Zemlinsky
 

Recuperando una gran ópera del s. XX

Es conocida la frase de Gustav Mahler: “Mi tiempo está aún por llegar”. El gran compositor se quejaba entonces que fuera mucho más conocido como director de orquesta que como compositor. A mediados del siglo XX (aunque siempre se tocó su música por un plantel pequeño pero muy notable de directores) se le hizo justicia y hoy es uno de los compositores que más se programan. También, quizá con no muy buena intención, Arnold Schoenberg, que además era su cuñado, dijo del protagonista de este artículo: “Zemlinsky puede esperar”. Y realmente la predicción se cumplió y no es hasta bien entrada la segunda mitad del siglo pasado cuando se reconoce su valía y su aportación a la historia de la Música. Coetáneo de Mahler (sólo 11 años más joven) y moviéndose en los mismos círculos, compartiendo amigos y gustos musicales, enamorados los dos de la misma mujer, Alma Schindler, aparece la figura, menos conocida pero de gran importancia en el mundo cultural de la Viena de cambio de siglo, de Alexander von Zemlinsky. Zemlinsky nació en la capital del Imperio Austro-Húngaro en 1871 en el seno de una familia judía con grandes inquietudes culturales y donde el talento musical de Alexander enseguida se hizo evidente. Fue un brillante estudiante y aunque con una formación clásica supo asimilar las influencias de una Viena de finales del XIX que bullía artísticamente. En él vió un anciano Brahms a “un talento emergente”. No vamos a relatar aquí una biografía llena de avatares, que le pone en contacto con las mentes más destacadas musical y artísticamente  de la época (el citado Mahler, Klimt, Loos, que le construirá una casa, Hofmannsthal, Berg, Wolf, Zweig, Schoenberg, Korngold, de estos dos últimos fue profesor) y que le llevan por varios teatros del Imperio y de Alemania como director de orquesta. Más adelante,  como casi todos judíos europeos de la época, se encuentra con el nazismo y es obligado en 1933 a volver a Viena desde Alemania. Cuando llega la anexión de Austria por el III Reich, Zemlinsky logra escapar viajando a Estados Unidos donde acabará sus días, de forma bastante precaria, el 15 de marzo de 1942.
 
Musicalmente Zemlinsky es un hombre de su época y recibe diversas influencias que tamiza para crear un estilo propio y claramente identificable. Si al principio son Brahms, Wagner e incluso Mahler sus referencias (éste último también tendrá que ver mucho en su trabajo como director orquestal) serán después compositores de su generación o inmediatamente posteriores con los que establezca lazos de influencia mutua. Hablamos otra vez de nombres tan conocidos como Schoenberg, Berg (un gran amigo personal también), Bartok, Weill o Hindemith. Incluso también se puede notar afinidades estilísticas, sobre todo en sus obras de madurez, con otro gran músico de la época pero con el que no tuvo contacto personal: Richard Strauss.
 
Zemlinsky fue un compositor que se encontró siempre cómodo con el lied y la ópera. Concretamente de este último género se conservan ocho obras que se distribuyen a lo largo de su vida compositiva. Su primer éxito viene de la mano de Es war einmal (Erase una vez) que, compuesta entre 1898 y 1899, estrena Mahler en la Ópera de Viena en 1900 y que se representará doce veces esa temporada (eso sí, retocado el libreto por el mismo Mahler). Después vendrán otras obras como Una tragedia florentina, El enano o El círculo de tiza. Ésta última fue prohibida por los nazis cuando llegaron al poder, lo que produjo una gran desazón en el compositor que veía como sus obras, por ser judío por parte de madre, no se podrían representar en los teatros de habla alemana. Aún así, en 1935 e impulsado por su esposa Louise, se fija en el drama de André Gide Le roi Candaule (cuya historia está tomada de un mito griego). Él mismo adapta el texto para crear el libreto y entre junio de 1935 y diciembre de 1936 escribe la ópera en su transcripción pianística. En cambio sólo prepara la orquestación de aproximadamente una tercera parte (aunque deja claras indicaciones que ayudarán a su conclusión posterior) antes que los acontecimientos políticos y la situación social en Viena se hagan insoportables y la familia emigre a Estados Unidos. Allí Zemlinsky tiene grandes esperanzas de poderla estrenar en el Met con el apoyo de su amigo y antiguo alumno el director Artur Bodanzky. Pero éste le hace ver que las escenas de sexo explícito del segundo acto hacen imposible su representación en los escenarios neoyorkinos. El compositor morirá en Nueva York en 1942 sin concluir lo que le resta de la orquestación de la ópera.
 
