¡Cuerpo a tierra!
Oviedo. 15/12/2020. Teatro Campoamor. Puccini: Madama Butterfly. Ainhoa Arteta (Cio Cio San). Jorge de León (Pinkerton). Nozomi Kato (Suzuki). Damián del Castillo (Sharpless). Moisés Marín (Goro). Mar Morán (Kate Pinkerton). José Manuel Díaz (Yamadori). Joan Anton Rechi, dirección de escena. Óliver Díaz, director musical.
Llámenme clásico, pero tal como yo lo veo, dentro de diez años lo auténticamente transgresor en el mundo de la escenografía operística será mantener el momento histórico original recogido en el libreto. Tanto es así que trasladar una Butterfly al apocalipsis nuclear vivido en Nagasaki tras el impacto de Fat Man es tan original en nuestros días como los libros de caballerías debían serlo en los de Cervantes. Y es que, por muchas bombas que caigan, nunca habrá miseria más punzante que la de la mente, pues esa es la única capaz de acosarnos sin descanso, de adosarse sigilosa a nuestros hábitos más cotidianos para robarnos en ellos incluso nuestra propia voluntad de seguir viviendo.
Franz Kafka afirmó una vez que “algunos hombres pueden sobrevivir al canto de las sirenas, pero ninguno a su silencio” y es precisamente ese silencio, esa ausencia de aquello que una vez hubo, lo que mata no sólo a Butterfly, sino también a Werther, a Bovary, a Isolda y a todos los grandes arquetipos románticos. No hay en la vida nada tan insoportable como el silencio, y mucho menos el ruido de unas explosiones que no significan nada. Puccini lo sabía perfectamente y por ello su orquesta descarga todo un torrente de leitmotive que no son sino los recuerdos nostálgicos de Cio Cio San, esforzándose por retener en su mente las imágenes de un amor que creyó idílico.
Si he mencionado todo esto, y me perdonarán la posible digresión, es porque creo firmemente que la propuesta de Joan Anton Rechi no gana ningún interés o dramatismo situándose en ese Nagasaki de Guerra Mundial, rozando incluso la estridencia al reproducir por la megafonía del teatro el sonido de una explosión al término del dúo que cierra el primer acto. Del mismo modo que también creo que Rechi ha subestimado la capacidad del público para interpretar la música de la propia obra, esos leitmotive que he mencionado y que, si se escuchan con atención, llegan a transmitir mucha más información sobre Butterfly y su historia que el propio texto del libreto. En su lugar, se opta por explicar lo ya explicado por medio de una literalidad visual que en ocasiones llega a rozar lo cutre, tal y como sucedió con el barquito en miniatura que alguien mueve por el escenario cuando se hace referencia a la entrada del barco de Pinkerton en el puerto.
Desde el punto de vista vocal la posibilidad de escuchar a Ainhoa Arteta en el rol protagónico era sin duda lo que más expectativa generaba entre el público. Habida cuenta del recital no especialmente acertado que protagonizó en su última visita a la capital ovetense, de su carácter más bien tormentoso y de su aparición en un programa televisivo con tintes de reality uno puede dudar, lo reconozca o no, si la vasca sería capaz de sellar una interpretación con la capacidad vocal y la intencionalidad necesarias como para llegar a sorprendernos. Debo decir que, en mi caso, así ha sido, pues del mismo modo en que Dorian Gray se enamora de las interpretaciones de Sybil Vane, pero se desencanta con la persona en sí, Arteta es indudablemente capaz de enamorar sobre el escenario, al margen de las decisiones que pueda tomar en otras facetas de su vida y que nadie debería tomarse la licencia de juzgar. En este contexto, la soprano vasca nos regaló el pasado lunes una Butterfly de muchos quilates; entendida, eso sí, más desde la fortaleza del personaje que desde la inocencia o el almibaramiento. Una visión del rol situada, para entendernos, en las antípodas interpretativas y vocales de una Toti Dal Monte y que, por tanto, capaz de suscitar un interés mucho mayor en los actos segundo y tercero que en el primero, donde la inocencia de Arteta no termina por resultarnos genuina. A partir de un “Un bel di vedremo” el voluminoso centro vocal de Arteta se hace notar y ese mismo peso que quizás la disuadió de abordar el agudo opcional de “Ancora un passo or via” sirve entonces para colmar su Butterfly de verismo, emocionando e imbuyendo al público del genial sentido trágico pucciniano.
Jorge de León, quien ya compartió escenario hace dos años con Arteta en Andrea Chénier, abordó en esta ocasión el rol de Pinkerton un rol que, sin duda, maneja con total solvencia y que adereza con un tercio agudo que, cuando logra proyectarse con eficacia, despliega una sonoridad de proyección más que generosa y un bellísimo timbre squillante. Nozomi Kato fue, por su parte, una correcta Suzuki que cuya interpretación fue, sin duda, ganando enteros a medida que avanzaba la representación, no fue así el caso del barítono Damián del Castillo, a quien encontramos impecable durante la totalidad de la función como Sharpless, haciendo gala de un bello timbre, cubierto y aterciopelado y una proyección más que razonable. Moisés Marín cerraba el elenco principal, sustituyendo al asturiano Jorge Rodriguez Norton y perfilando un Goro de sobrada solvencia.
Desde el foso, la Orquesta Oviedo Filarmonía, en esta ocasión a la batuta de Oliver Díaz, continuó con su maratónica labor afrontando en días consecutivos Fidelio (dirigida por Marc Piollet) y esta Madama Butterfly con Díaz, logrando un sonido a mi parecer francamente superior en esta segunda que, en la primera, quizás por ser también una obra que ya estaba en el repertorio de la formación al haberla interpretado hace algunas temporadas en el mismo teatro bajo la dirección entonces de Pablo González. No obstante, siempre resulta llamativo, en todo caso, comprobar lo ingrata que puede resultar la música con aquellos que viven de ella, pues una vida de dedicación no es siempre garantía de una interpretación libre de errores, y por lo protagónico de su sonido, cualquier error o destemple resulta especialmente notorio en la sección de viento metal, tal y como lleva sucediendo en las últimas representaciones a las que he podido asistir.