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El sentido de Ibermúsica

Madrid. 24 y 26/06/16. Auditorio Nacional. Fundación Ibermúsica: Temporada 16-17. Obras de Kodály, Beethoven, Strauss, Rachmaninov y Brahms. Javier Perianes, piano. Jonathan Nott y Andrés Orozco-Estrada, dirección musical.

Lo he dicho tantas veces como ocasiones se me han proporcionado: Lo de Ibermúsica es un milagroso oasis en un desierto a menudo parco en ideas de cómo hacer bien las cosas en la gestión musical a largo plazo. Y el milagro, como hemos dicho ya todos, tiene un justo nombre: Alfonso Aijón. Que la Filarmónica de Viena aparezca de pronto a finales de junio en un Madrid prácticamente ya en barbecho hasta la temporada que viene, no es, no puede ser casual en unas fechas más propicias para la programación en festivales de verano. ¿Por qué iba Ibermúsica a adelantar su inicio de temporada a junio si no para aprovechar una oportunidad única como la de poder traer a la Wiener Philharmoniker a Madrid?

Y con su oportunidad, la nuestra. Una vez más, la oportunidad de escuchar la mejor música en las mejores manos de todo el mundo. Una ocasión no sólo para disfrutar, sino también para aprender tanto y tan bien, siempre entre los mejores. Y esto quizá es lo más grande de Ibermúsica, el sentido que la sostiene a través de su fundador. La figura de Aijón nos parece la del gran aventurero de la vida y la montaña, capaz de apostar y apostarse sin medida por el noble ideal de Ibermúsica, tal y como ha vuelto a demostrar en este nuevo arranque de temporada.

Flexible Strauss, vivo Brahms

Sustituía el inglés Jonathan Nott al malogrado Daniele Gatti, de baja por lesión, al frente de la formación vienesa, manteniendo el programa escogido por el italiano. Nott ofreció una atrayente “solidez flexible”, regia en la Corioliano beethoviana, y en la búsqueda de colores y dinámicas en la Muerte y transfiguración de Strauss, más inclinada hacia la belleza que hacia la reflexión, muy probablemente en el mismo camino que la ideó el compositor, sin mayores pretensiones. Fue en un Brahms vivo y elegante, en su Primera sinfonía, sobresaliente en su narración, donde la Wiener y Nott sedujeron sin posibilidad de negación.

Íntimo y personal

Ya en la segunda noche, debutaba con la Filarmónica el pianista Javier Perianes con el Cuarto concierto para piano de Beethoven. Este Beethoven de Perianes es un Beethoven muy sentido, muy degustado, llevado hacia el detalle, hacia la suavidad de un dedos que buscan el pequeño motivo, la delicada diferencia en un balance íntimo y personal. Es por ello un Beethoven atípico en el fraseo, un tanto en la acentuación, tal y como pudo escucharse ya desde unas corcheas en dolce iniciales más efímeras y coquetas de lo habitualmente escuchado, en el juego conversacional del comienzo del último movimiento, o en todo el andante, el más logrado de todos los movimientos por parte del pianista, sin que fuera justamente correspondido por un Estrada siempre desmedido, siempre vehemente, siempre hacia lo más vívido y movido, en una suerte de movimientos del todo desproporcionados si se repiten una y otra vez sea cual sea la dinámica, la indicación, la música que suena. Suerte que la Wiener es orquesta ya bregada, de aquellas que se conducen solas y suenan por sí mismas cuando la situación lo requiere.

En manos vienesas

Y ese parece ser el principal hándicap de Andrés Orozco-Estrada, un director que se entrega, que vive lo que siente, sin que aparentemente de cabida a matizaciones, a dinámicas sino de trazo algo grueso. La suerte es ponerse ponerse en manos vienesas, quienes salvan estas faltas y crean su propia versión, dando la impresión de que el resultado no sería el mismo si no hubiéramos estado frente a una orquesta tan experimentada. Las Danzas de Galanta resultaron eléctricas en su final y no del todo sugestivas en su principio, siempre rítmicas y generosamente acentuadas, con unos solistas entre las maderas de sentida y acertada participación, con aquel recordatorio de Kodály al desaparecido tárogató del folklore húngaro aquí representado en un magistral clarinete.
Del mismo modo erigió Estrada – léase la Wiener – las Danzas sinfónicas de Rachmaninov, en una versión tan válida como seductora, hacia lo fastuoso, un Rachmaninov de pegada al que faltó cierto punto de suspensión, tan característica en el compositor.