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El aislamiento del crítico de música clásica (III): El cometido del crítico

Tercer artículo de opinión dedicado a la labor del crítico de música clásica, tras "El presente y el futuro digital" y "La relación con los artistas". 

Decía Ryszard Kapusciński, que de escribir sabía un rato largo, que para ser periodista no basta con ser buen periodista, sino que, además, hay que ser buena persona. “Nuestro trabajo depende mucho de otra gente. Es una obra colectiva”, continuaba. No puedo sino sentir un fuerte paralelismo entre sus palabras y la labor del crítico de música clásica. En este tercer artículo (no sé si último) dedicado al “aislamiento” en el que parece haberse sumido voluntariamente nuestro oficio, me gustaría intentar reflexionar sobre la labor del crítico o crítica. De cuál ha de ser su cometido y, si fuera posible, desde qué ideal debería alcanzarse.

La crítica objetiva, como el periodismo objetivo, desengáñense si no lo han hecho ya, no existe. Uno, simplemente, debería siempre poder elegir quién quiere que le cuente las cosas. Yo no soy objetivo. Ni hablando, ni escuchando. Ni quiero serlo. No podría vivir como quiero vivir sin recibir las cosas a través de mis sentidos y aplicando el filtro de mis emociones. Mucho de aquello que vivimos, no tendría validez si lo tomáramos con la perspectiva de la distancia objetiva. Obviamente, la aplicación de esta puede ser positiva en según qué situaciones, pero quiero entender que no cabe duda alguna en su nula necesidad para según qué aspectos del arte, de la música. Quienes afirman que el arte es una cuestión puramente objetiva en su totalidad, provocan tanta zozobra como quienes aseguran no cambiar nunca de opinión. Quizá por ello, en muchas ocasiones lo uno va de la mano de lo otro.

Una vez explicado mi personal punto de partida, no me canso de decirlo, la labor del crítico ha de ser, primero de todo, denuncia. A todos los niveles. El problema es que desde que yo recuerdo, los críticos de ciertas generaciones parecen vivir apoltronados en el trono de la comodidad y la sopa boba. Tan sólo cuando la corriente de la noticia es tan fuerte como para no dejarse llevar por ella, deciden mojarse, aunque sea los tobillos. Los hay, además, que confunden la denuncia con el morbo, la sordidez, el amarillismo… y les da igual que su conducta pueda servir como escudo para quien prentende echar por tierra a toda la profesión. Es el mal periodismo, la mala crítica por un miserable puñado de visitas. En inglés le han puesto ahora una palabra: clickbaiting. Entre la comunidad de la clásica se les tiene como pobres diablos sin conciencia ni profesionalidad, a los que no les importa hacer daño con tal de llamar la atención. Pero ahí están, mantenidos por entidades y publicaciones que se nutren de su mal hacer. El efecto de una crítica buena dura minutos, la de una mala (o una noticia sin contrastar, una denuncia vacía...), puede durar toda una vida, me comentaba una buena amiga. Deberíamos siempre medir cómo decir las cosas. Yo mismo siento -y lo siento- haberme equivocado en alguna ocasión.
Por otro lado, parece en cierta medida lógico que algunas publicaciones no quieran entrar en según que cosas. No es, desde luego, lo habitual, pero de vez en cuando surgen entidades, aquellas con cuyas inversiones publicitarias sobreviven los medios, que no entienden de la imparcialidad necesaria de un medio de comunicación, o que incluso se permiten la libertad de indicar cómo debemos hacer nuestro trabajo. La precariedad nunca ha dado alas a los valientes... o tal vez sí.

Tras la denuncia, la información. Vivimos tiempos de atropellada inmediatez. La rapidez, por lo general, no da lugar a la profundización y, sin saber los porqués, sin alcanzar la explicación con sus detalles, es imposible, directamente, estar informados. La información que vivimos hoy en día, también en la clásica, es en realidad y en cierta forma, una contradicción. Puede sonar a excusa y puede serlo, pero ante la precariedad comentada anteriormente, el tiempo es uno de los bienes más valiosos para cualquier persona que se dedique a escribir y, por desgracia, muy amenudo, es difícil encontrarlo. Unido a todo ello, hablo ya de sacrificio. Del continuo margen de mejora que debemos buscar, potenciar y aprovechar. De viaje por Japón, en un templo aprendí una palabra preciosa, que creo ha de definir la labor de tantos, pero en concreto la nuestra: Shokunin. Sin que haya encontrado una traducción específica en castellano, un shokunin viene a ser un artesano o artesana; una persona enamorada de su oficio. Pero no se queda ahí, va más allá: el shokunin se deja el alma y el tiempo (¡oh, el tiempo!) en perfeccionar sus formas, sus fundamentos, su arte, su don. No necesita del reconocimiento de los demás excepto, y aquí viene otro punto importante: el respeto de sus compañeros de profesión. Entra de lleno aquí la conciencia y el compromiso. El respeto por el compañero. Han de dejarse atrás las vanidades y el ego.

Hablaría de la actitud de algunos que se hacen llamar críticos (sólo en masculino, ahora). De no llegar a entender ni comprender qué legado quieren dejar para la profesión, no digo ya para las letras o la música. Con tanto ego, si existe otra vida más allá de esta, les va a doler mucho no ser recordados ni honrados por quienes vengan detrás... Así que prefiero hablar de quienes hacen por sumar, en varias generaciones. De cómo quienes tenemos mi edad (o más jóvenes ya) nos hemos apoyado en sus conocimientos, en sus formas, para aprender y escribir sobre música. Hablo, resumo, de sacrificio, de mejora, de alma y tiempo, de perfeccionamiento, de fundamentos, de humildad, respeto, conciencia y compromiso. Parece un camino difícil para un crítico, pero yo quiero creer que merece la pena caminarlo. Personalmente, recurro siempre a una especie de mantra: Creer más en lo que leo que en lo que escribo. Lo complejo es ponerlo en práctica entre lo prosaico y la urgencia del día a día.

Al final, como síntesis, como base, como sabia, el porqué del crítico, sin darme cuenta, pero dándome cuenta, lo he apuntado al principio de estas líneas. Una especie de obsesión que me lleva persiguiendo desde que me alcanza la memoria: la reflexión. ¿Qué meta mayor podemos tener quienes nos dedicamos a la palabra, de un modo u otro, que llevar a quienes nos leen o escuchan hacia la reflexión? Reflexiones que duran segundos, o toda una vida, pero reflexión. Debemos dar – o ser – testimonio a través de la comprensión sobre la realidad, contándola desde los valores que han de dar forma a la sociedad que queremos y, desde ello, meditar sobre ella. Libertad, igualdad, solidaridad, respeto, tolerancia, responsabilidad… Los críticos no estamos para dictar ni sentenciar, sino para procurar y provocar el pensamiento. Captar atenciones, apuntar, hacer comprender o desencadenar estudios y atenciones, porque nuestra palabra, en cuanto subordinada a las circunstancias y valores propios de cada uno, no es sino reflejo de una verdad particular. Porque la música no tiene un solo camino, sólo la reflexión puede conseguir que las múltiples opciones, opiniones y formas de sentir acaben discurriendo en un único hecho: el musical. "The many become one". Contamos para ello con dos de las herramientas más poderosas que el ser humano tiene a su alcance: música y palabra.