Melodramas Benda Juan March

El placer del descubrimiento

Bilbao. 22/04/2021. Sociedad Filarmónica de Bilbao. Jiří Antonín Benda: Pigmalion / Ariadne auf Naxos. Ernesto Arias y Celia Pérez (actores/narradores) y Rosa Torres-Pardo (piano). Carles Alfaro, dirección de escena.

Los que vivimos en provincias (¿aún se emplea esta frase?) solemos mirar con legítima envidia la programación de la Fundación Juan March, sita en Madrid y que tiende a programar con audacia, inteligencia y afán aventurero. En muchas ocasiones la retransmisión por Radio Clásica se convierte en el único camino para poder disfrutar de espectáculos y músicas que, de lo contrario, difícilmente podríamos siquiera oler en provincias; al menos en estas provincias.

Uno de los ejemplos es el mundo de los monodramas en particular y la música de Jiří Antonin Benda en general. Detengámonos por un momento en la segunda cuestión para luego abordar la primera, centro de esta reseña. Este compositor bohemio nació 34 años antes que Wolfgang Amadeus Mozart para fallecer cuatro años después del de Salzburgo, cuando Ludwig van Beethoven ya tenía 25. Es, por lo tanto, ejemplo perfecto del clasicismo centroeuropeo.

Hoy en día su música ha quedado reducida a muestras nimias en algún que otro concierto, al menos fuera de su tierra natal; sin embargo, oído el que nos ocupa podemos apreciar las numerosas y evidentes huellas del periodo clásico en su música. Y parte de esa música, que no fue poca, está ocupada por doce obras dramáticas que en numerosas listas se ve reducida al concepto de “ópera”, lo que entiendo puede llevar a equívoco.

La Sociedad Filarmónica de Bilbao, ese pequeño y hermoso paraíso de música en el centro de la capital vizcaína ha tenido a bien traer un espectáculo de la Fundación Juan March en el que se ofrecen dos de estos títulos dramáticos, listados como “óperas” y en donde, singularmente, nadie canta. De ahí que a algunos nos asista la duda de cómo han de ser consideradas las obras que nos ocupan.

El ciclo que ha abordado la Juan March se enmarca bajo el título Rousseau, el origen del melodrama, lo que nos lleva a una de las figuras clave de la historia de Francia y músico a tiempo parcial, Jean-Jacques Rousseau, autor de un melodrama de título Pigmalion y estrenado en 1770. Y con el uso del concepto melodrama queremos apuntar un género que aborda la fusión entre música y palabra recitada, narrada de forma dramática; es decir, la acción dramática se desarrolla a través de la palabra narrada, nunca cantada, de ahí que surjan las dudas antes apuntadas.

El concierto presentaba dos melodramas de Jiří Antonín Benda, escritos al socaire del éxito de la obra de Rousseau, presentados en orden contrario al de su composición: Pigmalion (1779) y Ariadna auf Naxos (1775), es decir, nueve y cinco años después del estreno de la obra del francés. 

Pigmalion viene a durar escasos veinticinco minutos y está basado en una de las Metamorfosis, de Ovidio. El protagonista queda obnubilado por la escultura realizada por él mismo hasta perder la concepción de la realidad. El monólogo –lo sería de forma absoluta de no ser por una muy breve intervención femenina al final-, a través del cual observamos la evolución del escultor, perdida ya la razón, fue encarnado de forma sobresaliente por el actor y narrador Ernesto Arias.

Ariadna auf Naxos, compuesta cuatro años antes, consta de dos personajes: la citada en el título y que asume el protagonismo en los dos segundos tercios de la obra y Teseo, que en el primero de los tercios, sito al lado de una Ariadna dormida, duda si responder al deber de la patria o a la llama del amor. Una vez se retira, tras asumir sus responsabilidades, ella pasa a ocupar todo el escenario. Ernesto Arias repitió de forma incontestable como Teseo mientras que la Ariadna la ha encarnado una eficiente Celia Pérez. Los dos actores fueron acompañados, mejor dicho, complementados al piano por la sobresaliente Rosa Torres-Pardo, quien nos dejó impronta del valor de la música de un compositor arrinconado por la pereza intelectual de muchos programadores y que, sin embargo presenta aquí las huellas de un Mozart adulto o allá el poderío de un Beethoven incipiente.

Los dos melodramas fueron acompañados por una serie de imágenes proyectadas en gran pantalla que fueron, en mi modesta opinión, una pequeña oportunidad perdida. Para Pigmalion la imagen de una escultura aparentemente incompleta y en S praxiteliana con la que se jugó a acercar y alejar y/o incardinarla en otras imágenes. Para el segundo melodrama se jugó con la fiereza del mar, el terror de las tormentas, de los rayos y truenos y el dolor de la abandonada a través de imágenes que transmitían cierta pesadumbre. Mejor en este caso aunque al final la sensación del uso de escasa imaginación imperaba en mi interior.

En cualquier caso ello no obsta para que se haga público reconocimiento a la Sociedad Filarmónica bilbaína y, por ende, a la Fundación Juan March por el atrevimiento de haber hecho esta propuesta dramática; porque después de oír por enésima vez la misma sinfonía, la misma ópera o el mismo cuarteto de cuerda uno disfruta más en la búsqueda de lo nuevo, de aquello que aun guarda la virtud de sorprenderte. Por ello, tanto la mera propuesta como el desarrollo del concierto solo merece nuestro aplauso más sincero.