La masa contra el individuo
Madrid. 22/04/2021. Teatro Real. Britten: Peter Grimes. Allan Clayton (Peter Grimes), Maria Bengtsson (Ellen), Christopher Purves (Balstrode) Jacques Imbrailo (Keene). Orquesta y coro titulares del Teatro Real. Deborah Warner, dirección de escena. Ivor Bolton, dirección musical.
Cada vez que escucho Peter Grimes es como si alguien me sacudiera con fuerza. El poder que tiene la segunda ópera del inglés Benjamin Britten hace que me reafirme en considerar esta obra una de las más importantes del repertorio, tanto por la increíble, por impactante y bellísima, parte musical, como por el desgarrador argumento dramático que firma Montagu Slater con las imprescindibles contribuciones del propio Britten, de su pareja, el tenor y primer protagonista del estreno, Peter Pears, y otros amigos. Estrenada en 1945 y basada en el poema de George Crabbe The Burrough, el mundo opresor y cerrado de un pueblo marinero (que también conocía Britten de su Lowestoft natal) sirve para levantar una historia en la que un individuo, que no encaja en las estrictas normas sociales por un carácter difícil, es rechazado por el grupo. No cae bien, no encaja, y el pueblo, que tiene sus desavenencias internas y elementos personales mucho más perturbadores, se une formando una masa para eliminarlo. Poniendo el foco en “el otro”, todos ven salvados sus propios defectos. El marinero Grimes no es un tipo empático, puede que el espectador al principio se sienta “pueblo” pero según se desarrolla el drama contempla como el hombre cae cada vez más en desgracia por buscar un futuro e impulsado por la mala suerte. La masa no tendrá piedad con él y acabará con sus esperanzas y su vida.
Llega al Teatro Real (en coproducción con otros tres grandes teatros europeos: la Royal Opera House de Londres, La Opéra de París y el Teatro dell’Opera de Roma) este clásico en el segundo año de pandemia con una fuerza y una calidad que parecería imposible dados los problemas de movilidad y de todo tipo que nos asolan. Y lo hace de una manera brillantísima y con un éxito sin paliativos gracias a un equipo musical que lo da todo y una propuesta escénica inteligente y muy bien resuelta. En el aspecto musical querría destacar dos figuras fundamentales: el director Ivor Bolton y el tenor protagonista Allan Clayton. Ambos realizan un trabajo no sólo impecable y de altísima calidad sino de una tremenda carga emotiva, algo que saca lo mejor de la ópera. Britten escribió una partitura portentosa en la que renace la casi inexistente tradición operística británica que no conocía el éxito desde los tiempos de Purcell. La paleta de colores que despliega es tremenda, llena de influencias (desde los cantos folklóricos de las costas de Suffolk pasando por toques jazzísticos, hasta el nuevo clasicismo), pero, sobre todo, de un lenguaje propio, que empieza a crear en Peter Grimes y que seguirá cultivando a lo largo de todas sus obras: esa mezcla tan personal de lirismo y grandes momentos orquestales, siempre dentro del camino más ortodoxo de la música del siglo XX pero sin olvidar la gran variedad de movimientos musicales y artísticos que lo rodean.
Bolton supo sacar todo el partido a esta maravillosa música mostrando al oyente todos los matices y la densidad compleja de la música. Pudimos apreciar cada detalle en los momentos más íntimos tanto en el desarrollo vocal como en los seis interludios orquestales, verdadera joya del trabajo del compositor, seis momentos “marinos” que nos trasladan a seis impresiones que el mar nos puede ofrecer. Ahí Bolton estuvo supremo, libre de ofrecernos toda la potencialidad de la composición, trabajando con primor los contrastes, las texturas y jugando con maestría con los silencios, tan importantes en esta ópera. Le acompañó una Orquesta Titular del Teatro Real impecable y virtuosa en todas sus familias, atenta al director y con una expresividad que hizo brillar como pocas veces del foso del teatro. Espléndidos.
