Pasión y gloria
Pamplona 24/03/2021. Baluarte. Bach. La Pasión según San Mateo. Julian Prégardien (Evangelista) Stéphane Degout (Jesús) Ensemble Pygmalion. Raphaël Pichon (Dirección).
“La música de Bach, como la morfina, me aliviaba. De hecho, hacía más que aliviarme: eliminaba toda tentación de lamento, todo sentimiento de injusticia, toda extrañez del cuerpo” (Philippe Lançon)
Entre las víctimas del atentado terrorista a la revista satírica francesa Charlie Hebdo el 7 de enero de 2015 estaba el periodista y escritor Philippe Lançon. Durante meses, años, tuvo que sufrir numerosas intervenciones para reconstruirle, entre otras heridas, el maxilar derecho, totalmente destrozado. En su libro El colgajo (editado en español recientemente por Anagrama) revive el momento del atentado y, sobre todo, el calvario de su recuperación. En ese largo período siempre le acompañó, casi exclusivamente en lo musical, Bach. Al ponerme a escribir esta crónica inmediatamente me he acordado de Lançon. Bach no es tan solo uno (para mi, si me obligaran a elegir, el mejor) de los más destacados músicos de la historia, sino que su música va más allá y tiene poderes que recomponen el alma. Prueba de ello es la experiencia de escuchar su obra magna La Pasión según san Mateo en las manos de Raphaël Pichon y su Ensemble Pygmalion.
De Johann Sebastian Bach, dentro de su ingente obra coral como Thomaskantor en Leipzig, el mayor cargo como músico de las iglesias de la ciudad sajona, destaca esta obra estrenada el 15 de abril de 1729 (Viernes Santo) en la iglesia de Santo Tomás. Bach elabora una de las estructuras musicales más perfectas que podemos oír. No sólo por su calidad musical, sino también por la carga moral y espiritual, más allá de su origen religioso luterano, que sigue conmoviéndonos hoy en día. John Eliot Gardiner en su fundamental texto sobre la obra coral del compositor (La música en el castillo del cielo, Acantilado) nos da muchas de las claves para comprender todo el entramado que forma La Pasión y que nos sirve también a la hora de apreciar la calidad de una interpretación, como es el caso de esta crónica. Bach cumple todos los requisitos exigidos para una celebración de la importancia del Viernes Santo en cuanto al seguimiento de las enseñas luteranas y la utilización de la música (como explícitamente señala Lutero) como medio imprescindible de acercamiento a Dios. Pero en este trabajo va más allá y, además de narrar la historia que nos cuenta Mateo en su Evangelio, intercala reflexiones (recitativos y arias) que ayudan a los feligreses a introducirse en el profundo mundo espiritual de la pasión de Cristo. Estas arias, sobre textos de su colaborador el poeta Christian Friedirch Henrici, más conocido como Picander, se entrelazan con los recitativos, en un conjunto con una fuerza dramática indudable. Porque aunque no hay constancia fehaciente que Bach tuviera nunca intención de escribir ópera y lo tuviera absolutamente ocupado su trabajo en Leipzig, es incuestionable que La Pasión es un gran fresco dramático y teatral sobre la pasión y muerte de Jesús. Todo está construido, creado, compuesto, para que el oyente “viva” ese drama del hijo de Dios que muere para salvar al mundo. Bach, como buen luterano, acerca ese drama al oyente, no lo mantiene a distancia, como un espectáculo. Así, los feligreses que escuchan el Evangelio saben que Jesús ha muerto por ellos y que su drama es el drama del hombre. Sólo por el arrepentimiento, por las lágrimas y el sufrimiento, podrá llegar el pecador a acercarse al Salvador.
