Alfred_Brendel_blanco_negro.webp © Rudolf Ullstein 

El intérprete como narrador

Obituario en recuerdo de Alfred Brendel (5 de enero de 1931 – 17 de junio de 2025)

En la penumbra de su estudio en Londres, ha cesado el murmullo de las teclas del último gran pianista-filósofo de nuestro tiempo. A los 94 años, Alfred Brendel ha partido, dejándonos un legado tan estructurado como poético, un testimonio musical que trasciende su propia existencia.

La génesis de un espíritu inquieto

Nacido en Wiesenberg, Moravia, y formado entre Croacia y Austria, Brendel fue un hijo de la curiosidad: autodidacta desde los 16 años, sin virtuosismo precoz pero dotado de una inteligencia tenaz. Como él mismo sostenía, no era un “niño prodigio... no provengo de una familia musical ni intelectual. Tuve que descubrirlo todo por mí mismo”

Su primer recital, a los 17, encerraba ya esa promesa inaugural: Bach, Liszt, Brahms y él mismo componiendo—aquel bis era su doble fuga juvenil, una declaración germinal de su destino. 

Arquitecto y caminante del silencio

Brendel forjó su reputación encarnando la música como estructura viva. Definió a Beethoven como “arquitecto” y a Schubert como “sonámbulo” —cada Sonata un edificio o un paseo al borde del abismo-. Pero ni cerebral aislamiento: para él, la emoción—“los latidos del sentimiento”—era siempre el alfa y el omega de toda su manera de hacer música. 

Fiel intérprete del silencio aseguraba que “(…) el músico quiere oír el silencio… respirando en los silencios, esas pausas son el origen y el destino del sonido (…)” Esta respiración interior guiaba su lectura: el texto musical le hablaba, y él se limitaba a escuchar.

El intérprete como narrador

Brendel no reducía su quehacer a la discreción de un instrumento. Adelantado a su tiempo, mantuvo la antítesis del “Regietheater” y del historicismo riguroso: la música debía revelarse a sí misma, no transformarse en espectáculo.

Con respecto a la tradición, afirmaba con fuerza “(…) si pertenezco a una tradición, es la que hace que el maestro le diga al intérprete qué debe hacer, no al revés”

El humor también halló su lugar en su interpretación: no todo es gravedad; una sonrisa se insinúa en ciertos pasajes de Mozart, Beethoven o Haydn—esa chispa de “sublime en reverso” que tanto celebró Brendel

Las grabaciones como autobiografía espiritual

Si Alfred Brendel escribió con agudeza y humor sobre la música, fue a través de sus grabaciones donde dejó su autobiografía más íntima. En un siglo que favoreció el gesto, él optó por la arquitectura. Mientras otros pianistas se lanzaban al virtuosismo como espectáculo, Brendel hacía del equilibrio un manifiesto. Su discografía es extensa, pero más aún es su coherencia: cada registro parece responder a una ética de la lucidez.

Aún hoy, sigue siendo singular que su primera grabación, con 21 años, fuera el concierto para piano nº 5 de Prokofiev, sobre todo cuando Brendel fue uno de los primeros pianistas en registrar la obra completa de Beethoven, y lo hizo tres veces, consolidando una voz propia, austera, neoclásica. Probablemente sea el ciclo de los años 90 la que se convirtiera en piedra angular. No busca dramatismo sino respiración: una Appassionata que no se incendia, pero quema lento; una Op. 111 que se despliega como un ascenso sin estridencia. En lugar de demostrar, ilumina. Inolvidable las tres ultimas sonatas del Ciclo Scherzo interpretadas e manera memorable en Madrid (15 de octubre de 1996)

Nadie como Brendel también para revelar en Schubert ese espacio entre la luz y la sombra. En la Sonata D.960, el tempo amplio es una forma de ternura. El segundo movimiento es casi un rezo y las Klavierstücke D.946 e Impromptus D.899, el lirismo se vuelve austero, sobrio, sin sentimentalismo, devolviendo al compositor su silencio y alejándolo de la debilidad. 