Allan Clayton posee todas las armas para crear un Grimes de referencia. Y lo hizo. Su voz, de un timbre muy bello, supo adaptarse a toda las gama de sentimientos que vocalmente tiene que exponer: la esperanza, el egoísmo, la furia o la desesperación. Con una potencia vocal muy apreciable, con una dicción perfecta y con una expresividad impecable nos hizo sentir cada momento emocional del personaje. Destacaría sus momentos más líricos, donde apiana la voz sin perder nunca la claridad de emisión, dando forma a su dolor. Y convirtió en inolvidable su último canto en solitario, acompañado por el coro fuera de escena, fantasmagórico y amenazador gritando su nombre, en el que Grimes da todo por perdido. Ahí, más aún si cabe, Clayton (apoyado en un Bolton fabuloso) estuvo insuperable.
Si hay una obra coral en el repertorio esa es Peter Grimes. Es verdad que el protagonista tiene una mayor relevancia pero a partir de ahí el resto de personajes forman casi un todo, en el que destacan un par de figuras (los dos únicos apoyos que tiene el marinero) pero lo importante es el pueblo. Por eso el coro es básico y piedra angular de la ópera. Y lo demostró con creces el magnífico Coro Titular del Teatro Real, que dirige Andrés Máspero, que voló a la altura que la obra demanda. Bien empastado, superando sin problemas la traba de llevar mascarilla, supo transmitir ese terror que supone la masa cuando quiere acabar con el indivíduo. Todas sus intervenciones, que son muchísimas, fueron excelentes pero destacaría el canto que preludia el final de Grimes con ese estremecedor momento que comienza con “Our curse shall fall upon his evil day (¡La maldición lo alcanzará en este día aciago!)” y que dejó al público pegado a sus butacas.
Entre el resto de cantantes (me niego a hablar en esta ópera de comprimarios, hay papeles con menos y más líneas pero todos son protagonistas, formando parte de ese pueblo intransigente y justiciero, de ese “coro” que machaca a Grimes) destacaría el fabuloso Baltrode de Christopher Purves, un barítono con una calidad indiscutible que nos dejó momentos de gran belleza en su lucha por salvar a Grimes de la garra del destino y que nos estremeció cuando sin cantar, pero con una voz llena de decisión y un fondo de ternura, le indica al marinero el camino al suicidio con esas durísimas palabras: “Sail out till you lose sight of land, then sink the boat. D'you hear? Sink her. Goodbye Peter. (Navega hasta que pierdas de vista la tierra, luego hundes la barca.¿Me oyes? La hundes. Adiós, Peter.)”
Muy bien también la Ellen de Maria Bengstsson, la amiga, el amor, el otro único apoyo que tiene Grimes en la sociedad. Bengstsson supo enfrentarse a un papel difícil que recorre una amplia tesitura pero que ella resolvió sin problemas destacables. Estuvo especialmente conmovedora en el cuarteto femenino del segundo acto (con sus compañeras, todas excelentes cantantes, Catherine Wyn-rogers, Rocío Pérez y Natalia Labourdette). Señalar también el estupendo Keene de Jacques Imbrailo y el Swallow de Clive Bayley. Pero todo el elenco estuvo a grandísimo nivel.
Después del éxito de su anterior incursión en la obra de Britten (el Billy Budd que tantos premios y elogios ha recibido), se esperaba con interés el nuevo trabajo de la directora escénica Deborah Warner. Y no ha decepcionado. Opta por dejar a un lado el tradicional opresor pueblo inglés donde el falso puritanismo ahoga al protagonista, para trasladarlo a un puerto que tanto nos recuerda los suburbios ingleses, tan alejados de “Pompa y Circunstancia” y de funerales reales, que dibuja en sus películas Ken Loach. Es un pueblo sin futuro, agarrado a un mar que es más un enemigo que un aliado y donde no hay porvenir para nadie. Sólo un ficticio enemigo común los une entre cervezas y sexo. Apoyada en un excelente trabajo técnico del escenógrafo Michael Levine, el iluminador Peter Mumford y el figurinista Luis Carvalho, Warner nos presenta un trabajo limpio, reconocible y que empatiza con la historia hasta hacerla suya. Con una dirección de actores estupenda consigue que la acción nunca decaiga y que el difícil trabajo de mover a un coro tan extenso no parezca jamás caótico. Un gran trabajo.
Fotos: © Javier del Real