Zauberflote Liceo 

Cómo me las maravillaría yo

Barcelona. 20/06/2016. Gran Teatro del Liceo. Mozart: Die Zauberflöte. Dimitry Ivashchenko (Sarastro/Sprecher), Allan Clayton (Tamino), Christina Poulitsi (Reina de la Noche), Maureen McKay (Pamina), Mirka Wagner (Primera Dama), Maria Fiselier (Segunda Dama), Helena Köhne (Tercera Dama), Julia Gliebel (Papagena), Tom Erik Lie (Papageno), Ivan Turšić (Monostatos), Christoph Späth (Hombre Armado 1/ Sacerdote 1), Carsten Sabrowski (Hombre Armado 2/ Sacerdote 2), Tölzer Knabenchor (Tres genios). Dir. escena: Suzanne Andrade/ Barrie Kosky. Dir. musical: Henrik Nánási.

Poner en escena Die Zauberflöte sigue siendo de alguna manera una especie de búsqueda de la piedra filosofal en materia de dirección de escena; tal es la complejidad de una historia fantástica donde la búsqueda de significados y símbolos puede emborronar una sencilla historia de amor envuelta en magia y un camino de iluminación personal y de pareja. Las imágenes, los tráilers y la gran campaña de marketing de esta renombrada producción proveniente de la Komische Oper de Berlín, precedían en fama y expectativas a esta producción. Fotos coloristas en diarios y fragmentos consultables en internet producían una verdadera ilusión que se podía percibir en un ambiente casi festivo por parte de un público ansioso por dejarse convencer, pero sobretodo seducir por la ópera mágica por antonomasia. Hay que reconocerle al equipo artístico formado por la dirección de escena de Suzanne Andrade, Barrie Kosky y la imprescindible videocreación de Paul Barritt y el Concepto 1927 que los une, que su lectura rebosa imaginación, talento y algo importante en una ópera como la presente, un nudo estético que envuelve la ópera en un sueño cinematográfico años 20’ que funciona y aporta frescura y vitalidad. La idea parte de una suerte de homenaje al cine mudo, donde los personajes tienen referencias icónicas reconocibles como un Monostatos a lo Nosferatu y sobretodo un Papageno a lo Buster Keaton, a lo que se suma la eliminación de los diálogos, sustituidos por texto proyectado en el fondo del escenario con acompañamiento a piano.

Mención especial en este caso para la excelente labor de Pau Casan, tocando arreglos sobre las fantasías KV 397 y la 475 del propio Mozart en los momentos de las proyecciones de los diálogos con improvisaciones como en el jocoso momento karate de Papageno cuando explica a Tamino cómo ha derrotado a la serpiente. Curioso también el detalle que en ningún lado del, por otro parte, muy interesante programa de mano, se encuentre o explique este dato musical. Así pues, una Zauberflöte presentada como la proyección de una película con estética del cine mudo, predominio del blanco y negro, con toques de color en un escenario de fondo blanco y puertas giratorias por donde salen los protagonistas. Un gran trabajo de continuas proyecciones que visten un film fantástico donde se hace presente la huella del cine expresionista alemán, no solo en Monostatos a lo Nosferatu de Murnau, también en el momento de la presentación de Sarastro ante los enamorados, recuerda a Metrópolis de Fritz Lang, pero también guiños a lo Tim Burton con su reconocida estética gótica y hasta el momento manga comiquero de Papageno así como en su intento de suicidio. Las casi tres horas de función se pasan volando al apostar por un lenguaje cinematográfico vintage con el que el público conecta desde el minuto uno. Es verdad que para los poco amantes del horror vacui, pueden encontrar excesivo el uso de la proyección continua, pero la propuesta funciona por la naturalidad con la que adapta la historia, con el dibujo arquetípico de los protagonistas, con una Reina de la Noche acácnida o las Tres Damas que parecen sacadas directamente de un cuadro expresionista de Ernst Ludwig Kirchner, pero sobretodo por no traicionar el espíritu lúdico que la obra contiene en esencia desde su estreno en 1791 en el Theater auf der Wieden. 