Luise Sachsel-Zemlinsky intenta, desde los años 50 del s. XX, que un compositor termine esa orquestación que falta de la última ópera de su marido. En 1981 se encargó Friedrich Cerha, que había completado Lulu de Alban Berg, que intentará terminar el Kandaules pero el compositor adujo que no había material suficiente, sobre todo en el texto, para realizar el trabajo. No será hasta 1990, y con el impulso de la Ópera de Hamburgo, cuando el director y musicólogo Antony Beaumont, que había sido responsable también de la nueva versión de Doktor Faust de Ferruccio Busoni, comience a completar dicha orquestación y se estrene, por fin, la ópera el 6 de octubre de 1996. Desde entonces muchos teatros, como el Massimo de Palermo, la Ópera de Flandes, el Colón de Buenos Aires o el Festival de Salzburgo, la han programado.
 
Der König Kandaules es reconocida como la ópera más sobresaliente de Zemlinsky, junto a las dos más breves Eine Florentinische Tragödie y Der Zwerg. Es una obra que recoge toda la trayectoria artística del compositor y recorre también muchas de las tendencias musicales del primer tercio del s. XX. Más cerca de Weill o Strauss que de otros compositores, siempre sin traspasar la línea de la atonalidad, Zemlinsky crea una partitura (excelentemente completada por Beaumont) muy rica en colores y expresividad (incluyendo instrumentos poco frecuentes en una orquesta operística como el saxofón contralto o el clarinete en mib) y en la que podemos rastrear la convulsa historia del continente europeo en estos años.
 
La obra es pesimista y con una visión oscura y desolada del ser humano. El rey Kandaules se mueve entre la riqueza, el libertinaje y los más bajos instintos, pero también siente la imperiosa necesidad de compartir con los demás sus posesiones. Esta obsesión llevada al extremo  le hará primero mostrar la belleza (oculta hasta entonces bajo un velo) de la reina Nyssia a toda la corte y después “entregar” a su esposa al pescador Cyges, un hombre huraño e independiente que el rey admira y del que se ha hecho amigo. Un anillo mágico que hace a su portador invisible será el que permitirá al pescador yacer con la reina. Cuando ésta descubre el engaño pide venganza y es el propio Cyges el que acaba con la vida del rey. La misma reina corona al pescador como nuevo monarca siendo su primera orden que la reina vuelva a ponerse el velo, pero ésta se niega. Nada puede volver a ser como era.
 
El primer acto está dividido en cuatro unidades separadas por pasajes de diálogo hablado y no presenta los drásticos contrastes y aristas que veremos en el resto de la obra.  En el segundo destaca la narración de Kandaules sobre las propiedades del anillo mágico encontrado por el pescador. La entrada de la reina Nyssia da paso a la gran escena de amor, de alto contenido erótico. Lo más destacable del tercer acto es el monólogo del pescador que lamenta su comportamiento en el lecho real y el tema de la desesperación de la reina al descubrir la traición de su esposo, que ha permitido que tenga relaciones sexuales con Cyges.
 
Hablábamos más arriba del pesimismo que impregna la composición, pero poco optimismo se le podía pedir al compositor dadas las penosas circunstancias, el ambiente de desazón e incluso miedo en el que se vivía en Viena en los últimos años de la década de los 30 y más si tenías sangre judía. También otros estudiosos han querido ver en la ópera una metáfora de las relaciones entre el artista (Kandaules) el arte (Nyssia, su esposa) y el público (el pescador Cyges): El artista se ve obligado a exponer ante el público lo que más adora, su obra, pero al hacerlo traiciona irremediablemente el arte, su creación, que pierde así todo el sentido íntimo con el que fue creada. Diversas visiones para una obra de amplia interpretación y que por tanto ha dado pie a concepciones artísticas muy diferentes. Una ópera imprescindible en la historia del género en el s. XX y cuya representación es una ocasión única para adentrarse en el universo de un compositor tan especial como Alexander Zemlinsky.