TERESA

Teresa Berganza, la voz que surgió de la luz

Teresa Berganza canta sobre la luz y, como los mejores maestros del Barroco, descubre texturas, relieves y colores mientras nos muestra la realidad de cada nota cantada. Tal es su nítida dicción, su clarividente trabajo con la palabra, su proverbial fraseo. Con Teresa es imposible no dejarse llevar con cada acento y con cada intención. Desde la inmanencia de esa luz que le es propia, Teresa trasciende. Nada tiene que envidiar a Rubens, Rembrandt o Caravaggio; la Berganza pinta al cantar y de ellos pareciera haber aprendido mientras paseaba de niña por las salas del Museo del Prado, cogida de la mano de su padre. Todo en el arte es juego de luces, de contrastes, y la madrileña ha sabido manejarlos como pocos. De timbre iridiscente, con un centro cálido, suntuoso y agudo brillante, cada entonación y cada nota en la mezzosoprano se antojan sólo equiparables a cada pincelada de Vermeer iluminando lo cotidiano, al Velázquez cortesano o al Rubens mitológico. La voz de Teresa bebe del magisterio de la luz.

A sus formas se han de sumar sus intenciones. Por encima de todas ellas, el máximo respeto al compositor, que la llevó a adelantarse a renaissances, corrientes y generaciones posteriores. El resurgir rossiniano de los ochenta llegó treinta años después de que Teresa lo comenzara. También era ella quién cantaba Barroco como se debía mucho antes del movimiento historicista; despojó a Falla del folclore mal entendido y dotó a la canción española, desde el gaditano a Montsalvatge pasando por Turina, Guridi o Granados, de unas formas no escuchadas hasta entonces. Nos sedujo con una Carmen entendida desde el interior de la mujer y no desde el exterior del hombre y siempre se presentó como embajadora de nuestro género más propio, la zarzuela, por todo el mundo. Y a lo largo de toda su carrera, una constante: Mozart, de quién no se cansa de afirmar que le debe todo. Algo tiene que deberle él a Teresa cuando ha construido no sólo una brillante Dorabella, uno de los Sestos más galantes o una Zerlina para el recuerdo, sino que además nos ha regalado a Cherubino. La Berganza es luz, verbo y cuerpo de cada personaje que ha subido a un escenario, pero su Cherubino no tiene parangón posible. A Berganza se la adora, a Teresa se la quiere. Rezuma amor por los cuatro costados. Amor por la música, amor sus hijos y nietos, amor por la vida. A Teresa se la siente como propia. Es lo que tiene haberse dejado el corazón sobre el escenario: consigue que parte del nuestro acabe siendo el suyo.

Foto: Antonio Sánchez-Barriga.