Henrik Nánasi dirigió con intenciones pero en algún momento alargando tempi sobremanera, como en el aria de Papageno Der Vogelfänger, o en el maravilloso dúo de Pamina y Papageno, donde la proyección es de un encanto especial. La orquesta del Liceu respondió con solvencia, pero es verdad que se echó en falta más colores, más imaginación en el enfoque desde la batuta, quizás más pendiente de cuadrar el canto desde el escenario con el foso por una producción que está medida al milímetro y que da la impresión que es esta la que marca la música y no al revés, produciendo cierta sensación fragmentaria que menoscaba en resultado global orquestal.

Los protagonistas, todos ellos de la compañía de la Komische Oper -que conocen a la perfección la producción y sus movimientos- cantaron con seguridad y profesionalidad, siendo además el debut en el Liceu para todos. Destacó el Tamino del tenor británico Allan Clayton por la seguridad de su registro y homogeneidad del color, este rol, una especie de prefiguración del futuro heldentenor tuvo en Clayton un artista compacto y preciso que supo destacar en su aria y en el preciosista Wie stark ist nicht dein Zauberton. A su lado la soprano estadounidense Maureen McKay fue una Pamina sensible quien supo dar el aire de fragilidad de un personaje que se debate entre el amor a su madre y el respeto y amor del Príncipe Tamino y el sumo sacerdote Sarastro. McKay logró engarzar una hermosa Ach, ich fühl’s donde si bien en algún agudo la voz se tambaleó, logro acabar con un meritorio uso de los reguladores, apianando el final para acabar el aria casi en un suspiro musical de gran efecto dramático.

La Reina de la noche de la ganadora del Concurso Operalia 2014, la soprano griega Christina Poulitsi, dominó su endiablada particella con agudos limpios y coloratura precisa, si bien a nivel proyección la voz podría ganar en presencia. Su antagonista masculino, el Sarastro del bajo ruso Dimitry Ivashchenko, cantante del cast del día del estreno, sustituyó a un indispuesto Thorsten Grümbel y lució un instrumento denso y de buenos graves, color oscuro y timbre terso, ideal para el carácter noble del personaje. Algo gris el Papageno de Tom Erik Lee, buen actor, quien quedó algo eclipsado vocalmente por sus compañeros, más por la corrección de una voz más bien genérica que por ningún error o percance vocal.

Irregulares también las tres damas, de dibujo teatral atractivo pero con desigualdades en los registros, sobretodo en la voz de Mirka Wagner (Primera Dama) con un timbre desenfocado y sonidos calantes en algunos momentos. Más segura y equilibrada la Segunda Dama de Maria Fiselier y convincente y generosa la Tercera Dama de Helena Köhne. Buen Monostatos el de Ivan Tursik, con el grado de manierismo justo y de musicalidad certera y algo fría la Papagena de Julia Giebel, quien no buscó ni encontró gran química con su Papageno en el dúo final. Mención de honor para la excelsa prestación de los tres niños del Tölzer Knabenchor, quienes aportaron voces blancas de calidad y musicalmente perfectas a los Tres niños mágicos. También destacar la labor del coro masculino en el memorable O Isis und Osiris, momento de gran calidad donde Mozart no solo anuncia ya el famoso coro de prisioneros del Fidelio Beethoveniano, sino que apunta ya a la solemnidad del Coro de peregrinos del Tannhäuser de Wagner, bravo por el trabajo de Conxita García al respecto.

En suma, una Zauberflöte entretenida, animalista, donde gatos, perros, elefantes, monos y mariposas revolotean en una puesta en escena llena de imaginación. Con un final emocionante, la recapitulación cinematográfica a modo de flashback con escenas de toda la ópera/película, que se precipita en ese glorioso coro final lleno de luz y optimismo. Si Barrie Kosky se preguntó alguna vez antes de idear esta Zauberflöte, ¿cómo me la maravillaría yo?, hay que reconocer, que la ópera brilla y enamora a un espectador que no solo sale maravillado, se ha sumergido casi tres horas en un mundo donde la magia musical de Mozart ha tenido una metáfora visual de indudable calidad artística.