© Javier del Real | Teatro Real 

Un estreno irregular

Madrid. 24/06/2025. Teatro Real. Verdi: La traviata. Nadine Sierra (Violetta Valery). Xabier Anduaga (Alfredo Germont). Luca Salsi (Giorgio Germont). Willy Decker, dirección de escena. Henrik Nánasi, dirección musical.

La ópera es un espectáculo sumamente complejo y frágil. Los astros se alinean solo muy de vez en cuando para que todo encaje sobre las tablas, haciendo que los espectadores salgamos flotando del teatro. Nada me gustaría más que poder decir que eso es lo que pasó anoche en el Teatro Real con el estreno de La traviata, pero no fue así.

Lo que sobre el papel apuntaba a ser una velada memorable, lo cierto es que tardó bastante en levantar el vuelo, con sus luces y sus sombras. A pesar de lo que muchos piensan, nada nos haría más felices a los críticos que poder escribir siempre sobre representaciones memorables y brillantes, pero la realidad insiste en recordarnos -y hace bien- que los artistas son humanos, irregulares e imperfectos, por mucho que a veces parezcan ser de otra especie.

En sus declaraciones para la portada que le dedicamos en el mes de abril, al hilo de su presencia en La Sonnambula del Liceu, la soprano Nadine Sierra nos decía que “esta profesión no consiste en hacer historia cada noche”. No hay titular que encaje mejor con lo sucedido ayer en el Real.

Y es que Nadine Sierra estuvo sobresaliente, que duda cabe, pero a mi parecer no tan insultante como en las funciones de hace apenas unos meses en el Liceu, donde estuvo memorable a todas luces. El primer acto fue bastante elocuente en este sentido, con un ‘Sempre libera’ algo caprichoso en la duración de algunas notas y en las respiraciones, coronado con un sobreagudo que sonó timbrado pero que no se puede decir que fuera desahogado.

Por otro lado el personaje que propone Willy Decker es una Violetta bastante insolente y descarada, un punto sobreactuada incluso por parte de Nadine Sierra en su actitud con los hombres y especialmente con Alfredo, casi como una Carmen despechada. 

Sea como fuere, la soprano estadounidense se fue resarciendo conforme avanzaba la función, mostrando sus mejores armas ya en el segundo acto y entregándolo todo en el tercero, donde hizo gala de un dramatismo genuino. Su ‘Addio del passato’ fue a buen seguro el mejor momento de la noche, cantando con contención pero con intensidad, con armas belcantistas y desplegando arte con mayúsculas. Apostaría a que en las funciones venideras Nadine Sierra irá a más con su Violetta; los estrenos no dejan de ser días muy traicioneros en el plano psicológico y emocional, con muchas tensiones y nervios que se hace difícil manejar. 

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La voz de Xabier Anduaga es un diamante. Nada más abrir la boca, asombra su facilidad para lograr un timbre pleno y amplio que corre por la sala con pavorosa facilidad. Y sin embargo, el tenor donostiarra tiende a veces a enseñar demasiado ese instrumento, cuando lo mejor de su canto llega precisamente cuando pliega la voz y busca el matiz, como hizo en un ‘Parigi, o cara’ de primerísimo nivel. En la rueda de prensa de presentación de estas funciones confesó Anduaga que por fin se había creído el personaje de Alfredo Germont, gracias a la propuesta escénica de Willy Decker. Y lo cierto es que es un Alfredo de libro, pero al que queda aún camino por recorrer en lo actoral. En cualquier caso, tenemos tenor para rato y es un gozo poder ver cómo crece temporada tras temporada. Su anunciado debut con Werther en el Liceu promete ser un punto de inflexión en su trayectoria.

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En la parte de Giorgio Germont el barítono Luca Salsi aportó nobleza y medias voces de buena factura, a pesar de enseñar una voz que no terminó de estar suelta en el tercio agudo. Completando el elenco destacaron por su buen hacer la Flora de Karina Demurova y la Annina de Gemma Coma-Alabert, así como el Doctor Grenvil de Giacomo Prestia. Buen trabajo asimismo de comprimarios habituales en el Real como Albert Casals (Gastone), Tomeu Bibiloni (Douphol) y David Lagares (Obigny), profesionales todos ellos de contrastada solvencia.

La propuesta escénica de Willy Decker, qué duda cabe, es icónica y forma ya parte del imaginario asociado a esta partitura de Verdi. Como bien apunta Joan Matabosch en su texto del programa de mano, el director de escena alemán juega aquí con dos temas fundamentales en el libreto de La traviata: la muerte y el paso del tiempo, representado aquí con ese gigantesco reloj que marca toda la propuesta, de principio a fin. Estrenado hace dos décadas, el de Decker es un trabajo irreprochable y que no ha envejecido ni un ápice, admirando precisamente por su limpieza estética y por la modernidad de su mirada. El resultado es un trabajo que se antoja a un tiempo vanguardista y atemporal. 

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El mayor escollo para el desarrollo de la función fue la dirección musical de Henrik Nánasi, tendiendo a sonar más bien ramplona y pomposa que refinada y sutil. Su dramatismo fue de brocha gorda y no dio la impresión de estimular a los cantantes a dar lo mejor de sí. Eligió tiempos a veces apresurados, como en los compases previos al ‘Parigi, o cara’, cuando Alfredo irrumpe en escena, con una orquesta tan espoleada que sonó alborotada en exceso. Tampoco la Sinfónica de Madrid pareció rayar a su mejor nivel, con un sonido apenas correcto. Mucho mejor se desempeñó el Coro Intermezzo, bastante requerido además por Decker en su propuesta.

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Fotos: © Javier del Real | Teatro Real