Vida y vivir, por encima de todo
Madrid. 18/03/21. Teatro Monumental. Mozart: Misa en do menor. Ruth Iniesta, soprano. Serena Sáenz, soprano. Jose Luis Sola, tenor. Carles Pachon, barítono. Orquesta y Coro de Radio Televisión Española. Antonio Méndez, director.
Cuenta el violinista Ara Malikian en su documental Una vida entre las cuerdas que, cuando la guerra daba un respiro en su Armenia natal, la gente corría a hacer música, a encontrarse alrededor de ella. De forma improvisada por las calles, llenando los teatros que seguían en pie. Vida y vivir, por encima de todo, que decía la gran poeta Concha Méndez. Y no lo decía, precisamente, en el mejor de sus momentos. La vitalidad y la valentía como adalid y garantía de la cultura. Así hemos de ofrecerla en estos tiempos que corren. Porque no es la cultura segura, en cuanto que no vivimos un momento seguro. No puede serlo por mucho que así lo repitamos, pero sí puede ser ejemplar. En las formas de servirla. En las formas de recibirla.
No cabe duda, o no quisiera dudarlo, al menos, que cada teatro y auditorio está ofreciendo lo mejor de sí mismo para que que la música suene cada día en nuestro país y, con ella, se garantice la vida de las miles de personas que trabajan en ella. También de quienes la reciben, como bálsamo, como aliento. De hecho, esta Misa en do menor de Mozart que ofreció la Orquesta y Coro de RTVE el pasado día 18 sirvió como despedida, así lo sintió quien esto escribe (aunque nada se indicara al respecto), al gran Antón García Abril, (quien nos dijo "hasta siempre" el día anterior) aliviando el pesar de unas ánimas tristes aquel día. Se ofreció, además, con unas estrictas medidas de seguridad sobre el escenario. Desconozco cual es el protocolo del ente público para sus conciertos, si hay pruebas PCR para los profesores de la formación o para los artistas invitados, por ejemplo, pero ante el público, el covid19 acabó por velar un tanto el hecho musical.
No pudo con la música en sí misma, eso por descontado, habiendo preparado, además, unos mimbres como los que se presentaron. Cuatro solistas de primer orden y un director con garantías internacionales, además de los atriles propios de orquesta y coro, que contaron con alrededor de 50 paneles de metacrilato y mascarillas para todos ellos, incluídos los cantantes. Así, aunque tuvo que escucharse a un coro mermado en su número de integrantes, con mascarilla y detrás de una serie de mamparas que impedían toda posible y adecuada proyección, el trabajo de este fue intachable. Se perdió, no obstante, la fuerza, el efectismo y el drama de algunos números, como el arranque y el cierre del Gloria, o el comienzo del Credo.
Por su parte, a pesar de alguna entrada dudosa, la plantilla de la ORTVE y Antonio Méndez dibujaron algunos momentos extraordinarios, sobre todo en la cuerda. Así quedó patente en el Laudamus te, o en Credo in unum Deum, donde la conjunción con el coro fue espléndida. Y tiene que ser muy complicado logar la cuadratura del círculo, con una disposición de atriles que rompe la distribución habitual, con trompetas y trompas en los laterales del primer piso... decisión tomada por sus parámetros de seguridad, se entiende, porque artísticamente no sumó en absoluto. Entre las voces solistas, destacó especialmente la labor de Ruth Iniesta, con un exquisito Incarnatus, así como un Kyrie muy dramático, demostrando siempre una factura intachable en las agilidades y tablas para afrontar las notas bajas con las que Mozart trufa su parte, convirtiéndola en toda una maratón. Del mismo modo ocurre con la particella de la segunda soprano, en esta ocasión cantada por Serena Sáenz, que mostró una voz de gran calidad en Laudamus te. Completaron el cuarteto el tenor José Luis Sola y el barítono Carles Pachón, dos voces excelentes para unas partes en esencia breves, donde ambos significaron.
Vida y vivir, por encima de todo... en la medida de lo posible.