la Sonata (Hässler, 1986)... donde hará gala de un pianismo diáfano, trasparente, con un fraseo elegante y cantabile, refinado, sin elementos superfluos, pero siempre técnicamente asombroso.

Gershwin se convertirá en otro de sus caballos de batalla, traduciendo de manera ejemplar, en un disco para el recuerdo ( Sony, 1976), diferentes obras como la Rhapsody in Blue para piano solo, los preludios, diversas piezas del Songbook entre otras, dejando un legado de cómo afrontar esta música imperecedera, sabiendo mezclar el swing con la elegancia de la música clásica, proponiendo un fraseo bailable pero a la vez sutil y delicado.

"La música le había sostenido durante toda su vida, empezando por su exigente infancia y pasando por sus problemas de salud. La música era su forma de aguantar y sobrevivir. Cuando tocaba, era feliz. Le elevaba el alma". Así le describía su esposa, y seguramente así lo fuera cuando se acercaba al Concierto nº 2 de Brahms junto a Bernstein y la Filarmónica de Nueva York, (Sony, 1968) para desgranar una interpretación estilizada antes que dramática, sobria y distinguida destacando su estupenda relación con la batuta.  De igual manera nos ofrece uno de los más bellos acercamientos al Tercero de Rachmaninov con Ozawa y de nuevo junto a la Filarmónica de Nueva York, donde el fraseo, el cantabile, la trasparencia de su interpretación no está exenta de fuego cuando allí éste debe aparecer, pero sin perder de vista la musicalidad y la sofisticación de su mirada.

Se nos ha marchado también un maestro, un profesor devoto de sus alumnos de Indiana, un luchador incansable, desde la estética y la ética, de los derechos de los suyos; un músico sencillo, exquisito e impecable.

"Tu relación con tu música es lo más importante que tienes, y es, en el sentido privado y sagrado, algo que necesitas proteger"
- André Watts.