Gardiner, como gran conocedor de la obra, destaca que para transmitir todo eso que acabamos de referir, la estructura de La Pasión, su fin último, es necesario una interpretación que aune drama y reflexión, con un ritmo que mantenga al oyente pendiente de lo que el compositor nos ha querido transmitir. Este es el gran, el extraordinario mérito de Raphaël Pichon en su versión de La Pasión que pudimos oír en Baluarte. Durante las más de dos horas y media que dura la obra, la tensión jamás decayó, tuvo a todo el público en un puño, sintiendo cada una de las palabras y las notas que le llegaban. Supo marcar tiempos, incorporar dramáticos silencios, regular volúmenes, engarzar todo para que funcionara a la perfección haciendo, que, por unos momentos, todos nos sintiéramos tan admirados, tan obnubilados (pero no tan desconcertados por lo novedoso de la propuesta como aquellos primeros oyentes de abril de 1729). Su gesto preciso y de amplia comunicación era como parte de la obra, imprescindible tanto para los músicos como para los que lo veíamos dirigir. ¡Y qué músicos! ¿Por dónde empezar? Realmente es difícil destacar a nadie aunque se suela empezar por los solistas. Pero la pieza más sobresaliente de un conjunto intachable fue el coro (los dos coros por atenernos a la partitura). Pichon ha sabido crear un grupo coral de un atractivo impresionante. Es paradójico: suenan como una sola voz pero al mismo tiempo cada cantante tiene personalidad propia y perfectamente distinguible en el grupo. Es como esas grandes orquestas que han llegado a la perfección porque cada uno de sus componentes es un destacado solista pero se pliega y encaja con toda la orquesta dándole un sonido especial e intrasferible. El coro del Ensemble Pygmalion se mostró con una versatilidad impresionante en todas sus múltiples intervenciones. Sería difícil destacar un momento, pero cuando cantaron “Wenn ich einmal soll scheiden” fue simplemente estremecedor.
Julian Prégardien fue un Evangelista totalmente entregado. El tenor alemán, un avezado liederista (como lo es su padre, el también tenor Christoph Prégardien) puso todos sus recursos vocales y expresivos al servicio de un papel que es el hilo conductor de la obra. Sin casi mirar la partitura, fue evolucionando de un mero narrador a un hombre que sufre y vive la historia que está contando. Bravísimo. Stéphane Degout es uno de los barítonos más reconocidos de la actualidad. Si el pasado febrero admirábamos en el Liceu su trabajo en la ópera contemporánea Lessons in love and violence, podemos decir lo mismo de su desempeño en esta obra cumbre escrita en el primer tercio del siglo XVIII. Jesús, sin tener muchas intervenciones, es el alma, la espina dorsal sobre la que gira la creación de Bach. Degout estuvo impecable en lo vocal (sobre todo en las dos arias que canta en la segunda parte) y con esa dureza, aparente frialdad e ineludible determinación que le impone su destino como hijo de Dios. Todos los solistas vocales estuvieron extraordinarios en sus intervenciones, pero por su estilo, la belleza de su timbre y las inflexiones que enriquecieron sus arias destacaría a la contralto Lucile Richardot. Aunque, repito, todos sus compañeros destacaron con un trabajo impecable.
En el apartado instrumental vuelve a pasar lo mismo que cuando hablábamos del coro. El Ensemble Pygmalion lo conforma un equipo de grandes maestros, un conjunto de una calidad extraordinaria. Todos estos solistas (comenzando por los dos primeros violines, Sophie Gent y Louis Créac’h, y finalizando, por poner un ejemplo, por las flautas de Georgia Browne y Raquel Martorell) brillaron en sus intervenciones. Destacar también el excelente grupo de “bajo continuo" con Matthieu Boutineau y Pierre Gallon al órgano y clave respectivamente, como figuras punteras.
Finalmente hay que felicitar al equipo de Baluarte por traer a Pamplona un espectáculo de este nivel con las dificultades actuales de todos conocidas. Para ellos también la cerrada ovación que al final de la obra brindó un público totalmente entregado. Sin lugar a dudas una de las mejores versiones de La Pasión según San Mateo que he podido escuchar.