Antes de dejar atrás su repertorio más virtuoso, Brendel fue uno de los grandes lisztianos del siglo XX. Su Sonata en si menor posee una lógica tectónica, más que demoníaca; y Piezas tardías como Nuages gris o La lugubre góndola adquieren en sus manos una dimensión filosófica: son música que ya sospecha la muerte. Es un Liszt casi filosófico antes que brillante. 

¿Se puede encontrar la sombra de Mozart sin perder la elegancia? Pues sí. Brendel hizo de Mozart un campo de juego serio. Especialmente luminosos son los conciertos n.º 9 K.271n.º 20 K.466 y n.º 27 K.595, donde el diálogo con la orquesta supone una conversación íntima, fluida, casi de cámara de la mano de Marriner y la Academy of St Martin in the Fields. 

No es posible olvidar su parte camerística, bien con los miembros del Alban Berg en un Quinteto de la Trucha maravilloso, donde hay escucha, retiro, y espera, porque hay por tanto un diálogo verdadero. Como a su vez se muestra con el gran Fischer-Dieskau en un Winterreise para la cima, haciendo de segundo caminante en paralelo a la voz y al texto

Fue abanderado de Haydn, Schumann, e incluso de Busoni y Schoenberg, entre otros, abarcando una magna discografía de más de 114 discos – sobre todo Philips/Decca, sin olvidar esa primera etapa de Vox - que permanecen como mapa imprescindible para el oído más exigente.

La palabra como extensión del sonido

Más allá del piano, Alfred Brendel fue también un pensador que escribió con la misma sobriedad brillante con la que interpretaba. Su relación con la música no se agotaba en la ejecución: necesitaba pensarse, explicarse, enhebrarse con la palabra. Así lo demuestran sus tres obras fundamentales, donde el intérprete cede paso al ensayista, al humorista, al poeta de ideas claras.

Sobre la música. Ensayos completos y conferencias (Acantilado) volumen monumental recoge el pensamiento profundo del pianista a lo largo de décadas. Son textos que diseccionan el repertorio que más amó —Beethoven, Schubert, Mozart, Liszt, Busoni, Schoenberg—, pero también reflexiones sobre el arte del ensayo, la escucha activa o el lugar del humor en la música. Brendel escribe como toca: con claridad sin rigidez, con profundidad sin dramatismo.

“La interpretación musical no es sólo una cuestión de sonido, sino de visión. Ver lo invisible que el compositor dejó entre líneas.”

En el breve, pero indispensable, De la A a la Z de un pianista. Un libro para amantes del piano, surge ese Brendel afilado y encantador, a medio camino entre el aforismo, el humor inglés y el diario íntimo del pianista. Organizado como un abecedario personal —de Acompañamiento a Zzzzz...—, Brendel comenta, ironiza y revela pequeñas grandes verdades sobre la práctica pianística y la vida musical. Es un texto lleno de gracia y sabiduría, que recuerda a los últimos escritos de Glenn Gould por su mezcla de crítica, observación y excentricidad inteligente. 

“Hay intérpretes que buscan la perfección y hay otros que la encuentran insoportable.”

Tampoco se debe dejar de leer El velo del orden. Escritos sobre música, dado que reúne algunas de sus conferencias más lúcidas y poemas propios. El título no es casual: sugiere que el orden musical —su belleza aparente— es apenas un velo que cubre una experiencia más profunda, ambigua, contradictoria.

“La música no consuela: nos enfrenta a lo que ignoramos que ya sabíamos.”

En su palabra escrita, como en sus interpretaciones, Brendel fue fiel al silencio que precede al sonido, a esa elocuencia que no grita, pero permanece.

Despedida en eco y palabra

Ha desaparecido el hombre que nos recordaba que la música es un diálogo en silenciosa complicidad con el compositor. En su casa de Londres, se fue apagando un faro —pero no su luz. Brendel nos deja el deber de escuchar con devoción: estructura y alma, rigor y lirismo. Su obra, austera y profunda, nos dice que, entre sonido y silencio, hay un universo íntimo, inabarcable, eterno. Descanse en paz, Don Alfredo.